Capítulo 3

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Encuentro un lugar cerca de la entrada para aparcar y tomo las flores que he comprado del asiento del acompañante antes de bajarme del auto de mi madre. Las piedras del camino hacen ruido bajo mis pies mientras me dirijo hacia la gran entrada.

—Hola, Steven. –saludo al conserje con una sonrisa cuando me detengo frente a su puesto.

—Buenos días, Eider. ¿Cómo has estado? –me pregunta.

—Como de costumbre. –digo para no entrar en detalles. —Me gustan las nuevas velas que tienes. Creo que hoy llevaré esta de aquí. –tomo una vela rosa de su aparador y le doy cinco dólares.

—He rebajado un poco el césped, también espero que te guste el nuevo arreglo de flores que sus padres indicaron.

Asiento con la cabeza y le doy las gracias antes de seguir caminando.

Si hay algo a lo que jamás me acostumbraré, es a ver tantas lápidas. Veamos, es un cementerio y esto es algo que algún día debe pasar. Pero ver a las tumbas tan abandonadas me genera un sentimiento desolador. ¿Acaso nadie viene a ver a estos difuntos?

También es abrumador. Cada vez que vengo aquí, pareciera que las tumbas se duplicaran. Siempre que llego, hay un entierro o más. Mientras camino por los mausoleos, me cruzo con tres grupos de personas que vienen de uno. Sus miradas me recuerdan a aquel día en que vine aquí por primera vez.

Se perfectamente como se sienten estas personas.

Mi corazón siempre reacciona de la misma manera cuando doblo en la esquina de lo que sería su lugar de descanso. Tampoco me acostumbraré a esto. Jamás.

Su lápida, su nombre, sus flores. Nada de eso tendría que estar aquí. Otra persona debería estar ocupando este pequeño sector, por muy horrible que suene.

“Descanse en paz, Agata Johnson. Amada hija, hermana, nieta y amiga. Tus seres queridos siempre te recordarán como la luz que brindabas a sus vidas”
Mis ojos se cristalizan al leer una vez más esa dedicatoria.

—Hola, Agata. –la saludo y me arrodillo sobre su pequeño espacio. Mis manos tiemblan cuando las saco de los bolsillos de mi abrigo. —Mamá me ha dicho que te enviara un saludo. –mi voz se quiebra y mis lágrimas caen mientras miro mis manos.

Steven ha hecho un excelente trabajo colocando las flores alrededor de su lápida. Las gardenias blancas le dan un toque de frescura a su lugar, y como a Agata le gustaba, éstas están plantadas en la tierra ya que ella odiaba que las plantas sean arrancadas a la hora de regalarse. Es por eso que yo traigo flores artificiales cada vez que vengo a verla. Las flores blancas eran su debilidad, así que siempre escojo una variedad diferente en cada ocasión. Las coloco frente a su tumba y luego enciendo la vela que le he comprado para colocarla en un pequeño porta vela de madera que hay a un costado.

Miro la tierra bajo mi cuerpo y me cuesta creer que ella está aquí, justo debajo de mí. Y como siempre, vuelvo a pensar en la última vez que hablamos, un par de horas antes de su muerte.

Aún recuerdo como todo pareció morir dentro de mí cuando sus padres me llamaron a las tres de la madrugada. Mi vida pasó de tener todo a tener nada en cuestión de una llamada.

—Después de tres años, hace un par de días volví a animarme a salir más de un día seguido. –le cuento a su invisible presencia. —Deberías ver a Cody. Se ha puesto más fuerte y está más guapo, ha crecido tanto. Tomos hemos crecido tanto. –sorbo por la nariz. —Fui a su trabajo, hay un tío que trabaja con él y logra pelarme los cables. Rude... –vuelvo a probar la pronunciación. —Su nombre ya te advierte que es peligroso.

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