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El señor O'Connell, taciturno en su mecedora miraba a la distancia con somnolencia, hasta que una luz dorada iluminó su puerta principal y al voltearse a ver quién era pudo apreciar la silueta angelical de una mujer joven que lo miraba con ojos de amor, el hombre sonrió nostálgico.

–Luisa –dijo finalmente–, por fin llegaste. Es una lástima, he envejecido.

Estiró sus brazos y logró tocar las fantasmales manos de su amada. Había sido una pena que simplemente fuera un sueño, y que el sonido de la leña partiéndose fuera quien lo despertara. Abrió los ojos con lentitud y soltó un suspiro salido del alma. La puerta se abrió, él esperanzado giró la cabeza, se trataba de una Anne de mirada triste, el anciano la invitó a pasar, esta caminó a paso lento.

–Siento molestarlo –dijo en un susurro–, pero le traje mi cuento.

–¿Terminaste de escribirlo? –preguntó.

Ella sacó una pila de hojas de papel de su mochila.

–Le prometí que sería el primero en leerlo.

–Casi es una novela –respondió al sentir el peso de las hojas.

Ambos quedaron en silencio.

–¿Puede leerlo ahora mismo? –insistió Anne– Esperaré el tiempo que haga falta.

–Pero te esforzaste mucho, ¿no debería leerlo con calma?

–Puede dejar de leerlo si no le gusta. Detesto pedírselo, pero... Estoy muy nerviosa...

El hombre apretó sus labios.

–De acuerdo, lo leeré ahora, siéntate cerca a la chimenea. Hace frío.

–¿Puedo esperarlo abajo? Nos se preocupe, no tengo frío.

Él aceptó, la pelirroja bajó silenciosamente hasta llegar al pequeño taller. A primera vista, imaginó a Gilbert sentado en la misma silla de aquella noche en la que habían cantado la canción que de sus mentes jamás se borraría, lo imaginó trabajando duramente y con la tenue luz de una vieja linterna iluminando la madera de uno de los tantos violines en los que estaba trabajando; luego, la imagen se desvaneció lentamente hasta que hubo un golpe de realidad en su cerebro y pudo notar que la silla estaba vacía, no había más nadie en el lugar. Solo sus pensamientos acompañándola en esos desesperantes momentos. Anne fue al balcón y observó la ciudad con su corazón acelerado, se aferraba a las barandas de madera del balcón. Sus manos temblaban. El señor O'Connell leyó de manera tranquila hasta que se hizo de noche, él abrió la puerta del balcón buscando a la chica, pero se encontró con la sorpresa de que ella estaba dormida en una posición muy extraña, casi sentada, Moon estaba a su lado lamiendose los bigotes.

–Terminé de leerlo –susurró con el fin de que Anne despertara–. Gracias, es una linda historia.

Ella levantó su cabeza con los ojos cristalizados.

–¡No lo es! –exclamó levantándose de repente– Digame la verdad. ¡No pude escribir lo que quería! La segunda mitad no tiene sentido, lo sé.

–Sí, es bruta, poco pulida e incompleta –admitió el hombre–, como el violín de Gilbert.

Anne se vio sorprendida.

–Me mostraste la piedra bruta que acabas de sacar de la mina. Te esforzaste mucho. Eres maravillosa. No debes tener prisa, tómate tu tiempo para pulirla.

Anne soltó las primeras lágrimas seguidas de un sollozo, Moon se levantó del suelo y entró a la casa.

–Lo supe... –sollozó la chica– lo supe en cuanto empecé a escribir. Querer hacerlo no es suficiente, tengo que estudiar más, pero Gilbert me lleva tanta ventaja... Supe que debía esforzarme y tenía mucho miedo...

–Te gusta Gilbert, ¿verdad? –preguntó el señor O'Connell.

Ella asintió en silencio, él sonrió y un minuto más tarde ambos se encontraban cenando.

–Cuando Gilbert terminó su primer violín también cenamos pasta –dijo el hombre–, en gigantescas cantidades.

Anne mostró una sonrisa y continuó comiendo. Cuando llegó la hora del postre, tomaron té juntos, y el anciano empezó a contar la historia de El Barón.

–Lo encontré en un café en Alemania, cuando era estudiante. Me pareció tan melancólico. Le pedí a su dueño que me lo vendiera, pero dijo que no, me dijo que El barón tenía una prometida y que no quería separarlos. El barón estaba esperando que volviera del taller de reparación de muñecas...

–Cómo en mi cuento –dijo Anne sorprendida.

–Sí, que coincidencia –respondió tranquilamente y decidió retomar lo que decía–. Yo tenía que volver a casa y decidí olvidarlo. Entonces, mi novia me dijo que cuando regresara la muñeca, ella la compraría y ambos volverían a estar juntos. Entonces, el dueño aceptó. Yo me fui de Alemania acompañado del barón, a ella le prometí que volvería y le pedí que se quedara con la muñeca, el día en que se reunieran, también nosotros. Pero, poco después, estalló la guerra y no pude cumplir mi promesa. Cuando por fin pude regresar, la busqué por todas partes. Pero no había rastro de ella ni de la prometida del Barón.

–Un romance trágico –se le salió a Anne, quien nuevamente tenía los ojos cristalizados–. Debió haber sido muy importante para usted.

–El barón, que solo era un recuerdo, ha cobrado vida gracias a tu cuento –recordó algo y se levantó para comenzar a buscar en una de sus repisas–. Extiende tu mano –dijo al estar frente a la chica de cabellos rojizos–. Esa piedra es más apropiada para ti, te la regalo. Ahora, termina tu cuento.

–Sí –asintió con emoción y sin creer que finalmente, esa piedra que sostuvo en sus manos hacía días y había comenzado todo también lo finalizaría.

El señor O'Connell la llevó a su casa, cuando éste se marchó ella corrió emocionada, ya que tenía que hablar sí o sí con Marilla y Matthew.

「𝐖𝐡𝐢𝐬𝐩𝐞𝐫 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐡𝐞𝐚𝐫𝐭 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 × 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭」Where stories live. Discover now