Extra #5

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Extra #5
Al final del arcoíris:

Detroit.

7:30 am

Detroit era mucho más frío y nublado que Los Angeles. Es más, en el mes que Cristal llevaba viviendo ahí, fueron contadas las veces que vio el sol asomarse en aquel cielo de distintas tonalidades de grises. Aún así, ella no podía decir que le desagradaba del todo ese clima. De alguna forma, sentía que encajaba con ella, con sus más profundos sentimientos.

Veía en las nubes grises la misma tempestad que en su alma; una que no alcanzaba a ser tormenta, pero si era una calma melancólica y grisácea.

Así que sentía cierta empatía por las mañanas nubladas, quizá por eso había adquirido la costumbre de salir a caminar por el vecindario tan temprano. En L.A jamás habría hecho eso, no con el sol siendo un martirio capaz de broncear su delicada piel de porcelana en solo segundos. Ahí, en Detroit, podía hacerlo...

Y quizá el mero hecho de poder era lo que le encantaba de sus caminatas.

—Justo a tiempo, vecina temporal.

Lo que todavía no sabía si le encantaba era esa compañía no solicitada cada mañana. Suspiró antes de voltear hacia la cerca vecina, donde una sonrisa particular la estaba esperando ¿Cuál era el truco de David Olsen para verse tan animado siempre?

¿Y por qué simplemente no podía alejarlo?

Cris salía a caminar cada día temprano, pero bastó con que una vez su caminata coincidiera con el camino de David hacia la parada de autobús de su escuela para que él se autoproclamara su compañero de ejercicio cada día. Ahora la esperaba siempre y caminaba a su lado por las calles de su aburrido vecindario. Cristal todavía no podía definir si eso la molestaba o le agradaba; algunos días era una cosa y otros otra.

Esa vez en particular, le agradó encontrarlo a la espera en su lado del jardín.

—Buenos días, David —dijo, dedicándole una pequeña sonrisa. Ella comenzó a caminar por su patio y él la imitó por el suyo —. ¿Cómo estás?

—Mejor ahora que te veo.

Cris rodó sus ojos y ahogó una carcajada ante ese comentario. David no solo era bueno manipulando conversaciones hasta obtener las respuestas que deseaba, sino que también era increíble buscando oportunidades para demostrar lo bueno que era coqueteando. Tenía el presentimiento de que lo hacia para obligarla a hablar, para sacar a la luz a esa Cristal no tan cerrada que a veces vencía a sus más grandes miedos.

Quizá ese era también el propósito de esa peculiar sonrisa.

—No te rindes, ¿cierto? —le preguntó ella, logrando que él sonriera aún más.

—Darme por vencido es algo a lo que no estoy acostumbrado —aseguró él —. Me gusta alcanzar mis metas.

—Algunas metas son inalcanzables.

—Solo lo son si te convences de ello.

Esa conversación los empujó a ambos a llegar hacia la acera, quedando frente a frente el uno con el otro. Él tenía que bajar su mirada para observarla bien, pero le gustaba el ángulo en el que su altura le permitía verla, pues justo a esa distancia podía vislumbrar mejor el brillo del día acumulado en esos ojos verdosos tan espectaculares. También tenía una buena imagen de sus pecas, esparcidas por su nariz y pómulos. Cris estaba muy delgada, demasiado, pero ella se veía tan delicada que no podía dejar de parecerle hermosa.

No era que ignorara su delgadez, o la tristeza que desprendía. Todo lo contrario. David solo se enfocaba en el hecho de que, a pesar de que parecía estar viviendo un infierno, Cristal seguía viéndose como un ángel caído del cielo.

Extras de Rosas|| libro #3.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora