Capítulo 41

14 1 0
                                    


– ¿Qué haces aquí?

Mi voz salió como un pequeño jadeo.

– La pregunta es..., ¿qué haces tú aquí?

Su voz, baja y reservada.

– ¿Ver una película? –ironicé.

Me sonrió–. Si no me respondes, no te dejaré salir.

– ¿Qué te hace pensar que no puedo quitarte por mi misma?

¿Qué estaba haciendo aquí?

–  Quizás si puedas, quizás no. Para averiguarlo deberás tocarme.

La sonrisa que me dio, fue una de las que yo normalmente usaba cuando decía alguna maldad. Una extraña sensación me recorrió por la espina dorsal.

– ¿Tienes algún problema, sádico? Quítate de en medio.

Tenía que ganar tiempo para ver como cojones saldría de aquí.

– Tu hermano estaría contento con tu actitud.

Di un paso hacia adelante.

– ¿Qué demonios sabes de tú mi hermano?

– Sé que lo estas buscando –me quedé sorprendida por unos segundos, ¿cómo sabía eso?–. Así como también sé que él no está.

– ¿Dónde está? –caminé hacia él y me detuve a dos metro de distancia–. Dímelo ya mismo.

No dejó de mirarme a la cara.

– Si supiera donde se encuentra, no estaría aquí. Me temo que no –me desinflé como un pez globo–. Pero eso no significa que no sepa lo que está sucediendo.

Alcé mi cabeza como resorte y me acerqué un paso más.

– ¿Y qué es lo que está sucediendo?

Él sabe algo, susurró la vocecita en mi cabeza. Si no, ¿por cuál otra razón estaría aquí? El chico suspiró y miró al suelo antes de darme una mirada significativa.

– No puedo decírtelo ni tampoco es una buena idea que lo sepas.

No entendía...

No entiendo...

– Deberías dejar de buscar respuestas que te van a llevar a un callejón sin salida. Vete a tu casa y olvídate de tu ridículo juego.

No pude controlar mi reacción cuando una de mis manos voló a su garganta apretándola y la otra arremetió contra su pecho. Era una muy mala combinación decirme qué hacer y menos, menos cuando se trataba de Wayne. Disminuí el espacio que nos separaba con una rapidez que hasta mi me sorprendió y sonreí ante el dulce suspiro que salió de mis labios.

– Será mejor que hables. Ahora.

– Aún te falta mucho para aprender –tuvo el descaro de decir.

Sin darme tiempo para procesar sus palabras, con fluidez hizo que cambiáramos de papeles. Uno de sus brazos se enganchó en mi cintura y me giró de una forma extraoridinaria golpeando mi pecho contra la puerta. Mi mejilla quedó contra la fría madera y su mano libre sostenía a mis manos por encima de mi cabeza.

No me toques. No me toques.

Su cuerpo se pegó al mío por detrás dejándonos en una posición no muy favorecedora.

TraidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora