Día 1: Declaración.

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Rusia tenía una enorme sonrisa en su rostro. Recién acababa de darse una ducha,  salió del baño con una simple toalla rodeando su cadera, y fue a ponerse la ropa que usaría ese día, encargándose de escoger los pantalones que mejor le quedaban y la playera que acentuaba sus atractivas clavículas.

Se peinó y perfumó, se puso sus mejores zapatos, todo para impresionar a un pequeño país latino.

Miró nuevamente la pantalla de su celular, y sus dientes hicieron acto de presencia, pues su sonrisa solo aumentaba al ver la reciente conversación.

Había acordado con el mexicano de verse al atardecer en su apartamento; habían pasado ya varios días desde su último encuentro, y el ruso estaba realmente ilusionado. Aquel era un día especial, siendo el cumpleaños del soviético.

Su corazón se aceleraba al pensar en su reencuentro, fantaseaba inocentemente sobre los besos que se darían, pasando a las caricias, quitándose la ropa y haciéndose uno, como muchas otras veces ya habían hecho.

Faltaba poco, y como si de un adolescente se tratase, Rusia sentía sus piernas temblar de ansias. Esperaba desesperado a que el mexicano cruzara la puerta de su apartamento, inundando todo el lugar con su esencia.

Si se era sincero, el euroasiático quería preparar toda una cena casera, con velas, música y poca iluminación; el ruso deseaba escuchar la melodiosa voz del americano susurrándole su nombre con amor, mientras lo veía con cariño, soñaba con que un día México lo amara como Rusia lo hacía con él.

Caminaba ansioso por toda la sala, hasta que llegó el momento en el que se cansó y tomó asiento en un sillón. Faltaba poco para que diera la hora acordada, y los nervios hacían de las suyas con el enamorado.

El atardecer llegó y se instaló en el hogar de Rusia junto con un silencio perturbador, aunque muy al contrario, el ruso no se desanimó, sabía que México no era la persona más puntual del mundo, así que, conservando la esperanza, colocó una película y siguió esperando.

El sol cayó y dio paso a una oscura noche, quién se encargó de abrazar con inseguridades y desánimo al chico que aún mantenía la ilusión de que el latino llegaría.

El tiempo pasaba, y Rusia estaba sentado en el mismo sillón desde hacía horas. Tenía una mirada triste, sentía un nudo en su garganta, un agujero en su estómago.

El hambre se había ido con su alegría, dejando a ese gran hombre destrozado, y con el corazón roto.

México no llegó esa noche.

•-•-•

En otro lado de la ciudad, antes de ser el culpable de un corazón roto, el mexicano disfrutaba de un par de copas en un bar junto a sus hermanos.

Le echó un rápido vistazo a la pantalla de su teléfono, el cual se encontraba desbloqueado y con la conversación entre él y Rusia, al cual vería esa noche.

Sonrió divertido, aquel alto chico en realidad le gustaba, sus sonrisa era bonita, sus fuertes manos lo excitaban, su cuerpo le atraía, y su bonito rostro se le había adorable. Sin embargo tenía un defecto… lo amaba. México era consciente de los sentimientos del ruso hacia él, pero no podía corresponderlos. Le gustaba la relación que tenían, sexo casual y no más.

RusMex Week.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora