nine

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CAPÍTULO NUEVE

Amelia sintió a Luisita pasar por su lado cuando salió del despacho de Lenin. Tal fue la carrerilla que los papeles de su escritorio se removieron a su paso. Cris la miró a ella, como si tuviese algo que ver, llena de interrogantes.

Pero Amelia también se removió inquieta en la inquisitiva. Lenin no parecía haberse inmutado, ni si quiera un mísero ápice de empatía. Amelia se encontró a sí misma necesitando saber qué era lo que le había hecho salir descosida de la oficina. Como alma que lleva el diablo.

— Bueno, ¿Vosotras cómo vais? —preguntó, como si nada, mientras se apoyaba en el marco de la puerta. Pero no iba a dejarlo estar.

— Lenin, ¿Qué ha sido eso?

Quizás aquella prueba había acabado siendo una espada de doble filo también para Amelia.

Al hombre no le había gustado un pelo la conversación que habían tenido en el King's y esta era su forma de hacérselo saber: que pedirle que acabase con esa pantomima antes  de que fuese demasiado tarde había sido un error. Pero es que Amelia firmemente creía que Luisita no necesitaba pasar por eso para aprender una lección.

Quizás tuviese razón. Nunca lo admitiría. Porque el hombre había adquirido una información muchísimo más valiosa entonces. Entre ella, que a Amelia parecían habérsele olvidado un par de cosas. Quizás se había equivocado con ella y no estaba tan centrada como esperaba, pero no podían permitirse un despiste. Un error. Otra vez no.

Al no recibir respuesta, la mujer se levantó e invadió su despacho, cerrando la puerta tras de sí.

— ¿Y bien? —insistió. Quizás debería haber ido tras ella. Pero se sentía, de alguna forma, responsable, culpable. Al final, había sido ella la primera que había entrado en aquel juego.

— Pues he hecho lo que tú querías, antes de que fuese demasiado tarde—la parafraseó. Amelia no tuvo palabras para responder a su indiferencia. Sabía muy bien lo que había hecho ahí: que esa era una lección para ella y no para Luisita. La rubia se había llevado la peor parte, sí. Pero el mensaje estaba terriblemente claro.

Negó varias veces, salió de allí. A riesgo de decir más cosas de las que debería.

— ¿No crees que te has pasado? —preguntó Cris. Amelia también había salido rebotada. Tras ella.

Lenin suspiró, mordiendo el boli mientras se reclinaba en su asiento.

— Las cosas ya no son como antes, Cris—dijo—. Nos enfrentamos a gente peligrosa. Y tengo que ver con quién puedo contar en este despacho y con quién no.

— ¿Y todo esto es necesario?

— Luisita Gómez es demasiado emocional—frunció el ceño—. Leonor era... diferente.

— No son la misma persona—intervino su mujer—. ¿Por eso está aquí, Lenin?, ¿Porque esperabas que fuese igual que Leonor?

El hombre no respondió. Bajó la mirada a los papeles e invitó a su mujer a volver al trabajo. Cristina negó. Ya le diría todo lo que pensaba en otro momento. Ahora no. Pero algún día, cuando las cosas estuviesen bien. Cuatro años llevaba callándose. Sabía que se sentía culpable. Que se decía a sí mismo que quien debía estar ahora en México era él. O con una bala entre ceja y ceja. Pero lo cierto era que nada, ni nadie, podría haberla detenido.

Luisita estaba en el bar. Le pidió a su padre un mandil y que no hiciese preguntas. Empezó a hacer cafés a diestro y siniestro, de mala manera. De terribles maneras. Probablemente supiesen a rayos. Pero el hombre no dijo nada porque parecía haber encontrado una terapia que por lo menos, no le convertía a él en diana.

la ley del desorden | luimeliaWhere stories live. Discover now