Cenicienta

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Como siempre, Senta se escabulló de sus tareas lo mejor que pudo, cargándoselas a Breca. Se recogió el pelo cenizo en una coleta mal hecha y se llevó el cigarro a la boca. Temblaba tanto que por poco no acertó a encenderlo, pero pronto pudo aspirar lentamente el aire con ese delicioso sabor a petróleo y alquitrán del malo. Tendría que aprender a liar su propio material a partir de entonces, para que al menos el cáncer le llegase por culpa de una maldita planta reseca. Se preguntó si servirían para calmarla algo más, si la planta actuaría como una de esas infusiones que la jefa juraba hacerse para poder dormir-aunque su hijastra tenía una opinión bastante diferente; según ella, Louise estaba tan obsesionada con las pastillas como las cremas-.

No podía evitar sentir simpatía por esta última, sabiendo muy bien la posición que ocupaban los hijos de otros ante la llegada de la malvada madrastra o el terrible padrastro. A diferencia de ella, sin embargo, no parecía a simple vista que Louise fuera una; pero la suya tampoco lo había parecido en su momento. Maldita sea, odiaba que ahora volviera a pensar en eso, se suponía que ya estaba más que superado, que por fin era libre. Y ahora las cicatrices en los brazos le dolían más que nunca, sobre todo después del suicidio de Bastien. No pudo evitar preguntarse si Agatha no sería el Loup-Garou, y, oh, le habría gustado esa posibilidad tanto como disgustado. Si conseguían probarlo, por fin daría con sus huesos en la cárcel, y esta vez a ver qué excusas pondrían sus abogados para sacarla de allí. No, por fin se pudriría en la cárcel y en el infierno, dónde tendría que haber ido hace mucho, muchísimo tiempo. Ya estaba dándole vueltas al coco otra vez, dio una calada que por poco consumió su "palito mágico" como si estuviera en un dibujo animado. Tanto humo había tomado de golpe que incluso alguien como ella empezó a toser de manera incontrolada. Una mano amable le palmeó la espalda, y Senta lo mínimo que podía hacer era darle las gracias.

Cuando se giró para hablar con la otra persona, no encontró a Breca o Louise-o incluso a Peter, aunque montado en un taburete-, sino a Denisa. Inmediatemente su gesto se torció y se alejó varios pasos de ella, cuadró los hombros y alzó la barbilla para parecer más imponente y finalmente bufó entre dientes, dejándole más que claro a la nueva forense que su presencia no era bienvenida en absoluto:

-Ni te atrevas a tocarme. ¿Entendido?

-Gisella...

-Ni tampoco me llames así,-interrumpió-mi nombre es Senta Volkner, y te vas a dirigir a mí como "Volkner" o "Señorita Volkner" en tu maldito laboratorio cuando te pida pruebas, ¿te ha quedado claro, o te lo tengo que escribir en un papel?

Denisa se había quedado, en términos populares, completamente planchada a juzgar por la cara que se le quedó y el buen rato que le llevó asentir. Que se joda, pensó Senta, si Agatha, Fiona o ambas hubiesen estado ahí seguramente se habría puesto gallita también. Qué triste, que solo pudiera imponerse a una de ellas, y encima en un contexto como ese. Claro, en sus planes no estaban precisamente una "reunión familiar" de tal calibre; haberse encontrado con Bastien precisamente en ese pueblo en concreto ya había sido demasiada casualidad, pero tal como decía su madrina en tono amable cada vez que se encontraba con algún viejo amigo, "el mundo es un pañuelo". Vaya que si lo era, sí, ahora resultaba que su pesadilla de juventud llevaba meses vivendo entre ellos, camuflada como una anciana millonaria cualquiera entre las muchas que llegaban allí de visita. Y de sus dos pequeñas lacayas, una la había seguido, la otra a saber dónde estaba-a Senta le importaba poco, pero sería mejor tenerla localizada para el futuro, no fuera ella también a aparecer de repente-, y la que acompañaba casualmente había estudiado criminología y medicina forense, posición que había quedado violentamente vacante.

Pobre Charlotte, si tan solo la hubiera podido noquear, hacerla caer al suelo o simplemente frenarla, no solo seguiría con vida, Denisa no estaría ahora intentando balbucear una disculpa vacía que Senta cortó con un gesto. De manera más bien poco educada le dijo por dónde podía metérsela y le soltó de manera más bien hipócrita que volviera al trabajo. La observó regresar a la comisaría con la cabeza gacha, pero oprimió bastante bien ese sentimiento ínfimo de pena. No la merecía, se recordó. Que hiciera algo bien por una vez en su vida y estudiase el trabajo que hasta entonces había hecho Charlotte, ya solo faltaría que encima les fastidiase en la caza del lobo. Con amargura, Senta pensó que Agatha no mataba ni descuartizaba: lo suyo era destruirte por dentro. Tiró el cigarro a la acera y lo pisoteó, entrando a la comisaría sin molestarse en cubrir el olor a tabaco. ¿Para qué, si ya todos sabían que fumaba y bebía más que un cosaco, y ahora más que nunca?

Cuentos de la Comisaría 23Where stories live. Discover now