Capítulo 3

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Rubí

Me levanto temprano y le doy un vistazo a mis redes sociales y luego tomo una ducha. Para enfrentar este largo y agotador día me pongo un vestido beige por encima de la rodilla de mangas tres cuartos con una abertura en la parte superior de los senos, elijo una cartera color rosa vieja, unos pendientes largos, unos tacones a juego con el bolso, opto por un maquillaje sencillo y el pelo suelto. Al desayunar Kathe y yo emprendemos un viaje por las calles de Río en busca de un local. No tuvimos que ir a muchos sitios, primero fuimos a Leblon, después a Ipanema y por último a Copacabana.

— Creo que este es el sitio ideal, qué crees — pregunta Kathe al observar la edificación de dos plantas con vistas al mar en la que estábamos.

— Me parece perfecto — la secundo —. Necesita unos arreglos pero nada que no pueda solucionarse.

— Entonces prepararé los documentos y se los haré llegar para que su abogado los revise — avisa la agente inmobiliaria

— De acuerdo — le digo.

Kathe y yo abordamos mi auto y regresamos a su casa.

— Llamé a nuestro antiguo grupo y les dije que volviste.

— Tenía pensado visitarlos mañana.

— No te preocupes, Diego y Patricia, que por cierto están comprometidos por si no lo sabías van a preparar una fiesta para darte la bienvenida, será mañana.

— Ahí estaré, tengo que salir, nos vemos en la noche, no me esperen para cenar.

— Ok.

Al salir llamo a un taxi que llega en  veinte minutos, tiempo suficiente para ponerme un atuendo más cómodo y menos ostentoso.

— ¿A dónde la llevo señorita? — pregunta el taxista

— A Rocinha.

— ¿Está segura?, es un barrio peligro.

— Lo sé, he estado allí antes.

Ante mi respuesta pone el motor en marcha rumbo a nuestro destino. Rocinha es una de las tantas favelas de Brasil, solía escaparme a allí en los siguientes cinco años de la muerte de mis padres, habían buenas personas, diversión y me alejaba de la vida diaria. Los padres de Kathe son buenas personas, pero eran demasiado estrictos y correctos, así que busqué una vía de escape.

Al llegar saco un billete y le pago al conductor el recorrido dejándole el cambio. Camino unas cuantas calles hasta llegar a la fonda de doña Lola, la mando a llamar y uno de los camareros me indica que tome asiento mientras la espero. Al pasar unos minutos tengo frente a mí a una señora de tez oscura, un poco bajita y rondando los cincuenta, la cual se sienta en la silla que tengo delante.

— Buenas, en qué puedo ayudarle.

— ¿Lolita, te acuerdas de mí? — se queda mirándome fijamente tratando de identificarme y tres segundos más tarde abre las cuencas de sus ojos como si no creyera quien soy.

— Oh por Dios, has vuelto pequeña Rubí. Te veo muy bien, pensé que no regresarías, qué te trae por aquí.

Doña Lola tiene esta fonda desde que tenía treinta años, en mis escapadas me enseñó a cocinar unos cuantos platos típicos de Brasil, despertó mi pasión por la comida y tiene un sazón delicioso, por lo que quiero que trabaje en mi restaurante. Después de proponerle el trabajo me dedico a jugar con los niños de la zona hasta que la noche abraza al cielo. Pido un taxi y antes de subirme a él paso otra vez por la fonda.

— Entonces aceptas o no — le pregunto.

— Acepto.

Me despido de ella y regreso a la mansión, ya todos están dormidos así que voy directo a mi recámara. Me despierto con la voz de los gemelos a mi lado.

— Tía levántate, hoy es el día de ir a la playa — dice Kira.

— Espérenme unos minutos — digo medio somnolienta.

— Pero que sea rápido que las chicas siempre os tardáis mucho.

— Está bien Jhos me apresuraré.

Salgo deprisa a asearme, me pongo un bikini negro, la parte inferior es alta y con tiras cruzadas en sus costados y la superior tiene un pequeño vuelo que recae por encima de los senos, me coloco un short corto, una blusa transparente y un par de sandalias, tomo una pamela y una gafas de sol. Al bajar al salón principal está Kathe tomando su bolso.

— Veo que el domingo de playa sigue siendo una tradición — le digo.

— A los niños les encanta y sabes que a Josué le gusta surfear.

— ¿Sigue en pie la fiesta de Diego?

— Sí.

Salimos a la entrada y subimos al auto de Josué, en el camino escucho a los niños reír con las tonterías de su padre y con mis historias en París. Al llegar escogemos un sitio cerca de la orilla, le pido a Kathe que me tome una fotos para enviárselas a Max y luego nos tiramos unas selfies todos juntos. Josué se marcha a surfear un rato mientras que Kathe y yo vamos al agua con los niños. Al pasar el rato los gemelos se quedan construyendo unos castillos de arena y nosotras nos bronceamos un poco.

— Creo que a tu piel ya le hacía falta un poco de Sol.

— También lo creo, en París el clima era mayormente nublado.

— Rubí, le envié el contrato del local al abogado de mi familia, lo revisó y todo está en orden, solo falta tu firma.

— No hay problema en eso, aunque creo que debería contratar a mi propio abogado.

— Es una buena idea, Clarissa podría ayudarnos.

— Mejor voy a por unas caipirinhas.

— Es en serio — me dice pero sigo alejándome en la arena.

Camino hacia uno de los quioscos y pido dos bebidas, en el camino de regreso veo a la familia jugando en el mar y sin percatarme un balón de volleyball golpea mi cabeza derramando las caipirinhas sobre mí.

— Lo siento mucho, no medí la fuerza al golpear el balón — dice un hombre de ojos marrones, cabello castaño oscuro, tez bronceada, pequeña barba y aproximadamente un metro noventa de estatura.

— No te preocupes — le digo y él extiende su brazo para ayudarme a levantar dejándome ver un tatuaje en la cara interna de su brazo derecho.

Acepto la ayuda y por unos segundos me quedo observando el abdomen definido, los pectorales y los musculosos brazos del desconocido que tengo en frente. Le agradezco y sigo mi camino.

— Dónde están las bebidas — pregunta Kathe al verme llegar con las manos vacías.

— Me golpeó una pelota y se derramaron sobre mí, entonces un atractivo y guapísimo hombre me socorrió.

— ¿Y quién era?

— No lo sé, bastante tuve con quedármele mirando como loca.

— Antes de que se me olvide, mañana va a ir al local el jefe de una compañía de reparaciones, se encargan de todo, instalaciones eléctricas, hidráulicas, tuberías de gas e incluso paredes, techo, piso, es decir, todo lo que se necesite — me comenta mi amiga.

— Es hora de irnos — nos interrumpe Josué.

— Es hora de irnos — nos interrumpe Josué

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