Capítulo 3

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NOAH

Pero ¡qué pedazo de IDIOTA!

Mientras subía las escaleras pisando tan fuerte como podía, no conseguía quitarme de la cabeza los últimos diez minutos que había pasado con el imbécil de mi nuevo hermanastro. ¿Cómo se podía ser tan capullo, engreído y psicópata al mismo tiempo y a niveles tan altos? ¡Oh, Dios! No lo aguantaría, no iba a poder soportarlo; si ya le tenía manía por el simple hecho de ser el hijo del nuevo marido de mi madre, lo sucedido había ele- vado esa tirria a niveles estratosféricos.

¿Ese era el chico perfecto y adorable del que me había hablado mi madre?

Había odiado su forma de hablarme, su forma de mirarme. Como si fuese superior a mí por el simple hecho de tener pasta. Sus ojos me habían escrutado de arriba abajo y luego había sonreído... Se había reído de mí en mi cara.

Entré en mi habitación dando un portazo, aunque con las dimensiones de aquella casa nadie me oiría. Fuera ya se había hecho de noche y una tenue luz entraba por mi ventana. Con la oscuridad, el mar se había teñido de color negro y no se diferenciaba dónde terminaba este y comenzaba el cielo.

Nerviosa, me apresuré a encender la luz.

Fui directa hacia mi cama y me tiré encima clavando mi mirada en las altas vigas del techo. Encima me obligaban a cenar con ellos. ¿Es que mi madre no se daba cuenta de que ahora mismo lo último que me apetecía era estar rodeada de gente? Necesitaba estar sola, descansar, hacerme a la idea de todos los cambios que estaban ocurriendo en mi vida, aceptarlos y aprender a vivir con ellos, aunque en el fondo supiera que nunca iba a terminar encajando.

Cogí mi móvil dudando en si llamar a mi novio Dan o no, no quería que se preocupara al escuchar la amargura en mi voz... solo llevaba en California una hora y ya me dolía su ausencia.

Solo pasaron diez minutos desde que había subido hasta que mi madre entró por la puerta. Se molestó en llamar, al menos, pero al ver que no le contestaba entró sin más.

—Noah, dentro de quince minutos tenemos que estar todos abajo —me dijo mirándome con paciencia.

—Lo dices como si fuera a tardar una hora y media en bajar unas escaleras —le respondí incorporándome en la cama. Mi madre se había soltado su media melena rubia y se la había peinado muy elegantemente. No llevábamos en esta casa ni dos horas y su aspecto ya era diferente.

—Lo digo porque tienes que cambiarte y vestirte para la cena —me contestó ignorando mi tono.

La observé sin comprender y bajé mi mirada hacia la ropa que llevaba. —¿Qué tiene de malo mi aspecto? —pregunté a la defensiva.
—Vas en zapatillas, Noah, esta noche hay que ir de etiqueta. No pretenderás ir así vestida, ¿no? ¿En pantalones cortos y camiseta? —me planteó ella exasperada.

Me puse de pie y le hice frente. Había colmado mi paciencia por aquel día.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora