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—Este me gusta —asiento, mirando la diapositiva en mi portátil.

—Es bueno, muy bueno —dice Milana, de pie a mi lado.

—Pues yo creo que el anterior era mejor, pero este también es genial —añade Marta.

Me queda muy poco para hacer el traspaso de poderes, pero quería cambiar la identidad gráfica de Smeed Industries antes de irme, así que estamos mirando las propuestas de logo que nos ha mandado la diseñadora que hemos contratado para hacerlo.

Estos días también he estado ocupado con la creación de la Fundación Smeed. La empresa tiene muchos beneficios, tantos que me parecía una falta de responsabilidad social no destinar una parte a programas benéficos. Hace ya tiempo que lo tengo en la cabeza, y de hecho se lo sugerí a mi padre hace unos años, pero dijo que no le interesaba. Ahora, como la empresa es mía y puedo hacer lo que me dé la gana, he decidido tirarlo adelante. Habrá varios frentes de acción, pero para empezar nos centraremos en ayudas a la infancia y temas medioambientales.

Esto me hace feliz, porque creo que es a lo que podría dedicarme dentro de la empresa. El trabajo de dirigir una empresa siempre me ha parecido vacío e interesado, pero ahora que dirigiré la Fundación, por fin siento que estoy haciendo algo para cambiar las cosas.

Paso la diapositiva y mi mirada se desvía momentáneamente hacia la parte superior de la pantalla, donde veo que ya son las cuatro y siete minutos.

—Mierda —murmuro, y miro a las dos mujeres—. Me tengo que ir. ¿Seguimos con esto mañana?

—Claro —contesta Milana mientras Marta asiente con la cabeza—. Corre, hombre, que no vas a llegar.

Me levanto, recojo mis cosas rápidamente y salgo por la puerta como alma que lleva el diablo. Justo cuando salgo a la calle, veo un taxi pasar, y corro con la mano levantada para cogerlo, pero una mujer tiene más suerte que yo y se sube antes. Suelto un gruñido de frustración, y casi pego un bote cuando escucho el cláxon de un coche. Me giro hacia la dirección de la que ha venido el sonido, y veo el descapotable de Janelle.

—¡Vamos, tardón! —grita, y corro hacia ella.

—Me has salvado la vida —le digo mientras me subo al asiento del copiloto.

—Si ya sabía que llegarías tarde, y como yo también quiero ir, pues he dicho "venga, seré amable y lo pasaré a recoger".

—Qué considerada —contesto, divertido.

—Siempre.

Janelle arranca y conduce por las ajetreadas calles de Los Ángeles mientras yo no paro de mirar el reloj. Dudo muchísimo que a él le importe lo más mínimo que lleguemos tarde, pero son las ganas de verlo lo que me lleva a estar tan nervioso. Después de todo, no nos vemos desde hace más de un mes, en mi última visita a Londres.

El aeropuerto está a reventar, algo no tan extraño porque es uno de los más concurridos del país pero, a juzgar por la multitud que hay congregada delante de una de las puertas, incluyendo paparazzi, debe de haber aterrizado alguien famoso. En el fondo no nos va nada mal, porque así la atención está distraída de nosotros.

Mis cálculos salen mal, porque en cuanto entramos por la puerta —una bastante alejada de donde está todo el bullicio—, aparecen varios fotógrafos y fans emocionados de Janelle que empiezan a pedir fotos y hacer preguntas, la mayoría de ellas sobre nuestra relación. Janelle consigue ignorar la mayoría de cosas que le dicen, pero cuando un periodista grita una pregunta muy concreta, puedo ver cómo su expresión se ensombrece.

—¿Qué opina del reciente divorcio de su madre?

La miro con cautela, pero ella pronto recupera la compostura y sigue caminando. Algunas personas nos persiguen un poco más, pero al final terminan dejándonos en paz.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Where stories live. Discover now