Capítulo 4

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NICK

La expresión de su cara al ver que su vaso estaba vacío superó cualquier vestigio de enfado o irritación que hubiera estado conteniendo desde que nos habíamos sentado a aquella mesa.

Aquella chica era de lo más imprevisible. Me sorprendía la facilidad con la que perdía los papeles y también me gustaba saber el efecto que podía causar en ella con unas simples palabras.

Sus mejillas punteadas por pequeñas pecas se tiñeron de un color rosa- do cuando se dio cuenta de que había hecho el ridículo. Sus ojos fueron del vaso vacío a mí y luego miraron hacia ambos lados, como queriendo com- probar que nadie había observado lo estúpida que había sido.

Dejando a un lado lo cómico de la situación —lo era, y mucho—, no podía permitir que se comportara de aquella forma conmigo. ¿Y si el vaso hubiera estado lleno? No pensaba permitir que una mocosa de diecisiete años pudiera siquiera pensar en tirarme un vaso de agua a la cara... Aquella estúpida niña se iba enterar de con qué hermano mayor había tenido la suerte de acabar conviviendo. Ella solita iba a ir comprendiendo en qué clase de problema se iba a meter si intentaba jugármela otra vez.

Me incliné sobre la mesa con la mejor de mis sonrisas. Sus ojos se abrieron y me observaron con cautela y disfruté al ver cierto temor escondido entre aquellas largas pestañas.

—No vuelvas a hacerlo —le advertí con calma.

Ella me miró unos instantes y luego, como si nada, se volvió hacia su madre.

La velada continuó sin ningún otro incidente; Noah no me dirigió de nuevo la palabra, ni siquiera me miró, cosa que me molestó y complació al mismo tiempo. Mientras ella contestaba a las preguntas de mi padre y hablaba sin mucho entusiasmo con su madre yo aproveché para observarla.

Era una chica de lo más simple, aunque intuía que me iba a causar más de un inconveniente. Me hicieron mucha gracia las caras que había ido poniendo a medida que probaba el marisco servido en la mesa. Apenas probó más de un bocado de lo que nos habían traído y eso me hizo pensar en lo delgada que parecía embutida en aquel vestido negro. Me había que- dado pasmado cuando la había visto salir de su habitación, y mi mente había hecho un repaso exhaustivo de sus largas piernas, su cintura estrecha y sus pechos. Estaba bastante bien teniendo en cuenta que no estaba opera- da como la mayoría de las chicas de California.

Tuve que admitir que era más guapa de lo que me pareció en un principio y fue ese hecho y los pensamientos subidos de tono los que hicieron que mi humor se ensombreciera. No podía distraerme con algo así, y menos si íbamos a vivir bajo el mismo techo.

Mi mirada se dirigió a su rostro otra vez. No llevaba ni una gota de maquillaje. Era tan extraño... Todas las chicas que conocía se pasaban por lo menos una hora en sus habitaciones dedicándose únicamente al maquillaje, incluso chicas que eran diez mil veces más guapas que Noah, y ahí estaba ella, sin ningún reparo en ir a un restaurante de lujo sin una pizca de pintalabios. Tampoco es que le hiciese falta: tenía la suerte de tener una piel bonita y tersa sin apenas imperfecciones; eso sin contar sus pecas, que le daban aquel aire aniñado que me hacía recordar que ni siquiera había terminado el instituto.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora