Capítulo 23

326 26 1
                                    

CARTER

— si no, tenéis buena genética ambos.

Lo dice con tanta naturalidad que creo que no se da cuenta del efecto que esas palabras hubieran tenido en otras personas. Sin embargo aquí, en este ambiente familiar, la considero más una hermana pequeña a la que tengo el deber de proteger, que a una amiga o incluso una alumna; cosa que me preocupa.

Tengo claro que sé definir los límites, y Orbela ha llegado hasta donde ha llegado por méritos propios pero a pesar de mi hábil dominación para controlar, tengo miedo de que a alguno de los dos se nos escape algo que nos comprometa.

— tendría que irme. Ya es tarde.

Vuelvo de mis pensamientos y me centro en la conversación.

— es tarde para irte. Además orbela, vives en un barrio algo peligroso para ir a estas horas sola.

— en El Barrio ya me conocen no me pasará nada.

— en tu barrio sí pero no en el camino.

— ¿Sócrates? — se burla Orbela de mí, sin embargo me hace gracia en vez de irritarme como normalmente haría.

— no seas infantil. Mi habitación está preparada, yo dormiré en el sofá.

— oh no. Duerma en su habitación, yo duermo en el sofá, nunca he entendido esa obsesión de ceder habitación.

— es algo habitual casi. Es una regla no escrita.

Mi padre decide irse a la cama pero Orbela y yo nos quedamos hablando un rato más.
Se tumba en el sofá y apoya sus piernas cruzadas sobre mi regazo, gesto que, lejos de molestarme, me agrada ya que siento de nuevo su aire infantil en el que se esconde.

— se le veía tranquilo hoy, más... bueno, menos maduro.

— supongo que hoy no tenía razón para guardar las apariencias.

— ha sido agradable descubrir esa faceta suya.

— Bela, Bela. Cuando ganaré la lucha de que me tutees.

— Carter, Carter. Para ser un súper psicólogo a veces me da la sensación de que no entiende a la gente.

Juega con los bordados de sus guantes de cuero. Me invade una melancolía y ella lo nota, dejando las manos en su regazo y cubriéndolas por el jersey.

— Carter. Yo, lo siento, a veces se me olvida que... mis pequeños gestos afectan.

Se pone de rodillas a mi lado en el sofá. Apoya su mano enfundada sobre mi hombro y de nuevo me vuelvo a sincerar con ella, como no lo había hecho con nadie.

— hoy es uno de estos días en los que realmente la echo de menos.

Se me empiezan a acumular las lágrimas en los ojos, me escuecen bajo los párpados pero intento resistirme. Orbela se levanta y me pasa un pañuelo, sin embargo, y como esperaba que lo hiciera, me mira de forma ruda, sin un ápice de compasión, me sonríe pero no con aire melancólico, casi podría decir que es una sonrisa orgullosa. Sabe que no podría soportar que me mirara así, con lastima y eso me conmueve enormemente de manera que me ablando más.

— me duele saber que no está aquí para sentirse orgullosa de mi, para ver mis logros, pero también para ayudarme en mis caídas.

Las lagrimas afloran y lejos de sentirme débil o tonto me siento bien. Orbela me coloca un cojín en su regazo y con una pequeña presión en el hombro me indica que me tumbe.
Se que nota los abruptos movimientos de mi cuerpo mientras las lagrimas descienden escapando de mi control.

— también yo les hecho de menos en momentos así.

Me acaricia el pelo, como una madre acariciaría a su hijo, o quizás en este caso, como una hermana consolaría a un hermano. Lo hace en un acto reflejo pero me consuela, recordándome a tiempo ajenos.

— Pero me consuela imaginar que me observan desde donde quiera que estén, que están aquí a mi lado susurrándome cada día que sea fuerte.

Mis lágrimas han cesado y mi respiración se ha acompasado a los lánguidos latidos de mi corazón. Orbela se desplaza bajo el cojín con suavidad moviéndome lo menos posible me deja tumbado y se mueve por la oscuridad.

— ¿dónde tiene su padre papel y boli?

Señaló el cajón derecho del mueble de la tele. Lo abre con cuidado, como si la hebilla se fuera a hacer cenizas bajo sus manos y extrae una hoja y un boli. Lo posa delante de mis ojos en la mesa baja, se pone de rodillas y da unas palmaditas a su lado para que la acompañe. La miro extrañado y ella me sonríe de forma tranquila.

— se que le resultará raro, pero cuando pasó un mes de todas sus muertes escribí una carta, les redacté todo lo que pasaba en el momento y como estaba la gente que los quería. Les escribo una carta como si en vez de irse para siempre se hubiera ido de viaje al extranjero y luego la quemo. Lo leí en un libro y me gustó la idea, siento que mis palabras se liberan a la vez que el fuego devora la carta. Al principio les escribía bastante a menudo. Ahora ya, solo les escribo uno o dos días al año.

        « No sé si a usted le aliviará, pero es reconfortante sentir que esas palabras calcinadas podrían llegar a su destinatario.

La miro con una mezcla de emociones aunque a ella no parece importarle, coloca la hoja y el boli delante de mi y se aleja un poco, dándome intimidad.

Al principio me cuesta un poco empezar la carta, pero una vez surgen las primeras palabras, el resto de la carta es una verdadera verborrea. Termino unos diez minutos después, me acerco a Orbela que está sentada en la terraza, con una caja de cerillas a su lado mirando la noche. Me apoyo en la barandilla y cojo una cerilla que ella me ofrece, la prendo y la acerco al papel. Cuando ya no queda más que una esquina la suelto dejando que se la lleve el viento, observando la llama que surca los cielos y se lleva consigo todo el pesar que se había instaurado en mi pecho.

Orbela me mira con ojos cansados, sonríe a pesar de que su sonrisa no alcanza su mirada. Me acerco a ella y le ofrezco una mano para que se levante, ella como siempre me agarra del brazo. Dudo un momento, pero finalmente olvido las barreras morales que me lo impiden y la abrazo, fuerte, se siente tan pequeña entre mis brazos que tengo la sensación de que en cualquier momento se va a romper. Me responde el abrazo con ternura, frota mi espalda con un consuelo que va más para sí misma que para mi, pero no me importa.

Finalmente nos separamos y sin decir nada cada uno se dirige a una habitación, yo me tumbo en mi cama, mientras supongo que ella se tira en el sofá, bajo las mantas que mi padre le ha traído. Juego un rato con su pulsera antes de dormirme, y pienso que por mucho que no quiere encariñarse de las personas le es imposible no hacerlo. Ella es puro corazón y no puede evitar el sufrimiento de los demás aunque eso suponga el suyo propio.

Señor CarterWhere stories live. Discover now