Capítulo 82

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Esta probablemente sería la misión más compleja que haría. Lo sabía solo porque mis emociones estaban involucradas y mis sentimientos también. Estaba a punto de quitarme la maldita peluca porque los nervios me estaban comiendo viva y la cabeza me picaba, pero no podía. Tenía que seguir pensando con la mente fría.

Tenía que seguir siendo Cobra.

El inclinado túnel por el que caminaba con estilo medieval no daba buena espina en lo absoluto, construido de barro a lo largo, bajo de altura, y con algo parecido a antorchas guindadas en soportes de metal en ambos lados y eso significaba que alguien las encendía.

Aún así, la oscuridad que emanaba el final no disminuía.

El olor a tierra y moho era el mismo que seguramente circuló hace muchos años, porque aquí no había un maldito sistema de ventilación, pero no hice ninguna mueca. Seguí caminando sintiendo como el aire pesado y mohoso se adhería a mi piel, y tenía mucha piel descubierta en mi espalda. Tendría que restregar mis tatuajes después de esto para quitarles los gérmenes.

El único ruido era el de mis tacones haciendo eco en el suelo de piedras lisas enmarcadas por cemento. La única parte en la que decidieron hacer remodelaciones.

Traté de que no me afectara el hecho de estar yendo cada vez más y más adentro, cruzando en donde el pasillo lo ordenaba. Izquierda, derecha, derecha, izquierda. Incluso la inclinación descendiente solo significó que estaba caminando hacia abajo. Y abajo, más abajo, solo significaba que estaría bajo la mismísima tierra. Fueron los seis minutos más largos de toda mi vida cuando por fin crucé la última vez y noté al final del corredizo un espacio abierto.

La catacumba.

Iluminada por muchas antorchas de fuego, colocadas en diferentes dimensiones y lugares en las paredes de barro... Me encontraba dentro de lo que era una enorme cúpula espeluznante.

No quería pensar cuánto demonios había bajado.

La estructura de este lugar apartado de la superficie seguía siendo renacentista, con fuertes columnas y patentes paredes de marfil y cerámica rodeándome y sosteniendo el impresionante domo. Alcé la mirada y me impresioné por la cubierta repleta de millones de formas bañadas en oro que fueron talladas a la perfección, pero, la respiración me titubeó cuando detallé que esas figuras eran cráneos humanos con las bocas abiertas.

Muy bonito.

Bajé la mirada y me fijé en los extraños orificios que había.

La presión en mi sien izquierda no disminuyó al recordar que el pasillo a mis espaldas era la única entrada y salida de este maquiavélico lugar. Los demás agujeros, seis de ellos, uno al lado del otro... Más oscuridad era lo que había allí adentro, ninguna de esas aberturas exponía ningún tipo de luz.

¿Estas eran las mazmorras? Es decir, allí dentro tenían...

Parpadeé varias veces.

Por favor, por favor... no.

Di un paso hacia dentro y el ruido de mi tacón sonó como un disparo en el espacio cerrado. Me asusté a mi misma y maldije, pero volví a dar otro paso, y otro y otro hasta que quedé en el medio.

Si estas eran las mazmorras... Mi hermano estaba en un agujero de esos. ¿Cómo haría? Tendría que buscarlo hueco por hueco, pero necesitaba luz.

¿Cómo haría para sostener una de las antorchas...?

Y entonces, todo pareció detenerse a mi alrededor.

Un tintineo grave resonó por el agujero número dos, el que estaba más cerca de del pasillo. Lancé la mirada hasta allí y me tensé.

Pero entonces, lo ví.

Un hombre, delgado, muy delgado, encorvado caminando en cuclillas venía arrastrando unas pesadas cadenas oxidadas que tenía amarradas en sus pies y en sus manos y en su cuello. Tenía el cabello negro como la misma oscuridad de la que salía, largo hasta casi los hombros, lleno de suciedad y mugre, al igual que su piel pálida estaba llena de barro y grasa. Se quedó en la salida del hueco, un tanto temeroso, pero aún con posición altiva.

Mi mundo entero se derrumbó y solo era capaz de mirar al hombre maltratado que estaba allí.

Los párpados de él se movieron con rapidez acostumbrándose a la luz que las antorchas proporcionaban, levantó su cabeza y movió el cuello inspeccionando el ambiente.

Cuando sus ojos se posaron en los míos...

Azul océano contra azul océano.

Me fallaron las rodillas.

La cara pálida.

El pecho se me oprimió.

Las costillas se le notaban ligeramente.

Los bordes de mi visión se tornaron negros.

Habían cortes y moretones debajo de la suciedad y de la piel manchada.

Mi sangre ebullió.

Donde había habido fuertes músculos ahora no quedaba ni la mitad...

El aire no me llegó a los pulmones.

Su imagen... Su cuerpo... El rostro que alguna vez fue tan hermoso como el mío.

Un quejido doloroso se me escapó al mirar los decaídos y nublados ojos de Wayne.

TraidoresWhere stories live. Discover now