El Gato con Botas

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Breca, Holly y Páll no estaban especialmente unidos pese a ser hermanos. Bueno, hermanastros, dado que Breca y Holly habían nacido de un supuesto caballero americano dándoselas de Tolkien y que luego resultó ser de todo menos los dos, y Páll era el "regalo" que un turista feroés había dejado en su madre por nueve largos meses. Irónicamente, Breca había sido al que su propia hermana había abandonado en favor del bastardo (en este caso, nombre bien merecido en ambos sentidos), y este no había dudado en tildarla con ese mismo apelativo (sí, incluido el original; el pelo rojo de Holly ciertamente chirriaba entre castaños). Siendo honestos, esta era también la manera que tenían los otros dos hermanísimos de referirse a él, afirmando que tenía la nariz demasiado diferente a la de su madre y la de sus supuesto padre. Por supuesto, Breca siempre había callado esos rumores de la mejor forma que sabía: no a palos, como esos dos brutos, sino siendo el primero en reírse de ellos cuando algún plan les salía mal.

Y de momento, él llevaba la ventaja. Mientras que Holly se dedicaba en cuerpo y alma a su hobby, el béisbol, sin ningún tipo de beneficio, y Páll ni eso, él había aprobado el examen para unirse a la policía. El único problema había sido que no había sido mandado lejos de allí, a Calais o algún territorio de ultramar, aunque, menos mal, las reuniones familiares eran escasas. La última vez que había visto a su hermano, Breca estaba poniéndole unas esposas y llevándolo al calabozo por escándalo público. Si en el pueblo hasta hace poco la mayor ofensa era un gato que no podía bajar de los árboles o un ladronzuelo inglés de poca monta, Breca podía apostar que Páll había subido al pobre animal ahí para ganar alguna apuesta con este último normalmente basada en cervezas baratas.

La última vez que se habían visto fue en el funeral de su madre, Margarete Porcher, y aquello había sido un absoluto desastre: para empezar, alguno de ellos (Breca no, él mismo podía confirmarlo) había llamado a un cura aún cuando su madre era atea. O agnóstica, ni ellos le habían preguntado muy bien ni tampoco entendían muy bien la diferencia. El caso es que no quería curas o pastores en su presencia inmediata, pero allí se alzaba la figura pidiendo rezos por el alma de Margarete. Claro, habían tres hermanos y tres formas de actuar ante la situación: Breca trató de explicarle al hombre de buenas maneras que había tenido lugar una equivocación; Holly le dijo "al sotanitas" que se dejase de estupideces y los dejase en paz; Páll gritó algo en algún idioma que alguna vez fue francés-o puede incluso que alemán-pero que salió deformado por sus gritos y amenazas. El cura ni se inmutó ante estas últimas, y claro pasó lo que pasó.

Eso sí, Breca tenía que reconocer que los maquilladores habían hecho un excelente trabajo en arreglar a su madre, incluso si se suponía que aquel era un funeral con ataúd cerrado. Que lo fue, hasta que Páll chocó contra este en su trayectoria de lanzamiento. También tenía que reconocer que el cura en su vida anterior tendría que haber sido el monje Shaolin más letal de toda China en base a la auténtica sotamanta de palos que fue capaz de darles a los tres. La comisaria Reignet le había reñido bastante, y con razón, dado que se había pedido el día libre por razones tan de peso como la perdida de una madre y había terminado regresando a la comisaría... con unas esposas y cargos de agresión y escándalo público. Al menos, no había tenido que compartir celda con esos dos cerdos que se reían de él como si ellos no estuviesen arrestados también. Breca había creído que tarde o temprano tendría su venganza cuando tuviera que volver a apresar al borrachuzo de Páll.

