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Busco a tientas el móvil que no deja de sonar. Suelto un gruñido cuando no consigo alcanzarlo, y es Jude el que hace el movimiento que lo consigue encontrar. Presiona el botón de "Desactivar", y el ruido martilleante cesa. Suspiro, aliviado, pero en cuanto abro los ojos y veo que el sol empieza a asomarse, noto un malestar en el cuerpo. Tengo que ir a trabajar. Otro día más.

La parte positiva es que, esta vez, sé que tengo a alguien esperándome en casa, sé que tengo algo a lo que volver. Hasta ahora solo George era mi motivación para querer volver a casa, pero Jude ya lleva un par de días aquí, y todo parece ir bien.

Me levanto con pesadez, odiando tener que abandonar la cama cuando me quedaría todo el día aquí, entre las sábanas, con Jude. Tengo que esquivar prendas de ropa y objetos varios —entre ellos, una caja de preservativos tirada de cualquier manera por el suelo— para poder llegar a mi armario. Me visto rápidamente y me giro para ver si Jude está despierto, encontrándome con que ha vuelto a dormirse.

Me doy cuenta de que toda la habitación está hecha un desastre, y cuando baje a la cocina es muy probable que me la encuentre en un estado parecido. Es como si Jude fuera arrastrando su tendencia al caos con él, y me sorprende no haberlo notado hasta ahora, cuando soy una persona muy ordenada. Puede que sí lo haya notado, pero no haya querido pensar en ello, porque estos días no tengo ganas de pensar, solo de sentir.

Me visto con calma, porque todavía me queda media hora para tener que salir de casa. George me recibe en cuanto abro la puerta de mi habitación. El pobre seguramente intentara entrar durante la noche, ya que el día anterior durmió con nosotros, pero ayer lo dejamos fuera porque tener a un gato mirándote mientras follas no tiene pinta de ser muy cómodo, y luego olvidé abrirle porque nos quedamos dormidos justo al terminar.

Me saluda con un maullido que tiene un deje de reproche, y lo cojo en brazos para acariciarlo, como si le quisiera compensar el haberlo dejado solo ayer. Bajo las escaleras y le lleno el comedero antes de ponerme a preparar el desayuno.

El viaje hacia la oficina se me hace más ameno de lo normal. Lo paso contestando mails, pero no me fastidia tanto como el resto de días. Me siento tranquilo, como si me hubiera deshecho de todo el estrés que llevaba encima, aunque tengo claro que no tardará en volver.

El día pasa rápido, porque estoy tan ocupado que apenas miro el reloj y cuando, tras tres reuniones y horas de papeleo con Marta, por fin me siento en mi despacho, ya son las cinco y media de la tarde. Hace ya tiempo que considero que no tengo hora de salida (aunque, como temprano, salgo a las seis), y siempre soy el último en irse. Las últimas personas que quedan en la oficina ya están empezando a recoger, y Ronald pasa a despedirse de mí antes de cruzar la puerta hacia la salida.

Respiro hondo. Si algo me gusta de salir tan tarde, es que las últimas horas las paso completamente solo. No hay estrés ni mil personas llamándome o viniendo a pedirme cosas, solo soy yo con mi montón de papeles en el escritorio, y las decenas de mails por contestar.

Son pasadas las seis cuando escucho pasos en la oficina. Frunzo el ceño y miro al reloj, porque el personal de la limpieza suele venir a partir de las siete. Me levanto para salir a ver quién es, pero apenas he dado dos pasos cuando escucho tres golpes de nudillos en mi puerta. Ni siquiera me pasa por la cabeza que pueda ser alguien con malas intenciones, asumo que será Marta que se ha dejado algo, o incluso Janelle, que se pasa por aquí de vez en cuando. Mi tercera opción es la que termina confirmándose como acertada cuando abro la puerta y está Jude al otro lado, llevando una camiseta hawaiana —aunque esta es diferente a la de la última vez que estuvo aquí—.

—Hola —me saluda como si nada, y levanto una ceja.

—¿Cómo has entrado? —le pregunto, porque es algo que me tiene intrigado.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora