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SEIS

Amelia llevaba demasiado tiempo en el interior. Pero salió justo cuando empezaba a desesperarse. Luisita tiró el cigarrillo que consumía nerviosa. Y la observó caminar hacia ella.

— No sé qué ha pasado ahí dentro, Amelia, pero...

La mujer la frenó con una sonrisa socarrona y alzó lo que parecía ser un sobre.

— No tengo un nombre para ti. Pero sí una zona—le pasó el envoltorio. Confundida, Luisita lo despedazó nerviosa—. Que, casualmente, solamente cubren tres personas en Madrid. Una de ellas empezó después de que sucediese el accidente, y las otras dos...

— Habrá que hacerles una visita para averiguarlo—terminó la rubia. Amelia miró sus labios mientras hablaba. Suaves y de un color rosado natural. La inocencia de Luisita se reflejaba en su piel casi de porcelana, así como esa sonrisa, que parecía no haberse enfrentado nunca a los males de este mundo—. Amelia, deberíamos ir ahora mismo, ¡Encontrarle!, Dios mío, estoy emocionada...

Y en una carcajada, casi por inercia, la menor cogió su mano. Amelia sintió esa descarga eléctrica, por primera vez, aún por encima de su guante. No, aunque quería compartir su entusiasmo, sabía que aquello no podía pasar todavía. De hecho, su única participación en aquel caso, debía ser de mera vigilancia. Supervisar las decisiones de la muchacha. Nada de ponérselo fácil. Pero no había podido evitarlo.

— Lo sé. Pero te recuerdo que es lunes. Hora punta en Madrid. Creo que lo mejor es que nos esperemos a mañana, Luisita. Además, tengo...— Amelia se frenó en seco, al recordar—. He quedado con Lenin en el King's para darle unos documentos, ¿Por qué no me acompañas y le cuentas... pues esto?

Luisita torció los labios. Frustrada por la impaciencia. Había soltado su mano, tan rápido como se había dado cuenta: su jefa, Amelia, una mujer. Pero no lo había pensado. Y agradeció su silencio mientras resguardaba su propio agarre en su espalda.

— Pero Amelia, ¿Qué le voy a decir yo?, si has sido tú...

Amelia negó y le puso el sobre entre las manos a la rubia, haciéndolo suyo.

— Esto es tuyo, Luisita. Es tu caso. En realidad, yo no hecho nada— se encogió de hombros.

Le aseguró. Amelia se fijó en la sonrisa de la rubia. Tierna. Capaz de derretir un iceberg. Y sintió su magnetismo impactarle en sus propias mejillas. Casi febriles. No del todo, porque aún corría el aire entre ambas y estaban demasiado lejos como para sentir el efecto de su tacto, directamente sobre su piel y no sobre la piel sintética de su guante. Amelia se los ajustó para conducir de vuelta a la plaza.

El cielo empezaba a caer en Madrid. Luisita llevaba la ventana levemente abierta. Y aunque fuese solo un pequeño espacio, la brisa de la velocidad se colaba por el hueco y hacía bailar los mechones de su pelo en su mejilla.

No hablaron mucho más. Pero el silencio no era incómodo. Para ninguna de las dos. De vez en cuando, eran sus ojos los que se encontraban en soslayo. No las palabras. Amelia aparcó Justo en la puerta. Junto al letrero neón y el resto de coches de las personas que entraban y salían. La música del King's componía el ambiente, junto al murmullo de la aglomeración. Gustavo estaba en la barra. Abrumado por la cantidad de pedidos. Y Miguel, el otro camarero, charlaba con sus viejos amigos de la redacción.

la ley del desorden | luimeliaWhere stories live. Discover now