Noches de Encuentro

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Estábamos tú y yo en el ocaso del atardecer donde tus ojos, aquellas perlas del infinito, brillaban y brillaban hacia mi corazón y me hacían enamorarme de tí hasta la eternidad. Y en un momento veía aquella ternura en tu cara que me hizo besar aquellos labios rojos que tanto quemaban en deseo dentro de mi ser, y así pasó. Te besé hasta que pueda sentir aquella sensación que tanto me impactó desde el día que sentí tu boca por primera vez.

Se hacía de noche y la luna y todos los cuerpos celestiales te hacían ver más hermosa de lo que eres para mí. Esa silueta tan perfecta que era tu cuerpo desnudo con esa piel tan suave como la tela que poco a poco se convertía en un pelaje brilloso como la luna, y empezó ese momento. Ese instante en el que nuestros corazones se conectaron hasta sentir un mismo sentimiento, sensación, y fuimos dos en un mismo cuerpo, y desde las dos montañas de tu cuerpo brotaban la miel deliciosa, desde tus pezones lujuriosos, y con esa tentación yo sólo quería succionar hasta el punto de mordisquear tus perfectos senos y saber lo sabroso que era todo tu laberinto.

Luego comenzó el acto hermoso donde a cada movimiento ya empezaba a clamar aquellos ruegos de amor, exacerbado por cada vez que sentías placer y llegabas al éxtasis total. Y desde ese momento supe que eras perfecta, nada podía decir que no. La luna y todos los astros celestiales eran testigos de cómo nuestros seres se fusionaron hasta el punto de volvernos uno.

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