Capítulo 10

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CARTER

Cuando llego a la entrada con el coche veo a James y a Orbela salir del hospital, él con su brazo sobre los hombros de ella que estaba dispersa, seguramente rememorando algún hecho del pasado, era algo en lo que me había fijado que estaba acostumbrada ha hacer.

Toco el claxon haciendo que salga de su ensoñación, sacude la cabeza y tras despedirse de su amigo con un abrazo sube al coche.

— ¿a donde?

Me indica la dirección y hacemos el viaje en silencio, ninguno quiere decir nada con miedo a las palabras del otro, llegamos a una casa pequeña seguida de otra totalmente idéntica, llamamos al timbre y una señora mayor nos abre la puerta.

— Hola Orbela, veo que traes compañía.

— oh sí, este es el señor Carter, mi profesor de psicología

— llámeme Alex.

— Ay hijo tutéame, tratarme de usted me hace sentirme vieja.

Miro en dirección a Orbela con una ceja enarcada pero ella ya nos saca ventaja.

— se lo que está pensando Carter, ni siquiera lo diga.

De nuevo me sorprende que me lea el pensamiento, sonrió a la señora y sigo a la chica que ha subido a una habitación y ya está dentro de un mono para pintar, intenta coger el mango pero las recientes costuras no le permiten doblar los dedos. Suelta varios improperios y después se pone a pensar en una manera de continuar pintando.

— sois unos pilluelos, si a mi edad me pillaban haciendo lo que estáis haciendo vosotros ahora me matarían a palos.

— ¿a qué te refieres Margaret? — la voz de Orbela salió grave y seria, no mira a la señora cuando habla, si no que sigue mirando sus manos hallando un modo de no perder el tiempo.

— En mis tiempos salir con un profesor resultaba casi imposible.

— Margaret, no estamos saliendo, soy amiga de su padre y me hace el favor de traerme al trabajo.

— no no hija, se lo que ven mis ojos.

Orbela no dice nada, en vez de eso coge un rodillo pequeño y la cinta aislante, pienso en darle mi ayuda pero sé que sólo me ganaría una mala mirada por el mero hecho de que se me pasase por la cabeza que no puede hacerlo sola.

Coloca el palo del rodillo en su antebrazo y le da vueltas con la cinta de manera que palo y brazo quedan unidos, luego hunde el rodillo en pintura y con la palma de la mano abierta y los dedos estirados comienza a pintar como puede.

Mantengo una agradable charla con Margaret mientras Orbela pinta, la señora nos trajo un café y pastas las cuales yo acepté encantado, tratando de acallar el rugir de mi estómago, sin embargo Orbela no prueba bocado, se mantiene en silencio, enfadada consigo misma, ocultando a la chica infantil que pretende hacer creer a los demás que es feliz.

Está triste, mira sus manos con rabia de vez en cuando y luego de nuevo su rostro se convierte en un vivo reflejo de la melancolía.

Salimos de casa de Margaret unas dos horas después, el camino hacia su casa es nuevamente en silencio. Cuando llegamos se baja del coche y a medio camino se vuelve deshaciendo sus pasos.

— ¿piensa entrar o se va a quedar ahí?

Su tono era frío y seco, aunque no la culpaba, bajo del coche yo también y dejo que me guíe escaleras arriba hasta una puerta de madera con felpudo negro delante. Cuando abre la puerta y me deja pasar me quede sorprendido, yo me imaginaba una casa vieja, que oliera a polvo y que el suelo crujiera a tu paso, sin embargo tenía aspecto de moderna, todas y cada una de las paredes estaban bien pintadas, el suelo era de imitación parque y los muebles eran de aspecto viejo pero sin embargo transmitían confort a la casa.

Señor CarterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora