Capítulo 77

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Apreté mi mandíbula por milésima vez mientras Sictei terminaba de retocar en mi espalda el monstruoso tatuaje que había decidido hacerme.

– Ya falta poco –dijo por encima del sonidito irritante.

– Eso dijiste hace seis horas –mascullé y llevaba ocho horas de mi valioso tiempo aquí.

– Tú fuiste quién dijo hacerlo todo en un un día, otra vez.

Gruñí como advertencia, no quería responder.

Ciertamente preferí terminar el tatuaje en un solo día. No podía perder tiempo ya que pasado mañana por la noche teníamos la reunión en el Cuartel tal cual como Kraken me dijo.

Pensaba dejarles a todos claro quién era yo. El dolor de mi espalda se reducía a cero al imaginarme la expresión de todos.

Kraken me confirmó que iría al igual que Volk, estarán otros animales, Ọdụm seguramente el primero. Tendría que respirar muy profundo y comportarme, saber que mi hermano estaba en las mazmorras sufriendo y yo estar como si nada en una reunión de estúpidos no me hacía ni puta gracia.

– ¿Por qué lo haces si te duele?

Abrí mis ojos y observé a Valentina coloreando dibujos en el suelo del apartado en el que estábamos. Yo estaba recostada del torso para arriba desnuda sobre una silla reclinable de cuero, en donde mi espalda quedaba totalmente expuesta para que Sictei pudiese trabajar como si fuera un lienzo. Valentina estaba frente a mi sentada en posición de indio, concentrada en su trabajo, pero su atención puesta en mi.

– No es cuestión de dolor, cielo –dije.

En algún momento en el transcurso de los dos días que llevaba con ella me di cuenta que era tan bonita como el cielo de un día despejado.

Era una niña muy abrumada y la mayor parte del tiempo solía tener contestaciones de una chiquilla más pequeña de su edad, pero lo que me ha estado cautivando era su forma de pensar incluso con su inmadurez de niña, en algunas cosas, tan relajada y fresca que creo que así me sentiría si yo pudiese estar en el cielo.

Respire suave, curvando mi espalda al sentir incomodidad en mis omoplatos.

– En ciertas partes molesta un poco más que en otras –mascullé.

– Pero, ¿por qué lo haces? –está vez me miró.

– Porque lo que Sictei está plasmando representa lo que soy.

– ¿Puedo ver lo que es?

Achiné mis ojos y dije en un tono bajo, engañoso:

– ¿Qué te dije sobre pedir permiso?

Me regaló una sonrisa chiquita, amable y encantadora, una que solo me dedicaba a mi desde ayer. Y ahí estaba otra vez ese sentimiento agradable, que calentaba el ambiente. Me gustaba esa sonrisa, me hacía sentir tranquila. Valentina se levantó con recelo y antes de acercarse, lo primero que hizo fue mirar al hombre quien trabajaba en mi espalda.

– Sabes que no te hará nada.

Asintió sin quitarle la vista encima.

– ¿Si me toca lo matarás?

Cerré los ojos por un microsegundo.

– Si siquiera te mira mal, le clavaré la aguja en los ojos.

– Oye –Sictei se detuvo–. No soy un pedófilo.

Solté una risita y Valentina sonrió al verme reír.

Caminó hasta quedar detrás de mí a una distancia prudente y escuché cómo jadeaba asombrada al mismo tiempo que el sonidito constante de la máquina al perforar mi piel retomaba su canción. Sin dejarme preguntarle nada, corrió y se colocó delante de mí con los ojos abiertos como platos.

– Es una... una...

Serpiente –ronroneé.

Asintió varias veces con entusiasmo.

– Es enoooorme, y tiene dos membranas a los lados y.... y... y ¡es de color negro! –sonrió mostrándome todos sus dientes.

Ya no se veía enferma, ayer después de darle otro baño con agua tibia y darle mucha agua con el medicamento diluido, parece que surgió efecto en todos los sentidos. Color había regresado a su rostro y no se sentía tan demacrada aunque aún seguía estando delgada. Eso lo solucionaríamos con el tiempo.

– ¿Te gusta, cielo? –regalé una sonrisa suave.

Asintió frenéticamente.

– Quiero una igual que la tuya.

Sictei se rió y yo también.



Cuando su trabajo terminó, me miré en el espejo.

Abrí mi boca impresionada. Era preciosa y prefecta. Lo que Sictei plasmó en mi piel... quedé absolutamente enamorada.

Ya quería airearlo al mundo entero.

Ya quería mostrársela a todos.

TraidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora