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2007

Amelia estaba nerviosa. Eso es algo normal en tu primer día de instituto, pero aún más cuando estás en una ciudad nueva, donde no conoces a nadie. Se hizo paso entre los estudiantes amontonados en la escalera para leer la lista pegada en la puerta principal y encontró su nombre al lado del número de la clase a la que tenía que ir. Echó un vistazo a su alrededor intentando encontrar alguna otra persona tan perdida como ella, pero todos parecían tener amigos y gente con quien hablar, y nadie le había prestado atención.

La alarma sonó y Amelia caminó junto a la masa de alumnos de su curso escaleras arriba buscando la clase. Cuando la encontró, buscó un sitio en una de las mesas desocupadas y esperó con algo de ansiedad a que alguien se sentara a su lado.

Un grupo de chicas entró a la clase. Dos de ellas se sentaron en las mesas vacías que tenía delante, mientras que la tercera se quedó de pie al lado de la mesa vacía y le preguntó a Amelia si estaba ocupada.

Amelia se apresuró a asegurarle que estaba vacía y la chica se sentó.

Pasó un minuto y más estudiantes fueron llegando y tomando asiento. Al fin la chica se dirigió a Amelia y le preguntó de qué colegio venía.

—Vengo de Zaragoza, nos mudamos aquí hace dos semanas.

—¿Y eso?

—Por el trabajo de mi padre. Es militar.

—¿Y tienes algún amigo aquí?

Amelia negó con la cabeza.

—Bueno, pues ya tienes una. Yo soy Luisita.

Amelia levantó la cabeza por primera vez desde que había comenzado la conversación y sonrió.

—Yo soy Amelia.

2019

Amelia colgó el teléfono y se sentó en la cama. Estaba temblando y casi al borde de las lágrimas. Había perdido la cuenta de cuantas veces había dicho "gracias" en los cinco minutos de conversación que acababa de tener (probablemente demasiadas). Una amplia sonrisa empezó a formarse en su boca al darse cuenta de que sí, su sueño se había hecho realidad. Le habían dado el papel de Rizzo en el musical de Grease.

Se llevó la mano al colgante que llevaba puesto y lo primero que pensó fue en Luisita. Ella siempre la había animado a seguir sus sueños y esa fe inquebrantable que había tenido en ella la había acompañado todos estos años.

Aún después de no haberla visto en más de una década, cada vez que daba un nuevo paso adelante en su carrera, se acordaba ella.

Bueno, si era sincera consigo misma, se acordaba de ella mucho más a menudo. Cuando regresó a Madrid, hacía ya seis años, vino con la firme intención de volver a ponerse en contacto con Luisita.

Recordaba perfectamente el momento en el que llegó a la plaza de los frutos, maleta en mano. Hasta entonces no se le había ocurrido dudar de que ella se alegraría de verla de nuevo. Pero según fue avanzando en dirección al bar de su familia, El Asturiano, se acordó de que habían pasado cinco años desde la última vez que se habían visto.

En su cabeza resonó su último encuentro. Entre llantos se habían prometido volver a verse, no olvidarse. Pero aquellas eran unas niñas de 15 años. ¿Acaso Luisita se acordaría siquiera de ella? ¿Qué pensaría al verla después de tanto tiempo?

Unos cincuenta metros separaban a Amelia de la puerta del bar cuando decidió darse la vuelta y buscar un hostal para quedarse.

Amelia pensó muchas veces en encontrar a Luisita después de aquella tarde, buscando excusas como fingir que se acababa de acordar de ella y quería regalarle unas entradas para su espectáculo, o que había pasado por allí de casualidad, pero fue incapaz de encontrar el valor. Tenía miedo de que el recuerdo que Luisita tenía de ella, de las dos, fuese muy diferente al suyo.

Cómo Reconocer al Amor de tu VidaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz