John Walker #01

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Trabajar en la cárcel no era un idilio ni tampoco el sueño de nadie, pero a Artaud le gustaba — mucho más que el hospital central — porque todo era compensado con lo interesante de las personalidades que allí encontraba. Así es como llegó a "Gringo" un tío que, al parecer, prefería confesarse que hablar con ella.

Ella, según él, era parte de los picoletos.

— ...Y eso hace que ambos no podamos comunicarnos ¿Me entiende? — explicó, dejándo caer su espalda en el respaldo de su incómoda silla.Ella, con una carpeta llena de cosas y su libreta de siempre bajo sus manos cruzadas sobre la mesa, le miraba atentamente. — Y deje de mirarme como esos loqueros de las películas, venga, ¿Dónde está el cura?

— El cura no tiene permitido venir a no ser que estés en el pasillo de la muerte.

— ¡A nadie se le puede negar la presencia de Dios! — declaró el moreno de rastas.

La mujer hizo un gesto que delataba que se entretenía.

— John, yo no soy un "picoleto" — le dijo.

— Pero trabajas para ellos — la acusó él.

— Lo que no significa mucho — siguió ella rápidamente.

— Yo creo que sí... si llego a confesarte que maté a 50 personas, es tu deber ir a chivarte con ellos ¿No?

— Yo no, pero las cámaras y micrófonos de esta sala quizás...

— Putos — murmuró cabreado, cruzándose de brazos. — ¿Cuál es su función aquí entonces? ¿Qué hace?

— Ayudar — respondió Artaud con simpleza. — Algunos de tus compañeros aquí en la cárcel tienen graves problemas de comportamiento y otras cosas, algunos quieren cambiar.

— Meh...

— Bien, si tan poco te interesa ¿Por qué estás aquí conmigo? Para verme tienes que pedirlo voluntariamente, así que estás aquí porque quieres.

Gringo posó su mirada en la médica y lo pensó.

— Pues vine pa'quí pa' no trabajar en la madera y líarme a puñetazos con un tío que me la está buscando. Quiero salir pronto y si sigo apartando a todo el que se me cruce me pudriré en perpetua ¿Comprende? — explicó.

— ¿Y cuando vuelvas afuera volverás a las joyerías y los bancos que te trajeron aquí? 

— Pos siempre — se vanaglorió.

Luego de unos segundos se dio cuenta de que estaba comenzando a confirmarle cosas que podría usar en su contra, por lo que se sentó bien en la silla, con una actitud incluso amenazante, lo cual hizo que ella alzara ambas cejas.

— ¿Ya ves? El cura al menos sabe que se va pa'l infierno si revela lo que le cuenta la gente...

— Te lo repito, yo no tengo la obligación de contar nada, ni tampoco las ganas, a decir verdad. ¿Crees que es divertido pasar por los controles que hacen esos abusadores? Me tocan hasta donde no deben por si se me ocurre pasar drogas o cosas. No les tengo mucho aprecio... 

Gringo frunció el ceño.

— Putos depravaos — comentó con rencor. Realmente odiaba a la policía.

— ¿Ahora podemos seguir?

— No te voy a decir na' — soltó, reticente.

— Bien, ¿Qué te gusta hacer aquí adentro? ¿Algún pasatiempo además de darte de puñetazos con otros internos? — preguntó la psicóloga sin perder el ánimo, lo cual dejaba al temerario Jefe de operaciones del Sistema un poco descolocado.

— Pos... yo que sé, un poco de to' — respondió, desconfiado.

— Digo, porque no debe molar estar adentro mirando el techo...

— Pos no — respondió con obviedad. — Algunas veces dibujo.

Y ahora sabía de dónde tirar para que el famoso Gringo olvidara que el cura es una mejor alternativa que ella para todo.

— Quisiera ver eso, John — dijo.

— ¿Que tu qué? — se asombró él. — ¿Ver mis dibujos? Na'...

— Sí, sí. — insistió ella. — Además, tus dibujos no me dirán nada que tú no quieras decirme... si tu propósito es pasar el rato sin matar a alguien adentro conmigo, pues será bueno que hablemos de algo ¿No?

El moreno hizo un sonido de inconformidad con la boca.

— Pero no de mis dibujos — se quejó.

— ¿Por qué no?

— Porque ni a mi madre le gustaban — declaró, y aquello le salió como una protesta de niño.

— Bueno, tu madre no está aquí para juzgar tu vida. Una de las ventajas de crecer...

Por primera vez, el Gringo sonrió complacido.

— Ala, te has hecho con un trato solo por eso, a la próxima te muestro mi último dibujo — dijo, un poco más animado que cuando llegó allí.

— ¿Y sobre qué es? Adelántame algo...

— Bueeno... lo he llamado: "Picoleto muerto, abono pa' mi huerto" — declaro sonriente.

Artaud negó con la cabeza y, mirando hacia abajo, sonrió rendida. Ese hombre era como un niño. ¿Cómo era posible que fuera tan peligroso para tantas personas?

Psyché || spainRPHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin