Jacob Smith #01

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— Buenas.

Su voz, grave y profunda, inundó el despacho de psicología de inmediato. Artaud, quien estaba bastante centrada en terminar un informe detallado sobre la condición de un paciente, el tratamiento que le estaban administrando y todo lo demás, apenas se dio cuenta de la entrada del desconocido hasta que su voz la hizo dejar de escribir y, con las manos suspendidas sobre el teclado de la laptop, girarse a verlo.

— Buenos días — respondió. — Un segundo.

Sí, era el famoso día de la salud mental y la dirección de los EMS había decidido que harían algo especial por ello. Habían puesto un cartel en el tablero a la entrada del hospital anunciando que habrían consultas de psicología gratuitas de media hora durante el día para absolutamente toda la ciudadanía de Los Santos. 

Hasta ese momento, no muchos habían acudido ante el aviso; Artaud, decepcionada, pensó que más personas tomarían esta iniciativa como una buena oportunidad para lo que necesitaran. Ella, por su parte, estaba lista para atenderlos de la mejor manera, gestionando el tiempo que tenían con las mejores herramientas.

Pasado mediodía, tan solo llevaba tres pacientes en el famoso programa por el día de la salud mental. Gran éxito para su carrera, todo un hito. 

Ahora, si contaba al hombre que recién había entrado, llevaría cuatro pacientes. Este último llevaba un traje negro impecable que carecía de contraste con cualquier otro color: cada prenda de ropa era negra. 

La terapeuta llegó a pensar que quizás ni siquiera era un paciente sino algún alto cargo del hospital o de algún otro sitio.

— Vi el anuncio — dijo él, despejando toda duda de la cabeza de la mujer.

— Oh, pues adelante, pase — respondió ella con una gran sonrisa.

— ¿Pocos interesados? — intentó adivinar él, avanzando con elegancia hacia el sofá en donde supuso que se sentaban todos los pacientes. Allí, se sentó con tranquilidad y esperó, mirando a Artaud coger su libreta, un boli y cerrar la laptop antes de sentarse frente a él.

— Menos de los que imaginaba — confesó ella.

— No se preocupe, la ciudad se lo pierde, porque vaya que lo necesita — reflexionó él. Artaud lo miró mejor desde su puesto y se percató de que no debía tener un par de años más que ella, aunque la parsimonia de sus maneras le hiciera lucir bastante mayor, algo así como un experto en la vida.

— Lo cual irónicamente me preocupa mucho más — replicó con una sonrisa queda. — ¿Cuál es su nombre?

Le vio dudar.

¿Dudar al comienzo? ¿Tan solo por el nombre? Algo había allí.

— Mi nombre es Jacob — dijo finalmente. — ¿Y el suyo?

Se vio obligada a anular su juicio porque ella también dudó al momento de decir el suyo.

— Artaud — soltó.

— ¿Artaud es su nombre? — preguntó él, haciendo gala de una excelente pronunciación a la primera, cosa que ella no escuchaba hace mucho cuando intentaban averiguar si su apellido era Ataúd, Artau, Ártaus o como fuera.

— Mi apellido. No acostumbro a decir mi nombre — explicó.

— Ni yo, pero decidí decírselo de todas formas, psicóloga.

La forma en la que él hablaba la hacía avergonzarse de sus maneras.

— Tenemos treinta minutos para hablar de lo que sea, usted elige, señor Jacob. Pero déjeme decirle que no creo que un gran tema  sea cómo me llamo — dijo, compuesta de inmediato. Una de las cosas que la vida le enseñó en el camino, sobretodo siendo psicóloga, era que si un paciente la desarmaba, debía volver a armarse en segundos o menos. Debía estar siempre lista; debía ser ella quien mandara en todo momento.

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