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2020

Luisita daba vueltas de una habitación a otra cogiendo el maquillaje, las joyas, el peine.

—Luisita, ¿te queda mucho, hija? —le gritó su madre desde el salón.

—¡Ya voy!

Las bodas siempre eran estresantes, pensó mientras buscaba el segundo pendiente. Tan solo quedaba una hora para que tuvieran que estar allí, y con el tráfico de Madrid podrían ir muy justos de tiempo.

Luisita escuchó a alguien entrar en la habitación y supo inmediatamente quién era.

—Estás muy guapa—dijo Amelia desde el marco de la puerta.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó al verla allí. Amelia, cómo de costumbre, estaba lista desde hacía media hora.

—Venía a ver si necesitabas ayuda.

—No, ya estoy casi—le dijo, terminando de ponerse el pendiente derecho.

Pero Amelia no se frenó, y continuó avanzando hacia Luisita, poniéndole las manos sobre los hombros.

—No, Amelia—dijo Luisita, pero sin hacer mucho esfuerzo por apartarse—, que llegamos tarde, y mi madre nos mata.

—Solo un besito—dijo Amelia con un tono de súplica.

—No, que se me corre el maquillaje.

Pero Amelia no se iba a dar por vencida. Posó sus labios sobre los de Luisita, apenas rozándolos al principio, pero poco a poco las dos fueron profundizando el beso.

—¡Luisita! —volvió a gritar Manolita desde el salón, impaciente con la tardanza de su hija.

Las dos se separaron conteniendo la risa y limpiándose los restos de pintalabios que se había corrido.

—Ahora sí nos tenemos que ir—dijo Luisita, cogiendo su bolso y saliendo a toda prisa para apaciguar a su madre.

En el salón se encontró con sus padres, y con María e Ignacio. Habían quedado en venir pronto todos a la casa de los Gómez para arreglarse juntos.

Distribuyeron los coches y llegaron al lugar del enlace tan solo unos minutos antes de que empezara la ceremonia.

Luisita vio a Miguel esperando nervioso junto algunos de sus amigos. Fue a acercarse a él, pero entonces una de las madrinas empezó a decir a los invitados que fuesen ocupando sus asientos porque la novia estaba a punto de llegar.

Era una boda al aire libre. Los novios habían distribuido unos asientos en el césped del recinto y Miguel esperaba junto a un arco con flores.

Al cabo de unos minutos empezó a sonar la música y todos los invitados se giraron para ver a Rocío caminando por el pasillo hacia Miguel.

Luisita la miró emocionada. No había sido fácil tomar la decisión de terminar su noviazgo, pero supo enseguida que había sido lo correcto.

Rocío había estado dolida, pero agradeció su sinceridad y le deseó lo mejor con Amelia. Sin embargo, a pesar de que fue una ruptura amistosa, aún pasaron muchos meses hasta que pudieron retomar su amistad.

Y ahora estaba allí, en su boda con Miguel. Poco después de su compromiso, fue a verla y le reconoció que, aunque a ella la había querido mucho, lo suyo con Miguel era completamente diferente, y por fin había entendido por qué incluso después de tanto tiempo, su amor por Amelia no había desaparecido.

Luisita se giró para mirar a su novia, y recordó las palabras de su madre: sigue a tu corazón y el tiempo pondrá todo lo demás en su sitio.

Amelia notó su mirada y se volvió para dedicarle una sonrisa, estrechándole la mano con cariño.

La celebración tuvo lugar en el mismo recinto y, después de la comida, todos los invitados se dedicaron a bailar, beber, y comer un poco más.

—Mira qué bonito está ahí. Vamos a hacernos una foto—dijo Amelia tirando del brazo de su novia, que se había cansado hacía varias horas de las fotos y solo le apetecía bailar.

Llegaron a una zona ajardinada donde no había ningún otro invitado y Luisita tuvo que reconocer que era muy bonito.

Se volvió hacia a Amelia para decirle que fondo quería para la foto cuando la vio arrodillada enfrente suyo.

—Luisita—empezó a decir Amelia, visiblemente emocionada—, llevo meses pensando cómo hacer esto, pero me he dado cuenta de qué da igual el cómo, el dónde o el cuándo. Lo único importante es que sé que eres el amor de mi vida, y que eres la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida.

Luisita contuvo la respiración mientras veía a Amelia abrir una cajita negra y mostrar un anillo.

—¿Quieres casarte conmigo?

Aún sin poder hablar, Luisita asintió y llevó sus manos al cuello de Amelia que se levantó para besarla con pasión.

Finalmente, cuando se separaron, Amelia le deslizó su anillo por el dedo. Esta vez no le apretaba y ni le molestaba.

Era perfecto.

Cómo Reconocer al Amor de tu VidaWhere stories live. Discover now