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Esa noche Ben volvió a perder el sueño.

Le fue imposible cerrar los ojos porque al cerrarlos miles de pensamientos fortuitos caían como gotas de agua mezclados con imágenes. Una a una las gotas de sus recuerdos caían y se expandía a la vez que el eco constante de aquel suave golpeteo retumbaba en ondas expansivas que despertaban diferentes sentimientos en su interior.

Estos golpeaban y se iban. Golpeaban y se iban con tal rapidez en su pecho, que automáticamente se le abrían los ojos. Dejando así que el sueño escapara entre sus dedos magullados.

Cansado del insomnio comenzó a caminar de un lado al otro en su habitación. Como león enjaulado, repasaba las escenas de ese día al igual que una película vieja en blanco y negra.

Primero Ana casi cayendo por las escaleras de la escuela. Luego él sentado en la mesa descargando enfurecido su puño cerrado sobre la dura superficie de madera. La escena cambiaba dramáticamente de lugar. Todos corrían al auto atropelladamente y el sonido se escapaba como una polilla escurridiza. Las siguientes escenas perdían su velocidad y estrellaban contra su pecho con mucha más fuerza.

Sus puños nuevamente chocando contra la fría pared de cerámicos del hospital. Luego Ana apareciendo milagrosamente con su tierno rostro ceñudo y su cabello revuelto. Y como las lágrimas de su abuela caían atropelladamente por sus grisáceos ojos repletos de arrugas, era igual que ver una tormenta lluviosa a través de su mirada, apareciendo solo para sacudir su culpa y su conciencia. Pero las lágrimas de Ana eran una tormenta completamente diferente, con ella sentía que las fuertes ráfagas de un tornado lo arrogaran de un lado a otro sacudiendolo como un muñeco de papel, sus largas pestañas empampadas en lágrimas que no le pertenecían a ella, sino que eran de él. Porque Ana había logrado derramar las lágrimas que el tanto se había esforzado en retener en sus propios ojos.

Pero como el respectivo choque frustrante de la realidad, el mundo se encargaba de recordarle quien era desde un principio.

Una basura

Todos esos años resguardando en su interior cada recuerdo doloroso, todo el resentimiento y odio.  Solo para que con unas simples palabras sus sentimientos desencadenaran de una ventisca una tormenta arrasadora a su alrededor , haciendo volar por los aires cualquier mascara falsa que hubiera podido tener, frente a la única chica que no le importa verlo como realmente era.

Un ser extremadamente egoísta, sin corazón, sin creencias ni amor.

Pero entonces volvía sentir el dulce cosquilleo en su mano. El recuerdo espontaneo de ellos tomados de las manos revoloteaba por su cabeza. Las tan esperadas mariposas revolvían su estómago y le arrancaban una sonrisa boba del rostro. Nunca se había sentido tan bien tocar a una chica de una manera tan inocente como lo hicieron ellos.

Sus manos contra la suya se sentían perfectas.

La pequeña y suave mano de Ana contra la grande y fuerte mano de Ben encajaban como dos piezas perdidas de un rompecabezas. No podía creer que ya le había confesado sus sentimientos o parte de estos, No habían pasado más que siete meses desde que se habían conocido. No era la primera chica en gustarle, pero si era la primera  en desequilibrarlo a un nivel estúpido de torpeza.

Como si su recuerdo la llamara, los dos dibujos de Ana pasaron por el radillo de sus ojos, recordándole exactamente el momento en el que cayeron en sus manos. El único pedacito de ella que poseía únicamente para él.

Volvió a tomarlos de su lugar en el brillante escritorio de mesa pintada de negro, por enésima vez desde que habían caído en sus manos. Sus extravagantes colores los hacían resaltar en la habitación tan oscura que poseía. Brillaban aun en sus manos como un par de tesoros escondidos a la vista.

Siguiendo Tu Bella SonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora