Capítulo 6

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Al principio del video que adjunté pueden conocer al nuevo personaje ;)

Capitulo VI
El guardián

VI

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VI. El guardián

Había empezado poco a poco, dando la imagen de estar haciendo un acto común, rutinario y aburrido pero tras unos segundos pudo apreciarse que aquello no era de acá.  Que el hombre tocaba como un querube. Que lo que hacía era etéreo, inhumano y bello.
Maniobraba las cuerdas con debida gracia empírea, meciendo ambos brazos acariciaba dando mimos a las cuerdas. En primera instancia se deducía que eran horas las que invertía en la práctica y aprendizaje del instrumento y en la simpleza elaborada de sus actos podía reflejarse aquello, que para aquel hombre la música lo era todo.
Su arpa debía compartir la misma altura del músic, ambas lucían Imponentes y tan altos que ninguno de los presentes habría podrido rozar el capitel haber alcanzando a tocarla aunque se hubieran puesto de puntillas. El público era masivo. Muchas personas se habían detenido a mitad de su recorrido nocturno para contemplar la presentación, en su mayoría sostenían las compras que habían realizado  y uno que otro eran jovencitos en grupos de tres, claro habían gente mayor y niños también. A todos tan solo les había basta echar una ojeada para haberse quedarse embelesados por el músico.
Gran parte se había sentado en los alrededores manteniendo una posición pensativa.
Por aquello a Samantha no se le dificultó colarse entre el gentío, haciéndose pasar como una espectadora más.
La joven también le había ido clavando la mirada en cuanto más se acercaba a su ubicación, la forma de verlo era, claro, distinta.
Lo veía con un sentimiento profundo de desconfianza y sin admiración, ni enamoramiento, tal vez incluso con un poco de desdén en la punta de las pestañas.
Desde su visión, aquel era un hombre singular y flacucho, tanto que parecía que por mucho tiempo hubiese padecido las hostilidades del mundo. Su nariz era fina, delgada, como la de un romano, demasiado vulgar para su rostro ovalado.
Solo las mangas de su esplendoroso atuendo ondeaban con sus movimientos dejando a sus delgados brazos ir y venir entre las dos caras del instrumento.
Samantha no podía negar que el destino no podría haberle otorgado más esplendorosa oportunidad, así que no pensaba dejarlo marchar y lo acorralaría de ser necesario. Un pensamiento como este resultaba ridículo para ella. Dada la debilidad de sus músculos, Samantha no podría acorralar ni aquel hombre ni a un borrego si es que se lo pidieran. No obstante, de haberse presentado la ocasión lo habría hecho por honor a su obstinación, ya que nada le era un impedimento cuando ella se presentaba.
El ambiente estaba acompañado de las pláticas que el viento arrastraba de las calles alternas. Ya que nadie entre el público hacía más que mirar, el sonido lejano se había entremezclado en una canción sublime compuesta por la melodía y las voces de los desconocidos que funcionaban como coro de aquella pieza celta.
El hombre ni siquiera notaba al numeroso grupo de espectadores que había armado, puesto que al tocar se reservaba a sus memorias, a los recuerdos de su antiguo hogar; tocaba soñando con épocas alternas.
Samantha tuvo que empujar a algunos señores y algunas jóvenes hasta lograr estar completamente en el frente.
De cerca, Samantha se percató de que se había equivocado al creer en primera instancia que él estaba en el suelo, porque de frente pudo ver que el hombre estaba sentado sobre un banco  de madera, y justo a sus pies había ubicado una caja del mismo material para que la gente dejase su gratitud en efectivo.
El hombre no debía de tener más allá de veinte años, de cerca sus rarezas lo hacían bello; tenía las facciones de un joven y la prueba física de que era un ladrón a un lado de sus botas.
La cabeza de Samantha no dejaba de desginarle adjetivos despectivos  cada vez que se paraba a considerar que de alguna manera estaba involucrado en la desaparición de Ñarot.
Era un sucio rufián vestido de caballero galante. Se repetía Samantha.
Estaba segura que él no podría haber conseguido aquel libro por su hermana misma, dado que en un pasado no dejaba que ni siquiera ella se acercara.
Hacía años sí, Ñarot le permitía leer echada en su hombro, mientras pasaba las amarillentas hojas llenas de apuntes escritos por su hermana. Aunque no le permitía tocarlo pero sí ver.