Ahora, no sabía si considerarse inocente o imbécil al pensar eso. Lo segundo más bien, aunque él nunca se hubiera imaginado el desastre que le estaba tocando vivir. Volvió a comprobar su teléfono, deseando que hubiera llegado por fin un correo que lo trasladase a la maldita Ouessant si era necesario, pero nada. Así pues, salió de su coche, el cual había comprado con sus propios ahorros, y entró en su casa, la cual lo había endeudado con el banco para el resto de su vida. Allí le recibió un maullido y vio aproximarse un viejo gato tuerto gris hacia él. Savate, tal era el nombre del animal, se restregó contra sus tobillos, ronroneando cuando Breca acarició su cabecita. Sí, aquel era un gato inteligente, juzgó su dueño cuando Savate fue capaz de reconocer la lata de la marca Marquis Gourmet, su favorita. Bueno, aquel era gato ya viejo que había acompañado a su dueño actual casi desde la infancia; no sólo reconocería la lata a diez kilómetros de distancia, ya sabría cuando el supermercado las tenía en oferta y en qué porcentaje de descuento. Con suerte, y a diferencia de muchos otros de sus congéneres, Savate era también cariñoso y así se lo mostró a Breca cuando volvió a ronronear contra sus tobillos tras su festín en vez de actuar como si no existiera.

Savate le miró con su único ojo verde brillante, maulló y se dirigió al salón, pidiéndole a Breca que lo siguiera. Ojalá algún día ser como él, pensó el joven agente, sin más preocupaciones que comer, dormir y corretear por el bosque haciendo quién sabe qué. No era que no agradeciera tener algo de compañía, pero no podía evitar pensar en que Páll se había llevado en la herencia el Ford de los 70 y Holly el piso de su madre. Sí, ambos eran viejos y cochambrosos, pero les habían llovido como del cielo en un auténtico milagro. Quién sabe, tal vez por eso ese cura se presentó en el entierro, para obrar el milagro de que el vago y la inútil se llevasen el premio gordo del testamento. Mientras, Breca, que se había esforzado toda su vida, que había obtenido un empleo digno, que poseía un coche y una casa dignos a su nombre, no había recibido más que un gato tuerto y anciano. Sí, según la muy... de su difunta madre aquel era un gato muy listo, asegurándole en los papeles que era él quien se estaba llevando lo mejor de lo mejor, la crème de la crème. Y sí, tal vez Breca se sentía lo suficientemente solo como para preguntarle al gato que le parecían los perfiles de Grinder y de algún modo considerar su "opinión" como válida ("Sí, ya sé que de cara no es muy agradable, pero es muy alto y fortachón, y trabaja como veterinario, podría traerte los hámsters y peces que se le mueran en consulta... Vale, vale, no te pongas así, miraré otro... ¿En serio, Savate? Parece una combinación siniestra de Macron, Trudeau y el Principito, por poco creía que era un anuncio de campaña electoral y no un perfil de una app de citas..."), pero... seguía siendo un gato.

Podía oír en su cabeza las risas que se echó su madre al escribir su parte en el testamento con la burlita final. Podía oír las que se echaron Holly y Páll cuando lo leyeron en sus caras. Pero aquel día, Breca reiría el último al fijarse en una mancha roja sobre su sudadera. Mancha en forma de huella de gato, y que se repetían en sucesión de cuatro en el camino que Savate había recorrido desde la ventana hasta la puerta para recibirle, tomar su almuerzo y acurrucarse con él. Breca se incorporó inmediatamente y recordó que, si bien Savate cazaría en sus escapadas, siempre se había limpiado las patas para aprovechar hasta el máximo su presa o para no ensuciar su hogar. Esa sangre no era de nada que había cazado el gato. Rápidamente marcó el número de teléfono de la comisaría y mientras oía el primer tono se dirigió directamente al inesperado aliado a cuatro patas:

—¿Dónde has estado hoy?

Y el gato, como si le hubiera entendido, fue a la puerta para guiarle.

Cuentos de la Comisaría 23Where stories live. Discover now