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Bajo las escaleras tan rápido que en cualquier momento podría tropezar y partirme la espalda, pero es que tengo prisa. Hoy teníamos que revisar las cuentas del trimestre y se me ha hecho tarde. No me he ni enterado de qué hora era hasta que he visto que el cielo empezaba a oscurecerse. Tengo que estar en casa de Nathalie en menos de media hora, cosa que es imposible.

Llego a la calle mirando el reloj de mi muñeca e intentando recordar a qué hora pasaba el bus, pero siendo consciente de que lo más probable es que tenga que ir en metro. Le he mandado un mensaje a Jude hace un rato con la dirección de Nathalie, diciéndole que nos encontramos allí.

Lo que me obliga a levantar la cabeza es el sonido de un coche frenando justo delante de mí, y veo a Janelle en su Audi descapotable, llevando un pañuelo en la cabeza y unas gafas de sol como si fuera Audrey Hepburn en los años sesenta. Jude está sentado a su lado, haciendo un contraste gracioso con su camiseta hawaiana —debe de tener unas diez, no exagero— y su aspecto despreocupado.

—Súbete, que vamos tarde por tu culpa —me ordena la conductora—. Y pobre de ti que intentes volver a entrar de un salto. Entra por la puerta de Jude.

Una vez me subí al coche de Janelle metiéndome directamente en los asientos traseros, como en las películas, y por poco no me corta el cuello, así que tocará hacerle caso.

—Lo que usted diga, señora. —Hago un saludo militar con mi mano en la cabeza y Jude sonríe antes de bajarse, inclinar su asiento hacia delante y hacer un gesto con la mano, invitándome a entrar.

Le devuelvo la sonrisa, dejando una caricia en su brazo cuando paso por su lado, y me siento detrás.

—Por cierto, ese gesto militar no estaba bien hecho —me dice Jude mientras vuelve a sentarse—. Tienes que ponerte la mano al lado de la cabeza, no en la frente.

Me indica cómo se hace, divertido, y levanto una ceja.

—¿Has sido militar de alto rango, o algo así? —le pregunto, medio en broma medio de verdad, porque este hombre ha hecho cosas muy raras en su vida.

—No, pero mi bisabuelo participó en la Segunda Guerra Mundial y, como lo nombraron oficial de la Orden del Imperio Británico, lo teníamos que saludar así —me explica—. Iba por ahí con sus medallitas por matar gente, era un señor insoportable.

Me quedo perplejo ante esta información. La familia de Jude es la más inglesa que he conocido en mi vida, lo tienen todo: condecoraciones militares, parentesco con la realeza, una residencia en Belgravia y, según me ha dicho, una casa de campo en Gales y otra cerca de Birmingham. Y aquí lo tengo, al heredero de los Fitzroy, llevando una camisa hawaiana y con pinta de no haberse peinado en un mes —que le queda fenomenal, así que no me quejo, pero uno se imagina a un niño de la élite inglesa con el pelo reluciente peinado hacia atrás—.

—Alucino —dice Janelle, claramente impresionada pero sin desviar la atención de la carretera.

—¿Conociste a tu bisabuelo? —le pregunto, intrigado, porque yo nunca conocí al mío, y por lo que parece lo tuvo hasta una edad avanzada, porque lo recuerda bien.

—En mi familia siempre han sido muy de empezar a reproducirse pronto —me explica—, así que no hay tanta diferencia de edad. Lord Colborn Fitzroy vivió hasta hará un par de años, para la desgracia de muchos.

—¿No se le llama "Sir" a la gente con títulos de la Orden del Imperio Británico? —pregunta Janelle.

—Ya, pero es que ese dinosaurio, además de oficial, tenía títulos nobiliarios —nos dice.

—O sea que cuando te llamo "Lord", hago bien —comento, divertido.

—Lo siento, chico de Kensington: el título lo heredó el hermano mayor de mi abuelo, así que yo nunca seré un Lord —me contesta con una sonrisa.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora