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–Hola –era un ancianito de barba y bigote blancos como la nieve.

–Yo... –empezó a decir la chica nerviosa.

–Tranquila, mira todo lo que quieras, a veces «El barón» se aburre.

–¿Este muñeco se llama Barón? –preguntó sin tartamudear.

–Sí –respondió el hombre caminando con una escalera de madera en su mano –, barón Humbert von Gikkingen. Un gran nombre ¿no? –se detuvo abriendo la escalera frente a un curioso reloj de madera.

Anne corrió a ayudarle para que no cayese de esta.

–Lo siento –dijo él–. Gracias, ya estoy bien.

–¡Es un reloj maravilloso! –exclamó sin contener su emoción.

El hombre la miró.

–Estaba en un viejo castillo, todo oxidado. Mira –extendió su mano, en la cual llevaba una pequeña figura reluciente que seguramente era parte del mismo.

–¡Que lindo! ¿Que es? –preguntó.

–Espera y verás –dijo acomodandolo y tratando de no reír.

Luego introdujo una llave dorada muy cerca de las manecillas y la giró cuatro veces. Desde abajo, Anne miraba con la voz abierta y el mayor juntó ambas manecillas en las doce, de inmediato una melodía alegre empezó a reproducirse, mientras que en la parte de arriba una ovejita a la luz de la luna bailaba, luego en la parte de en medio se abrieron dos puertecitas que dejaban ver un paisaje lleno de joyas con varias figuritas que sostenían martillos y sacos en miniatura.

–¡Que hermosos duendes! –exclamó ella maravillada.

–Veo que eres una chica que entiende de duendes –dijo el hombre parándose a su lado–, mira los números.

De repente, del número ocho salió la figura que el hombre le había mostrado minutos antes, y la ovejita en la parte de arriba pasó a convertirse en una hermosa hada con corona de flores en tonos pasteles.

–La luz se refleja mejor acá arriba, sube –sugirió el mayor.

–¿Es una princesa? –preguntó la pelirroja.

–Así es.

–¿Están enamorados?

El anciano asintió.

–Pero viven en mundos diferentes, él es el rey de los duendes. Ella deja de ser oveja solo cuando el reloj marca las doce, pero él aparece cada hora y la espera. El artesano que construyó éste reloj tuvo que haber sufrido por amor.

–Por eso ambos parecen muy tristes –dijo Anne, luego el reloj marcó las 12:05– ¡Por Dios! –exclamó– Está adelantando ¿No es así?

–Sí, pero solo cinco minutos.

–¡Tengo que ir a la biblioteca! –cuando estaba a unos metros regresó– Señor, ¿puedo volver otro día?

El hombre dijo que sí y le indicó el camino, ella corrió tan rápido como pudo. Cuando estuvo bajando unas altas escaleras sonrió contenta.

–¡Es un lugar increíble! Una tienda que parece salida de un cuento.

–¡Anne Shirley-Cuthbert! –escuchó cuando estuvo subiendo los últimos escalones para llegar a la biblioteca– ¡Anne!

Se volteó frenética.

Ahí estaba él, el mismo chico que había encontrado su libro.

–¿Esto es tuyo? –preguntó sosteniendo en su mano una bolsa. Manejaba una bicicleta y en la parte trasera estaba sentado el mismo gato del metro.

–¡Ahg! –exclamó al ver que había olvidado el almuerzo.

–Eres muy olvidadiza –dijo extendiendo la bolsa.

–Te lo agradezco, pero ¿cómo...?

–¡Adivina!

Luego ella se fijó en el gato, quien la miraba de una manera superficial.

–El... ¡el gato! ¿Ese gato es tuyo?

–¡Tienes un gran apetito! –dijo él alejándose.

–¡No!

–«Concrete Road, take me home...» –comenzó a cantar para molestarla.

Con el rostro más rojo que su cabello comenzó a gritar.

–¡Este no es mi almuerzo!

Y él desapareció.

Esa tarde Matthew se sorprendió al verla.

–¡Oh! Ya estás aquí –ella extendió la bolsa –¿Que te pasa?

–Es difícil de explicar –él asintió–. Estaba contenta, como si hubiese encontrado un tesoro escondido. Entonces apareció alguien que me hundió con una palabra.

–Parece complicado –dijo luego de soltar una mini carcajada– ¿Te llevarás más libros?

Ella asintió.

Aún me faltan siete por leer.

–¿No te rindes? ¿Qué vas a comer?

Anne dijo que compraría algo, Matthew le agradeció y bajó a seguir con su trabajo. Ella tomó los siete libros y se sentó en la mesa, revisó ficha por ficha de cada uno hasta que...

–dieciséis de junio, Blythe también leyó este libro ¿cómo será?

De repente, a su mente llegó la imagen de ese muchacho fastidioso junto a la frase «Concrete Road.»

–¡No! ¡No puedes ser tú! –exclamó en voz alta. Todas las personas en el lugar voltearon a verla.

「𝐖𝐡𝐢𝐬𝐩𝐞𝐫 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐡𝐞𝐚𝐫𝐭 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 × 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭」Where stories live. Discover now