CAPÍTULO 3. CHOCOLATE CALIENTE.

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Siempre les tomaba más tiempo del usual el "ducharse" juntos. Ya había caído la noche cuando salieron de la bañera. Draco se dirigió a su vestidor en busca de ropa cómoda, pero al ver que Hermione decidió quedarse sólo con su albornoz de baño color fucsia, él la secundó vistiendo únicamente su bata de seda negra. Hermione le dirigió una mirada seductora y se dirigió al tocador.

Mientras ella estaba realizándose su rutina nocturna de belleza, él se recostó en el marco de la puerta para observarla embelesado por su hermosura. Siempre que podía, lo hacía; le encantaba ver cómo peinaba su cabello sedoso con un cepillo de plata, regalo de bodas de Narcissa. Luego de unos minutos se acercó y abrazándola por la espalda, comentó:

—McGonagall me esperaba con varios bocadillos y la verdad, no tengo mucha hambre. Qué te parece si en lugar de la cena de siempre, preparas ese chocolate caliente con vainilla que te queda delicioso y te ayudo a hornear las galletas de mantequilla y naranja que tanto nos gustan —decía mientras iba colocando besos a lo largo de su cuello, empezando desde el lóbulo hasta la clavícula.

—Con esa forma de pedir las cosas, no tengo cómo objetar a sus deseos, señor Malfoy. Está siendo usted muy convincente —respondió esbozando una amplia sonrisa.

—Con eso no tengo problemas; siempre me ayudas a quemarlas —le dirigió una pícara mirada.

—¡Por supuesto! Es que me preocupo por tu salud y me he tomado muy en serio el papel de eso que los muggles llaman "entrenador personal" —se mordió el labio inferior con deseo, lo que provocó una carcajada de su esposa.

—¡Deja de hacer eso, Draco! Ya tuvimos una buena sesión de ejercicio en la bañera —le dijo poniendo distancia de él—, así que vamos por ese chocolate y galletas, que no se preparan solos. Los elfos agradecerán la noche libre.

El joven hizo una mueca de fastidio para posteriormente refunfuñar:

—De qué sirve la magia si no podemos invocar la comida... —su actitud era la de un niño pequeño cuando pierde su juguete favorito. Su verdadero disgusto era tener que separarse de su mujer y no el tema de la alimentación.

Debido al excesivo trabajo de la joven bruja, eran contadas las veces que tenían momentos íntimos fuera de la habitación, por lo que, una vez listos los aperitivos, se sentaron a la orilla de la chimenea. Afuera seguía lloviendo torrencialmente, pero ellos estaban felices en su mundo y lo que pasara en el exterior, no los afectaba.

—¿Para qué te llamaba la profesora McGonagall? —inquirió la bruja antes dar su primer sorbo al chocolate caliente.

—¿Para qué te llamaba la profesora McGonagall? —inquirió la bruja antes dar su primer sorbo al chocolate caliente

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