Extra #3

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Extra #3: No caer. 

Detroit:

3:37 pm

Lo había vuelto a hacer, había vuelto a caer...

Y lo que le daba más asco era saber que, solo por mantenerse a escondidas, vomitó en una bolsa de papel que ahora escondía en su cuarto ¿Por qué? ¿Por qué seguía? ¿Acaso no había aprendido que eso era la peor solución posible?

Pero no pudo evitarlo, o al menos eso se dijo a sí misma. Vivir junto a sus tíos Cloe y Gabe significaba que solo su tío cocinaba, puesto que su tía jamás había aprendido a hacerlo. Él solía llegar tarde y agotado del trabajo, al igual que su mamá, así que las únicas dos personas que sabían algo de cocina rara vez tocaban los fogones ¿Qué significaba eso? Que en la última semana, Cristal había tenido que soportar comida a domicilio.

Y mucha de esa trajo consigo demasiada grasa.

Ya ni siquiera era por el hecho de ser igual a alguien más, ahora lo hacía más por sentir que las calorías eran algo así como veneno. Tenía esa maldita voz en su cabeza repitiendo una y otra vez que debía deshacerse de todo...de las grasas, de los azúcares...a veces hasta de sí misma. Fue esa voz susurrante lo que la llevó a hacer aquella cosa tan asquerosa, tan indignante, y ahora lloraba en silencio en su cama por temor a que alguien la escuchara.

Porque pedir ayuda todavía era difícil...

Solo esperaba que el programa MER empezara pronto y que consiguiera ayudarla. Su tía y la doctora Wallace seguían buscando las otras tres candidatas posibles para esa generación de margaritas, pero ella sentía que se estaban tardando una eternidad en aparecer. Necesitaba mejorar por sus padres, quienes ya habían sufrido mucho; por sus amigos, que la esperaban en Los Ángeles y por sí misma, que cada vez se sentía más débil. No podía seguir lidiando con los monstruos que se habían apoderado de ella.

Escuchó un pequeño ruido en la ventana y lo ignoró para seguir llorando. Luego escuchó otro, y otro...hasta que le fue imposible no notarlos. Limpió sus lágrimas y se levantó de la cama para ver qué estaba sucediendo. Al llegar al cristal, encontró una sonrisa amplia, unos ojos verdosos y un cabello castaño un tanto largo, todo unido en un chico que saludaba desde la ventana de la otra casa. Él le hizo una seña para que abriera la ventana, ella negó con la cabeza.

De verdad no quería hablar con alguien en ese momento.

En respuesta a su negación, el chico juntó sus manos en una súplica y esbozó un puchero. Cristal rodó los ojos y se cruzó de brazos ¿De verdad él estaba rogándole por abrir la ventana? Poco a poco, el puchero de su vecino se fue haciendo más y más exagerado, hasta que fingió llanto y todo. Cris estaba confundida, no sabía de qué se trataba todo eso. Lo que no pudo negar fue que aquella escena le resultó graciosa; exagerada, pero cómica al fin y al cabo.

Lo suficiente para sacarle una sonrisa y para que optara por abrir la ventana.

—¿Hace falta que te lloren para que prestes atención? ¿Es en serio, mujer? —soltó él, tan pronto el cristal no se interpuso entre ambos. Las ventanas de ambas habitaciones estaban lo suficientemente cerca como para no gritar. David colocó ambas manos en sus caderas y sonrió con diversión antes de soltar un suspiro exagerado —. No imagine que fueras una chica tan difícil.

—¿Qué quieres, David? —preguntó ella, sin mucho ánimo.

David Olsen era el vecino de sus tíos, quien vivía en la casa junto a la que ahora ella estaba ocupando y el chico que le había llevado una horrible canasta de frutas en su primer día en Detroit ¿Qué había aprendido de él en una semana? Que era demasiado perseverante cuando se trataba de causas sin sentido. Por ejemplo, ella.

Extras de Rosas|| libro #3.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora