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 Abrió la puerta con desgana, con su larga cabellera atada en un moño alto y desordenado, sus pantalones de pijama grandes de color celeste y una camiseta igual o más grande que su cuerpo, por poco y se cae, de no ser porque un hombro sujetaba la parte superior, la polera caería de su cuerpo. Sus gruesas gafas negras y una cara de cansancio fue lo que recibieron a Mark ese sábado por la mañana.

–Buenos días.

–Entra ya. –la menor no dudó en seguir avanzando de vuelta a la mesa de centro que estaba en el pequeño salón de su departamento, sentándose nuevamente en el suelo dejando a Mark en la puerta de su casa.

El mayor rio levemente, entrando a la casa y cerrando detrás mientras que se sacaba su abrigo, dejándolo en el perchero junto a sus zapatillas debajo, para poder dejar todas las bolsas en la encimera de la cocina, avanzando a su menor.

Se sentó lentamente detrás de ella, posando su barbilla sobre el hombro de esta, abrazándola por su estómago y viendo todos los papeles regados sobre la mesa de cristal, lápices y destacadores poder doquier y dos tazas de café, una vacía y una media llena. Ya sabía lo que estaba pasando.

– ¿Qué te tiene tan loca, bebé? –Preguntó, aun sabiendo la posible respuesta.

La menor masajeó su frente, suspirando mientras lo hacía, dejando de lado sus gafas para poder tallar uno de sus ojos– Semana de exámenes primarios –habló, con un deje de cansancio en la voz– Llevo desde las seis estudiando para el lunes las siete asignaturas que se evaluaran en el día y tengo un trabajo de ciento cincuenta hojas sobre los derechos base para el martes, con suerte llevo la portada –lloriqueó, dejando caer su cabeza al hombro derecho de Mark. Este último solo sonrió, suspirando.

–Puedo ayudarte, mi semana de exámenes principales está más tarde que los tuyos, mis profesores prefieren tener un poco más de reforzamiento. –explicó, dejando un camino de besos desde su cuello a su mejilla– Me tienes para ayudarte, juntos pensamos mejor y evitamos que pierdas tu cordura.

–Mh –la menor cerró sus ojos, suspirando cuando los besos de Mark llegaron a su clavícula, sonriendo– Me gusta la idea.

–Genial.

Mark sonrió, besando tiernamente toda su mejilla que estaba a su lado, haciéndola reír cuando besos rápidos llegaron por detrás de su oreja. Se levantó, acariciando la cabeza de la menor– He de suponer, que aún no desayunas, ¿No es así?

La menor mordió su labio inferior, negando con clara vergüenza, Mark siempre le recordaba lo importante de mantenerse con una alimentación buena, sin importar el cómo acabaría su físico, que si después tenía un poco de peso extra, seguiría siendo hermosa.

–Bien, haré el desayuno, si quieres puedes acompañarme –ofreció, la menor negó rápidamente.

–Continuaré estudiando un poco más, luego iré a comer –sonrió, volviendo su mirada nuevamente sobre todos los papeles sobre la mesa.

Mark hizo una fina línea con sus labios, asintiendo sin ser visto y caminando algo decaído a la cocina, le hubiera gustado cocinar con su menor, al menos sacarla de ese lugar, no le gustaba verla bajo tanto estrés.

Tomó las bolsas que había traído, sacando todo y dejándolo sobre la encimera, lo necesario para hacerle unos deliciosos panqueques matutinos para su menor, algo dulce siempre alegra la vida, eso siempre lo decía su madre cuando era un niño.

Comenzó a preparar todo, mirando a ratos como su menor se cabeceaba, literalmente, contra la mesa, mientras susurraba cosas a penas audibles. Mark suspiró, simplemente volteando y dejando que su menor llorara en silencio. Había estado con ella un par de veces antes, escuchándola gritar por no poder hacer nada y cuando intentaba ayudar en su colapso, siempre le caía un zapato en la cara o en su preciada entrepierna. Prefería mantener distancia y cocinarle a arriesgarse a perder sus hijos.

Amantes Enmascarados | Mark Lee | Libro#1Where stories live. Discover now