Prólogo

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Me mire al espejo... nada nuevo. La misma cara con la misma expresión de estar aún con medio cerebro dormido. No soy guapo, tampoco me importa. Lo que me pasa es que me aburro de mi cara mańanera. Es tan... monótona. Me la lavo y hago gárgaras. Otra cosa que odio, el sabor de boca mañanero, ¡es asqueroso! Voy a la cocina y empiezo a prepararme un cacao con leche, mi elixir mańanero. Me lo tomo con unas galletas y me levanto a vestirme bajo los gritos de mi madre diciendome que me dé prisa, que ya son casi las 8:15 y que tengo que ir al instituto. Ins-ti-tu-to. ¡Qué asco de palabra! No es que sea un malote y que no me guste el instituto para parecer "guay" o algo, es que realmente me aburro ahí. Otra palabra que odio: "guay". A ver, pensemos un poco, ¡qué sentido tiene! Ouhh! ¡Soy "guay"! ¡Nooo! ¡Lo que eres es tonto! ¡Por favor gente!

Ya vestido, cojo mi mochila, me despido de mi madre. A la salida de mi casa me encuentro como de costumbre a mi amigo David Volantes. El es alto y flaco, morenito con rasgos arábigos y presume de rastas. Aunque hace un par de años tenía un pelo estilo tazón que le hacía parecer un niño bueno. Ahora parece un "rastafari". En nuestro camino al instituto, como siempre hablamos de cosas sin importancia como fútbol (que, por cierto, no me gusta), músicos nuevos, o estupideces varias. Ya en el instituto, nos despedimos ya que vamos a diferentes clase. Él a Ciencias y yo a Humanidades.

Ya en clase me encuentro con mis "majos" compańeros. ¡Me caen todos tan mal! ¡Salvaba a cinco o seis pero a los demás les mandaba a freír espárragos! Me siento al lado de Daniel Meso (uno de los cinco o seis que salvaba). Le saludo y me dice:

-¿Te has enterado?

-No ¿que pasa?

El himno de los SolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora