La Sirenita

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El desayuno estaba siendo tenso, y aquello no era raro en absoluto. Blanche estaba frente a ella, con el pelo negro mal cortado—en unas de sus discusiones, no había dudado en coger unas tijeras y cortarse la colega simplemente para enfadar a su madrastra—, su cara pálida que no ocultaba lo roja de ira que realmente estaba y su boca tratando de contener su mueca de disgusto. Solo podía competir con la expresión de Louise, seria e intentando ser ausente, pues eso era lo que le hubiera gustado, pero le era imposible, sobre todo con cada suspiro y bufido exageradamente falsos de la adolescente frente a ella. Trató de pensar en masticar el muesli con manzana sin prestar más atención a la situación, pero le resultaba cada vez más y más difícil.

La mirada de ambas se desvió al papel arrugueteado en la mesa. Pronto iba a volver a empezar una auténtica pelea verbal de gatas, ambas lo sentían en el aire. Blanche era aún joven, e impulsiva, su fuerza tendría que basarse en un ataque propio de los vikingos: rápido, contundente y que sólo dejase desolación a su paso. Louise tenía una voz clara y potente que sabía devolverle los gritos, y en su caso contando con la autoridad y experiencia de un adulto. Si Blanche era como un ataque vikingo, Louise era como una sólida muralla repleta de soldados que no los dejaría pasar. Se miraron a los ojos, otra vez al papel, otra vez a los ojos. La tensión se podía cortar con un cuchillo, y pronto lloverían unos cuantos en ese cuarto, solo había que esperar a ver quién desenfundaba primero. Y para sorpresa de ninguna, esa fue Blanche, que dejó caer su cuchara en el bol de leche con cereales de avellana y caco, haciendo un auténtico desastre a su alrededor.

-¡Mira lo que has...!

-¿Por qué no puedo ir a la excursión con mis amigos?-insistió Blanche, cambiando radicalmente de tema.

-¿Otra vez con eso? ¡Ya te he respondido una vez, y demás!

-¡Tú misma dijiste que esa vieja no estaba en sus cabales, que nadie había pedido auxilio desde la casa del profesor Beaulieu!

Rayos, cómo odiaba ese nombre. Gilles Beaulieu era un joven profesor del instituto local por el que todas las niñatas se pirraban. Louise tenía que admitir que era atractivo, con una bonita figura alta y esbelta y una barba perfectamente cortada y cuidada que lo hacían ver más bien como un hombre de negocios. Y también tenía una sonrisa que hacía que se le pusieran de punta los pelillos de la nuca, sobre todo cuando su mirada se fijaba en alguna alumna... Pero no tenía más pruebas que esas, su desconfianza personal hacia los hombres que se saben atractivos y lo saben usar para deshacerse de sus problemas. Y ante todo, ella era policía, las pruebas demostraban que aquel era un profesor perfectamente normal, algo chulo, pero nada más. Sí, la abuela de Charlotte afirmaba haber visto señales de luz en Morse pidiendo ayuda desde la casa del docente. Pero, la abuela de Charlotte, por lo que la fallecida joven o su hermano contaban, no estaba en sus cabales, a veces rememorando su tiempo como espía para la Resistencia viendo peligro donde no lo había. Sin embargo, también era una madre, y no iba a dejar que Blanche estuviera cerca de él en un hotel de los Alpes que quién sabe si tendría cobertura o conexión a Internet.

A veces se arrepentía de haberle dicho eso, que su profesor no estaba siendo investigado en absoluto. Pero qué le iba a decir cuando la vio con esa carita de pena y susto. Quién sabe si no había sido una actuación magistral por su parte. A ver cómo le explicaba ahora que en buena parte se debía a su propia inseguridad, causada por un exnovio, si es que se le podía llamar así, al que no veía desde hacía siglos, cuando todavía era Louise Martin. Entonces ella también le habría montado un pollo a su madre si le hubiese dicho que no podía ir a una excursión con sus amigos y un profesor atractivo; ay, cómo la entendía ahora:

-No es seguro.

-¿Y quedarme en un pueblo con un asesino en serie, sí?

-¡No vas a ir, porque lo digo yo que soy tu madre! Y ahora coge la mochila, te llevo al instituto.-Louise cambió de tono en un intento de tender la mano que no funcionó:

-Ni tú eres mi madre ni pienso montar contigo. Llamaré a Paul para que me recoja.

Blanche agarró la mochila y el móvil. Louise escuchó que efectivamente hablaba con Paul, y al menos pudo calmarse en ese aspecto. Sin embargo, su cabeza daba vueltas a otro asunto: "Ni tú eres mi madre...", y aún así le dolía. Comprendía que ella estaba en una edad difícil, y que aún no había superado del todo la muerte de Henri, pero no había necesidad de recordarle eso. Al fin y al cabo, su madre estaba en alguna isla tropical con algún amante, olvidando que tenía una hija a la que no vería desde bebé. Seguramente Henri tuvo algún lío antes de haberla encontrado a ella, nunca le había preguntado, lo había supuesto: Henri no estaba hecho para vivir sin pareja, y dado que su hija tenía tres años cuando se conocieron las matemáticas y la lógica habían llenado los huecos. Tampoco le importó ni le importaba ahora. Ojalá hubiera estado allí, ojalá la hubiera ayudado con Blanche. Ojalá hubiera estado allí para ayudarla a atrapar al Loup-Garou, para proteger a su hija y a otras jovencitas. No soportaba estar sola ella tampoco.

En el frigorífico aún había una fotografía de los tres de sus vacaciones en la Costa Azul. Blanche tenía entonces nueve años y llevaba unas coletas a ambos lados de la cabeza. Henri y ella llevaban la misma camiseta, una apropiada para un para de turistas, blancas con el mensaje "I❤FRNC". Había sido en la ciudad en la que se habían conocido, tantos años atrás. Louise, por entonces Martin, estaba de vacaciones intentando olvidar a ese anterior novio, un imbécil que solo había estado interesado desde el principio en acostarse con ella y nada más. ¿Tan difícil era habérselo pedido desde el principio, en vez de enamorarla hasta casi el altar para luego hacerle daño? Qué difícil había sido explicarle a su familia que no iba a casarse; bueno, a su hermano Karim no pudo localizarlo hasta varios años más tarde, cuando fue a visitarla tras su viudedad. A saber dónde estaría; la madre de ambos se llevó una gran decepción y su padre le dijo las temidas "te lo advertí", y lo había hecho. Y ella tuvo que tragarse su orgullo previo y pedirles disculpas antes de intentar perderse en la playa.

Estaba a punto de dormirse bajo el sol cuando escuchó revuelo. Una niñita lloraba en la orilla, y no pudo evitar indignarse: ¿qué clase de idiota a una criatura como esa sola tan cerca del mar? La gente se estaba arremolinando en torno a la niña, Louise entre ellos, y alguien gritó que había un hombre en el agua. Ni se lo pensó dos veces, recordó su entrenamiento diario de natación y se lanzó a rescatar al desmayado Henri. Por poco el agua no se la había llevado a ella también: no es lo mismo una piscina que el mar embravecido. Más por cabezonería y suerte que por habilidad pudo llevarlo a tierra firme. Algo de reanimación más tarde, el hombre de negro y espeso bigote despertó, y ahí creyó ella que había terminado la aventura. No esperaba que él quisiera agradecérselo con una cena. Menos que terminaría casándose con él algunos años después, siguiéndolo a Alsacia, aceptando ser policía con él.

Pensó que menos mal que Henri no había llegado a ver los estragos causados por el Loup-Garou. No podría haberlo soportado, tan convencido que estaba él que todo el mundo tenía algo de bondad dentro de ellos, el haber visto esas masacres, incluso a un miembro del equipo. Escuchó el el pitido del timbre, y Blanche saludó a Paul. También gritó que "el sustituto" ya había llegado también, dejando a Peter extrañado. ¿Sustituto de qué?, claramente pensaba. Louise se tragó cualquier tipo de angustia, se recompuso y salió a recibir a su compañero. Blanche subió al coche de Paul, aunque ya llegaban definitivamente tarde, y dejó a ambos agentes ir caminando a la comisaría. Trataron de sacarse una conversación vacía para intentar calmar su estrés, aunque nada profundo ni de interés; para lo que hablaron mejor haberlo hecho del tiempo. Le hubiera gustado preguntarle a Peter si quería tomar un café, o incluso ir a comer o cenar, y sabía que él igual, pero era como si hubiera un obstáculo que no les permitía usar sus auténticas voces, un obstáculo que creían con sombra de lobo pero con mucho, mucho más detrás.

A Louise le recorrió un escalofrío que le indicó que algo malo iba a pasar. Y, por desgracia, no se equivocaba.

Cuentos de la Comisaría 23Where stories live. Discover now