No obstante al crecer, aquello había cambiado de inmediato; apenas cumplidos los diez años ya no le permitía ni acercarse al libro estando cerrado, y para cuando tenía once ya no le leía más cuentos para dormir.
Claro era evidente que Samantha había intentando abrirlo a hurtadillas, muchas veces incluso mucho más de las que admitía y siempre   que se lo proponía siquiera en su mente, Ñarot llegaba para quitarlo antes de que pudiera poner un dedo. Llevándoselo tal como haría un asesino al pretender ocultar su evidencia.
En un momento el arpista se detuvo para descansar, haciendo una pronta  inclinación del cuerpo reclinando también los brazos, como si se encontrará en un auditorio o en un teatro.
Al volver a tomar la misma pose, se quedó de perfil mientras estiraba las manos adoloridas.
Samantha retomó sus pensamientos, y reconoció que lo más cercano a la verdad era que él se lo hubiera arrancado, o que tan solo lo hubiera encontrado.
Siendo de cualquier modo lo recuperaría, porque aquel tomo pertenecía a su hermana y no a un músico callejero.
El público pasó a dejarle una pequeña contribución económica uno por uno, abarrotando de monedas la caja, luego de dejar su dinero cada uno volvía a ponerse a su camino y se iban.
A él no parecía importarle el dinero, porque mientras bebía de una vieja cantimplora no se interesó ni un poco en ojear la cantidad que había ido armando.
Samantha se unió a la fila. Después que un viejo dejara dos monedas, la joven hurgó en sus bolsillos hasta extraer cuatro reales. Improvisó el acto de agacharse como si fuera simplemente a dejarle alguna monetización. Estaba armando un plan en su cabeza, tal vez pudiera resultar efectivo. Las manos de Samantha estuvieron cerca de rozar la tapa de cuero, y podría haber  corrido con este, pero no lo hizo, ya que el libro no podría haberle dado la información que quería. Necesitaba a aquel sujeto. Él sabía algo, de eso estaba segura.
—¡Qué pieza tan antigua! —exclamó con falsa fascinación, abalanzándose para tocar el libro.
Como era de esperarse, el arpista lo tomó mucho antes que ella, apartándolo de su cercanía.
—Sí —dijo sin escrúpulos depositándolo sobre el cuero de su pantalón. Vio a Samantha con indiferencia—. Y no le pertenece.
Samantha puso mala cara.
—A usted tampoco —señalizó Samantha.
El hombre dio una sonrisa de burla, retándola a continuar.
—No le incumbe —le advirtió, pretendiendo volver a tocar. Samantha pudo ver que estaba sonriendo cuando le preguntó—. ¿Ya se va a ir?
—¡No puedo creer que sea tan descarado! Primero lo roba y después pretende que no le diga nada como si no se lo hubiera quitado a...
—Le pregunté si se iría, no le pedí que enlistara mis pecados.
Samantha  se puso de inmediato  furiosa, le hervía la sangre y habría querido de una bofetada quitarle aquella sonrisa de miserable.
—Es usted terrible —exclamó arrugando la nariz—. ¿Cómo puede? es un cínico en serio, ¿cómo se le ocurre robar las pertenecías de una joven desaparecida? y cuando su familia está buscándola. Es un... ¡Agh!
—No robé nada —se defendió el hombre—. Es cosa suya si se le antoja dedicarse a ir por la vida culpabilizando a todo aquel que se le cruce. Hágalo y muy pronto armará un juicio incorrecto del mundo. Además, nadie iba a reclamarlo, menos ahora que todos se han olvidado de ella.
—A excepción de ambos —clausuró Samantha, sin confidenciar que también había alguien más implicado que recordaba a su hermana, aquello no merecía saberlo un desconocido. Indagó de la mejor manera que se le ocurría—. Conoce a Ñarot.
Sonrió triunfante, aquello había sido objetivo desde un inicio. Acorralarlo con la verdad.
—Sí, desde hace un tiempo —confesó sin pretender ocultarlo. Luego se calló para volver a tocar una pieza conocida.
La voz de aquel no denotaba ni una pizca de preocupación, simplemente parecía no importarle nada.
—Ya veo —dijo Samantha dispuesta a sacarle toda la información, yendo con cautela—. ¿De dónde?
No planeaba darse por vencida tan pronto, así que se puso frente a él obstruyendo su paso por si consideraba huir aunque en ningún momento se hubiera puesto de pie. No podía confiarse, los actos de aquel eran tan impredecibles.
Pese a ser muy delgado, él habría podido empujarla si lo hubiera deseado, pero no lo hizo, sino que tan solo se quedó sentado sobre la banca de madera sin intención de pararse en un buen rato.
—De una tierra lejana —dijo de forma cortante sin esclarecer sus dudas—. ¿Y usted de dónde la conoce?
—Es mi hermana, por lo que naturalmente comprenderá que no puedo dejarlo marchar con aquello que tiene ahí.
—Claro —respondió sin inquietarse ni un poco. El hombre cerró sus ojos para hacer temblar algunas cuerdas.
Samantha estaba perdiendo la paciencia, llevaba un buen rato hablando con él y ya le dolían las plantas de los pies por estar de pie allí.
La plaza había ido quedándose desierta poco a poco, solo los focos ante los palacios nacionales seguían alumbrando el sitio, en aquel momento solo estaban ellos y los indigentes que llegaban a acostarse en las bancas.
Samantha se aclaró la garganta, debía terminar aquello pronto, era muy tarde.
—Seré concisa con usted. No tengo suficientes ánimos como para jugar al gato y al ratón. Así que vamos de una vez, usted no podrá negar que conoce el paradero de Ñarot.
El guardián sonrió levemente con malicia.
—No se lo negaré, pero decírselo acabaría con usted.
—Bien —respondió exasperada Samantha—. Si no piensa cooperar, deme el libro, lo haré por mi cuenta.
—No, no le serviría de nada, porque no podrá abrirlo, es imposible.
Samantha volvió a inclinarse para intentar arrebatárserlo, no estaba para recibir excusas. Ya no quería nada interponiéndose en su camino. Abrir un libro no era imposible, nada tan mundano como aquello lo era, tan solo le mentía y le quitaba el tiempo.
Pero como siempre, aquel se movía mucho más veloz que ella y lo alzó por los aires con una mano, sin que Samantha pudiera quitárselo, dado su estatura.
Sin embargo, pronto el músico se aburrió y reconoció que aquella joven no iba a dejarlo en paz si seguían así, discutiendo como bestias.
Tenía un juramento, pero llegó a la conclusión de que no faltaría a su lealtad si es que hablaba con un poco de la verdad. Tan solo una pizca.
—Se lo cuento, pero no aquí —dijo bajando la voz y se acercó a ella como si le confidenciara algo—. Conozco un buen sitio.
—Está bien, más le vale —le advirtió.
Así fue que Samantha se quedó esperándolo sin quitarle el ojo.
El hombre se sacudió los brazos antes de pararse, sin duda era mucho más alto de pie, quizás dos metros.
"Como los chicos en la tienda" recordó Samantha momentáneamente mientras el músico caminó hacia ella, sosteniendo el libro bajo el brazo.
Samantha se percató que había dejado el instrumento a media plaza, con duda lo observó.
—¿No le da miedo que se la roben?
El arpista se carcajeó.
—¡Qué! ese arpa no se la roba ni el demonio. Siempre vuelve por sí misma a mí.—dijo adelantándose en el camino.
...
El hombre caminaba a zancadas y a la joven le costaba mantener su paso. Samantha tenía las piernas largas pero aquel tenía los pies largos y las piernas también, le era físicamente seguir su ritmo y aunque ya se encontraba cansada no se quejó en voz alta.
Él la había hecho caminar por varias calles y callejones que a esa hora se encontraban vacíos pero no en silencio, en ese horario Armelia era escalofriante y la joven lo había confirmado el día que se había dispuesto a enviar la carta a su vecina.
Al no ver un destino claro, Samantha inició a creer que le había tendido una trampa. Se riño a sí misma por haberlo seguido, seguir a extraños era lo primero que había aprendido y a lo primero que había faltado.
La joven quiso darse la vuelta y volver a la tienda, mas en ese momento fue cuando finalmente se detuvieron. Durante todo el camino había pensando tanto que no se había dado cuenta a dónde la habían dirigido sus pies, quienes de forma obediente iban tras ese hombre y por ello al ver el lugar pensó que debía tratarse de ser una equivocación de lugar o de una mala broma.
Se habían detenido frente al gigantesco local que ocupaba la tienda de antigüedades.
Era un error, debían haberse detenido nada más a descansar.
Sin embargo, no pudo abstenerse cuando el arpista jaló la perilla de la puerta para allanar el lugar. Este la abrió.
—¿Va a venir o no? —le dijo al verla detenida.
Samantha no dijo nada y pasó de largo, a un lado del brazo que sostenía la puerta.
Mientras se envolvía con el aroma de su hogar, Samantha estaba pensando en que el señor Robert iba a molestarse mucho cuando viera que había traído a un muchacho consigo.
"Me da asilo y trabajo. ¿Qué es lo que hago? traigo un muchacho como paga." Discutía en su cabeza mientras que en el exterior iba moviendo las manos nerviosa, las cuales no paraban de sudar.
La tienda estaba cerrada en ese horario, pero el anciano seguía ordenando algunas cajas cuando entraron. Se movía como un joven entre una repisa y otra desempacando nueva mercancía.
Su acompañante carraspeó, interrumpiendo su concentración y turbando la Paz de su amada tienda.
—Ya está cerrado. No molesten —gruñó de espaldas.
—Lo sé, perdone la intervención —dijo Samantha, intercediendo por los dos.
Al reconocer su voz, el señor Robert se giró aliviado.
—Pensé que no volvería hasta más...
Al ver a aquel hombre orillado en una de las repisas, se quedó atónito. El rostro se le llenó de molestia. Samantha se apenó mucho.
—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó al tipo, hablando disgustado—. Habíamos quedado para la próxima semana y no aquí.
Samantha se quedó expectante, cuestionándose si había dicho la próxima semana realmente o si lo había imaginado.
—También es un gusto volver a verlo —contestó el guardián jugando con un viejo reloj cucú. Como un niño inquieto pasó uno de sus largos dedos para acomodar las agujas y marcar la hora exacta. El viejo gruñó—. Así está mejor. No estoy acá por usted, sino por ella.
El músico la señaló con el mentón.
Samantha no estaba ausente, aunque sí revuelta, por lo que no articulo ninguna palabra. Haber descubierto que se conocían la dejó un poco atontada y sus ojos la delataban.
¿De dónde podrían conocerse un ladrón y un viejo?
No podía deducirlo.
Era obvio que eran hombres estrambóticos, y que desde luego no parecían llevarse del todo bien, entonces ¿por qué iban a reunirse?
El señor Robert frunció el ceño y abrió la boca al instante, por otra parte recordó que lo había traído y que porla presencia de aquel se encontraba malhumorado, así que  la joven se quedó a la espera de una amonestación.
—Samantha —habló confundido y dirigiéndose al hombre —. ¿Qué tendría que ver alguien como usted con ella?
La joven no logró quedarse con la boca cerrada.
—Mejor dicho, ¿qué tendrían que ver ustedes dos?—cuestionó.
—Somos viejos conocidos —contestó el joven—. Llevamos un buen rato haciendo negocios.
—Sí, desde hace mucho —agregó el vendedor, tensando sus facciones.
—¿A qué tipo de negocios se refieren?—dijo Samantha arrugando el entrecejo, la situación estaba tornándose cada vez más confusa.
El señor Robert se rascó la nuca nervioso.
—Bueno, cuando le dije que tenía clientes peculiares —explicó el Señor Robert—. También abarcaba a tipos como este, él es uno de mis proveedores.
—Desde hace una década.—añadió el joven destapando una tetera y viendo en su interior con el rabillo del ojo. El otro no toleraba que tocaran sus cosas y de inmediato le quitó las manos del objeto.
Samantha previó que iban a discutir nuevamente porque el viejo arrugó la frente, como hacía cuando los niños tocaban las cosas.
—¡Deje de tocar las cosas! Va a quebrar algo—le reprendió desesperado.
—Es un amargado, ni la propietar lloriqueaban tanto cuando la robe para usted.
—¡Ya! Dejen eso—dijo Samantha.
Dos indigentes pasando por esa calle se quedarían frente a la vitrina, viendo los tres sujetos deliberando como si fueran a pelearse, rápido siguieron su rumbo cuando Samantha les devolvió la mirada.
—Gente entrometida—murmuró el señor Robert yendo a descorrer las cortinas gigantescas para tapar la vista. Mientras el joven volvió a mirujiar** una colección de cartas.
Samantha se quedó parada en mitad de la habitación uniendo las piezas que tenia.
El guardián tenía el libro, no sabía cómo ni porqué. Aquellos dos se conocían y trabajan juntos, que si era así, si se conocían hacía mucho, no tenía sentido que no pudieran ni verse. ¿Cuál sería el motivo de su riña?
Cuando el Señor Robert volvió el músico se hizo el loco revisando la papelería que Samantha había dejado en el mostrador esa misma tarde, con indiferencia las ojeó.
—Diez años y este canalla no puede siquiera cumplir con nuestras reuniones.—dijo el anciano dándole una manotada en el hombro derecho.
—Y usted con sus deudas.—murmuró el hombre entre dientes.
Samantha atendió el disgusto del dueño con una afirmación de cabeza. Al parecer le molestaba su impuntualidad, a Samantha también le fastidiaba aquel hombre, era insoportable.
—Discúlpeme por haberlo traído, no lo habría hecho de ser necesario, pero él sabe sobre Ñarot—se disculpó.
El anciano se mostró confundido.
—Habla de la magnífica muerta andante —detalló al viejo el otro—. De quien le hable.
Samantha se quedó paralizada. Aquella oración resultaba sugerente en aquella voz profunda, pero el estómago se le estremeció por otro motivo...
Porque recordó haber oído esas mismas palabras cuando era una infante.
Samantha palideció.
—¿No que esa historia era mera ficción? —preguntó el señor Robert al hombre.
Samantha apenas lo oía.
Estaba pensando. Recordando y conectando sucesos.
Cuando tenía siete años había escuchado desde el pasillo de su casa a alguien decir la misma oración, había sido una voz como esa, un hombre.
—Usted estuvo en nuestra casa esa noche —Le dijo, y hablando un poco más para sí misma pronunció palabras al azar —Yo no lo inventé. Existe. Hay una manera de atravesar paredes y desaparecer en escaleras.
Samantha sonrió desquiciada.
Por años había probado atravesar las paredes, recitando los versos mágicos que había creado con el mismo propósito, sin embargo siempre terminaba dándose contra la madera.
—Desde luego —dijo el hombre—. Puede llegarse a cualquier parte si el ser humano se lo propone.
El músico sonreía con satisfacción.
—¡Bah! no le creería nada si fuera usted, esa historia sobre muertos que sobreviven a la descomposición solo son líneas descabelladas —le dijo con escepticismo el viejo—, creadas por un loco y repetidas por insensatos como él. Este hombre está completamente mal de la cabeza.
Samantha no dio oídos a sus palabras.
—Cuénteme lo que sabe, estoy lista.
El viejo murmuró al ver que la joven lo ignoraba, herido refunfuñó quedándose en el mostrador fingiendo acomodar las cosas.
—Bueno, antes dígame qué le han contado hasta ahora —exclamó el guardián tirándose al piso para, acto seguido, recostarse en el suelo. De espaldas a la madera prosiguió —. Le aconsejo hacer lo mismo, esto es largo y difícil de asimilar.
Samantha acató su sugerencia, sentándose con las piernas cruzadas.
Aparte, el señor Robert sin que lo hubieran invitado se fue a la habitación trasera por una manta. Momentos después regresó y se sentó sobre esta, quedándose cerca del calor de la estufa, pero lo suficientemente pegado para poder escuchar. Sabía que todo lo que iba a soltar aquel músico callejero eran puras mentiras, todo lo que salían de sus labios eran patrañas y engaños.
—Mis padres mencionaron algo sobre sus muertes y acerca de que Ñarot había hecho algo terrible. Nada más.
El arpista la interrumpió para decir:
—Ah, ¿esas alimañas siguen vivas? Creí que el mundo ya se había librado de ellos.
Samantha se rió. Sus padres estaban incluso más saludables que mucha de la gente joven que había conocido, siempre alegaban de su excelente salud diciendo que no se metían toda esa porquería de comida en el cuerpo. En aquel punto la joven creía que ella moriria antes que ellos, dado a que sus sesenta años seguían más fortalecidos que nadie.
—Por infortunio sí, siguen vivos y totalmente sanos.

Esdesth y los dioses perdidos  [En curso] Where stories live. Discover now