CAPÍTULO 11. VINO.

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Poco antes del almuerzo, Draco se encontraba en su oficina de la mansión cuando recibió una lechuza. Sonrió ante el contenido de la carta y fue en busca de su mujer. Un elfo le indicó que ella se encontraba en la biblioteca.

Como parte de los cambios que se habían dado en la mansión con la llegada de Hermione, él la había sorprendido con la idea de una sección con estantes que llegaban hasta el cielo raso, exclusivamente para que ella tuviera su "biblioteca muggle" personal. Dicha sesión había sido protegida mágicamente por la pareja, en caso de que Lucius u otra persona intentara destruirla.

Para alivio de ambos, el patriarca ignoraba por completo ese apartado de su casa, actualmente lleno de reconocidos títulos que habían llegado a aumentar el valor de la biblioteca, reconocida por ser una de las más completas del mundo mágico.

Hermione estaba sentada al calor de la lumbre, concentrada en Rebeca, de Daphne du Maurier cuando él la sorprendió con un beso en la coronilla.

—Hemos recibido una invitación para la boda de Theo y Pansy. Será el otro fin de semana. Aunque llevan un tiempo viviendo juntos, desean formalizar su relación pues ansían ser padres y así, sus hijos nacerán dentro del sagrado vínculo mágico matrimonial; pero no quieren a la prensa ni al resto de la comunidad mágica metiendo sus narices en la ceremonia, por lo que será algo sumamente íntimo.

—Nunca pensé que tus esfuerzos para unirlos fueran efectivos. Mira que Pansy acabara enamorándose de Theo después de tantos años ilusionada contigo... —asomó una cómplice sonrisa.

—Ya sabes que siempre la he visto como una buena amiga, casi hermana... En todo caso, para cuando me enamoré de ti, ya no podía tener ojos para nadie más que mi sabelotodo favorita— hizo un gracioso mohín para después besar su mejilla derecha. Luego, poniéndose serio, agregó—: siempre sentí que se lo debía a Theo. Él fue quien me abrió los ojos con lo de mis sentimientos hacia ti y el único que me apoyó en lo que al principio creía era una soberana locura.

—Aún no entiendo cómo es que sólo le hablaras de mí, de mi trabajo, mi peinado del día, mi combinación de colores con las túnicas de trabajo y hasta le repitieras como loro cada orden que te daba y no te hubieras percatado por ti mismo, la razón —sonrió con picardía.

—Así de hechizado me tenías desde entonces — él la miró con un hermoso brillo en sus ojos que denotaba amor y la abrazó por la espalda para quedar a su altura.

—Si Theo no me hubiera volcado la copa de vino encima durante aquella fiesta, ¿no me hubieras dicho nunca lo que sentías?

—No lo sé... —sonrió con el recuerdo, sintiendo un leve rubor en su rostro.

Julio, 2000.

Theodore Nott trabajaba en el Departamento de Derecho Mágico desde hacía un año y por eso Draco lo había recomendado para apoyar a Hermione en la lucha para la liberación de los elfos domésticos, el primer proyecto con el que empezó a trabajar la joven a su llegada al Departamento de Criaturas Mágicas.

Luego de un año de trabajar juntos hombro a hombro, celebraban en una concurrida fiesta, la promulgación en tiempo record de la ley por la que habían trabajado los tres, y también, el término de la sentencia impuesta a Draco, quien, hasta ese momento, nunca había siquiera insinuado sus sentimientos hacia la bruja al no sentirse digno de ella por no ser un hombre libre.

Se encontraba el trío muy feliz brindando sobre todo por que Malfoy había recibido la carta del Wizengamot anunciando el fin de su condena, cuando un invitado pasado de copas, tropezó accidentalmente contra la espalda de Nott y había provocado que la copa de vino de Theo volcara, quedando todo el contenido estampado en el blanco y pulcro vestido de Hermione.

Se encontraba el trío muy feliz brindando sobre todo por que Malfoy había recibido la carta del Wizengamot anunciando el fin de su condena, cuando un invitado pasado de copas, tropezó accidentalmente contra la espalda de Nott y había provocado que...

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