aquí va un relato

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Era un día muy lluvioso en invierno, no era un chico distraído pero había olvidado mi sombrilla y esperaba el bus.

En este momento una chica muy despistada se sentó a mi lado, habían muchas cosas raras con ella; la que más llamó mi atención era que a su alrededor había un pequeño espacio en el que el agua no caía, era demasiado raro que el lugar solo nos rodeara a ambos.

Esto me asustó un poco pero le resté importancia, no creo en cosas como fantasmas y hechos inexplicables para la ciencia. Me sentía un poco incómodo con ello, pero traté de no demostrarlo.

Dándose cuenta de mi incomodidad la chica se acercó a mí y habló.

—¡Hola! Sam, ¿Cierto? —dijo efusiva, me sorprendió y asustó un poco más; en efecto, mi nombre es Samuel, y una chica a quien nunca en mi vida había visto sabía mi nombre.

—Hola —hablé, con desgano—. Perdona la pregunta pero... —No dije más, porque me interrumpió.

—¡No! No preguntes nada aún, toma mi mano y sígueme —pidió con un tono alarmante, haciendo una pequeña pausa antes de continuar— ¡Tómala!

Su voz tenía algo que llamaba mi atención, era imposible resistirse a lo que decía, estoy seguro de que si me hubiera dicho que saltara de un barranco lo hubiese hecho sin rechistar.

Por alguna extraña razón confío plenamente en ella, de repente es como si le conociera de toda la vida.

Tomé su mano sin titubear, y sin siquiera darme cuenta estábamos del otro lado de la calle, justo en el momento en que el autobús que debía tomar perdía el control y se estrellaba contra la parada, lugar en el que estábamos momentos antes.

—¿Cómo supiste...?— no terminé mi pregunta.

—Ve a casa caminando, Samuel, ten mucho cuidado —dijo, mirándome a los ojos.

¿Quién es ésta chica? Y ¿Por qué siento que la conozco de toda la vida?

—Vete ya, pasaré luego a tu casa y te explicaré todo —siguió hablando—, ¿No me recuerdas?

Negué con la cabeza, sí que me recuerda a alguien solo que no sé a quien.

—Mi nombre es Sam —susurró antes de empujarme y desaparecer.

—Sam... —murmuré.

Llegué a casa y poco después tocaron el timbre; al abrir me encontré con ella, Samantha, no la recuerdo.

—¿Quieres chocolate caliente? —pregunté.

—No... Sólo siéntate —pidió.

Me senté y me fijé en su aspecto: su piel casi blanca, sus ojos verdes parecían perdidos y su cabello rubio, un desastre atado en una coleta.

—¿Samantha? —Le llamé.

—¿Ya recuerdas? —negué con la cabeza—. Sí, mi nombre es Samantha. ¿Divertido, no? Estamos a pocas letras de compartir nombre, mientras compartimos apodo.

Había escuchado eso antes, ¡Mi mejor amiga así lo decía!

—Soy yo —aseguró, como si hubiera leído mis pensamientos.

—Ella murió frente a mis ojos —negué, recordando ese horroroso suceso siete años atrás.

Estábamos en el bosque saltando en los charcos de agua cuando comenzamos a correr, ella gritaba que no me detuviera, algún animal nos perseguía.

Avanzamos así hasta perderlo y comenzamos a reír, a tropezones llegamos a la orilla de la calle, un estruendo resonó y Samantha cayó; intenté ayudar pero estaba inconsciente y con sólo 10 años estaba en shock.

Sangre corría de su cuerpo y se mezclaba con la lluvia, alguien me golpeó desde atrás; después se escucharon disparos y todo se volvía rojo y negro. Justo antes de desmayarme una persona se posicionó frente a mí y dió un último disparo a mi mejor amiga, acabando con su vida.

—¿Sam? No mires —pidió.

—¿Samantha? —pregunté, con los ojos llenos de lágrimas.

—Cierra los ojos y no mires. Como me recuerdes me verás —mumuró, no sabría decir si triste o aterrada, y la obedecí.

Intenté pensar en momentos antes de que eso sucediera, cuando estábamos en casa celebrando mi cumpleaños.

—Buen recuerdo, me encantaba ese vestido —dijo, y entonces supe que podía abrir los ojos.

Su cabello tenía lindos rulos y llevaba un vestido azul cielo con pequeñas nubes, lucía muy hermosa y tierna.

—Soy tu ángel guardián desde ese día. Después de todo, te prometí estar a tu lado, siempre —escuché su dulce voz, comprensiva.

—¿Por qué no te vi antes?

—No había sido necesario intervenir personalmente —dijo con simpleza.

El desastre volvió, todo este tiempo escapando de mí y de mi pasado regresaba con más fuerza, con mayor intensidad y destrozando todo a su paso.

—Te lo digo ahora, porque llegó la hora de irme —habló, con lágrimas escapando de sus ojos.

—¿Por qué cuándo las cosas van bien, te pierdo? —dije sollozando.

—Mi energía está por acabarse. Se va acercando la fecha en la que debíamos morir —explicó entre lágrimas—. Íbamos a morir juntos, Sam.

—Entonces ¿Cómo será? —pregunté, con un nudo en la garganta.

—En unos días, alguien te hará sufrir; cada vez que te ayudé reduje mi tiempo, por eso debo irme ahora. Mi muerte cambió la tuya, por eso podría tomar tu vida ahora y evitar que te torturen... —hablaba, alternando con esas lágrimas y con ese dolor que incluso yo comenzaba a sentir.

—¿Por qué no lo haces?

Es sumamente extraño saber cuando vas a morir y aceptarlo, de una forma tan simple como elegir el sabor de helado. Pero no tengo a nadie más, incluso en ese día era solo ella, y no puedo dejarla ir así como así.

—Porque es tu vida, no quiero tomarla así, como si fueras un simple objeto, yo te amo —contestó llorando.

Tomé sus manos entre las mías y la miré a los ojos.

—Hazlo —pedí, yo también la amaba y en serio quería irme con ella.

Bajó la mirada a nuestras manos, intensificando el roce de mis dedos con la energía de su presencia, aumentando la corriente que recorría todo mi cuerpo y dejando salir todo mi tiempo; me convertí en segundos, éramos el humo de una flama que se estaba apagando y, cuando sentí que podría desvanecerse sin sentirse amada, la besé. Nuestra llama se apagó, y desaparecimos. Juntos.

Historias De Un Corazón FallidoWhere stories live. Discover now