Blancanieves

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Blanche tiró con desdén el corazón de la manzana que había estado masticando por más tiempo del necesario. Mejor. Así nadie le preguntaría nada ni intentaría entablar conversación con ella, lo último que le apetecía ese día. Aún tenía la sangre ardiendo por su enfrentamiento con Louise de esa mañana, y más exactamente por cómo había sido incapaz de ganar.

Con su padre las cosas habrían sido sencillas. No porque ella lo hubiera podido manipular con su radiante sonrisa y brillantes ojos, sino porque no habría habido discusión alguna para empezar. Desde su muerte nada había sido igual. ¿Por qué iba Blanche a seguir comportándose como la niña dulce y amable que había sido hasta entonces? No es como si eso lo hubiera salvado. Así pues, le había crecido una cierta vena rebelde que chocaba constantemente con la seria y recta oficial de policía Louise Reignet. Raro era el día en el que no discutían,  y si conseguían llegar al anochecer sin tirarse de los pelos era porque no habían intercambiado palabra en todo el día: a sus formas opuestas de vivir el duelo se añadía el trabajo de Louise, cada vez más violento y absorbente. No solo no podía prestarle atención a su hija, sino que además cada vez se volvía más y más paranoica.

Le había dicho que quería ir a esa excursión para estar con sus amigos, y era mentira. Blanche no tenía amigos. Sí, Paul se había ofrecido a seguir ayudándola en la medida de lo posible, pero ya no contaba para ella. Cada vez que lo miraba, Blanche ya no veía a quien había sido su mejor amigo de la infancia, sino al hermano del hombre con el cual a Louise le hubiera gustado olvidar a Henri. Tal vez Paul seguía creyéndose tal cosa, pero Blanche ahora lo despreciaba salvo cuando necesitaba algún favor. Y fuera de eso, nadie. Si los niños pueden ser crueles, los adolescentes lo son aún más, y no habían dudado en restregarle la muerte de su padre, remarcar su autoaislamiento y tratarla como a una apestada por la fama de su pueblo como hogar de un resbaladizo asesino en serie. Esa situación chocaba aún más con esa nueva actitud adoptada por la joven, que no dudaba en alejar a cuantos mostraban el mínimo interés en ella.

Solo el profesor Gilles parecía hacer un esfuerzo para comprender a la joven. Aquel hombre la había invitado a permanecer en su despacho si así lo deseaba para poder desahogar algunos de sus pensamientos más oscuros con él. Afirmaba que su padre también había fallecido a una edad muy parecida a la suya, y por tanto había sido criado básicamente por su ama de llaves. Por eso mismo, Blanche había empezado a permanecer más y más horas en el despacho de este hombre que le recomendaba y proporcionaba toda clase de entretenimientos para distraerla de su desgracia personal: le había hablado sobre películas, dado música para escuchar, recomendado series y prestado libros que Blanche había estado ocultando justo bajo las narices de Louise, hecho que la llenaba de gran orgullo. ¿Cuántos no la tomaban por otra niña tonta más cuando podía ocultar cosas a una policía con más de veinte años de experiencia? Sonriendo para sí, Blanche volvió a sumergir la nariz en el Restaurando a Palamedes, la última de las recomendaciones de su profesor favorito. 

Y bien que había hecho, ya que por allí se paseaba un grupo compuesto de tres adolescentes que ni se molestaban en ocultar que se estaban burlando de ella. Aun cuando trató de centrarse en el capítulo en el que estaba, ya casi tan cerca del final, las burlas y las risas eran demasiado para mantener esa fachada impasible. Sin embargo, si lo que querían era verla llorar, lo llevaban bien claro. Cuando se puso en pie, lo hizo lentamente para no levantar sospechas. La broma sobre cómo habían oído que su padre parecía una bola de billar en sus últimos momentos solo le enfadó aún más, tanto que imitó casi a la perfección qué habría hecho si hubiera decidido tomar la dirección de la puerta, aunque sus miras estuvieran en otra parte. El cabecilla de la banda era un niñato presumido, sobre todo desde que había cambiado su nariz romana por una griega hace relativamente poco con la excusa de que tenía un tabique torcido o algo así, con lo que todavía la llevaba cubierta por una tirita blanca. Aquel imbécil no hacía más que hablar de lo mucho que quería destaparla de una vez, sobre lo poco que quedaba para ello y como todas las chicas del instituto iban a estar pirrándose por sus huesos. Blanche sujetó el libro con fuerza y con aún más fuerza lo balanceó sobre la diana, obteniendo un grito que la llenó de alegría, un silencio general y otro grito que ya no le hizo tanta gracia. 

Tan centrada había estado en su venganza particular que no había visto a la profesora de Matemáticas entrando en el comedor. Por mucho que había intentado explicarse le habían mandado al despacho del director, de donde saldría con una expulsión por dos semanas como mínimo y con Louise regañándola y castigándola hasta la saciedad, puede que incluso diciendo que le tendría que dar las gracias al evitar tener que pagar una indemnización. La odiaba, incluso a la versión imaginaria en su cabeza. Por eso mismo fue que dio media vuelta y corrió, no hacia la salida, mucho menos al despacho del director, sino al del profesor Gilles, llamando desesperadamente a la puerta rezando para que estuviera dentro. Su voz dulce pero seria y formal la invitó a entrar, y ella no lo dudó un solo segundo, rompiendo a llorar al escuchar su amabilidad cuando le preguntó qué había pasado. 

Cuando la abrazó fue mucho peor, ya que ese cariño que sentía que le faltaba ya solo le hacía daño a Blanche. No es porque no fuera reconfortante, sino precisamente por eso mismo. El profeso Gilles la invitó a sentarse, y rápidamente fue a preparar un té para ella, que entre hipidos le contaba qué había pasado en el comedor. El sol que pasaba por la ventana de la habitación la fue calmando progresivamente, así como el calor de la taza entre sus manos. Él le ofreció toda una caja de pañuelos que pronto acababan en la papelera mientras escuchaba pacientemente su historia con rostro serio, pero sin crueldad en sus ojos. En cuanto Blanche acabó, él asintió, tomó un sorbo de la taza que se había preparado para sí, y finalmente habló:

—Y entonces fue cuando viniste corriendo aquí.

—Sí—susurró Blanche mientras daba un sorbo a su taza. Tenía la boca y la garganta secas de tanto llorar, y la bebida olía y sabía muy bien, a una mezcla de manzana y canela que el propio profesor preparaba de manera casera, y cuya receta había compartido con ella. Esto hizo que se sintiera mejor, algo más tranquila por fin. 

—Vale, Blanche, esto es lo que vamos a hacer: tú te vas a quedar aquí un momento mientras yo busco a la señora Dubois y al director y les explico que estás aquí y no fuera como seguramente crean, y también lo que ha pasado realmente en el comedor. Te seré sincero, no creo que vayas a librarte de la expulsión en este caso, pero al menos podremos reducirla a una semana, puede que incluso a un par de días.

—Pero...

—Nada de protestas, señorita. Aun con motivos has agredido a un compañero al fin y al cabo. Si te preocupa tu expediente no tienes de qué preocuparte, de poco le va a afectar en tu futuro académico y profesional una expulsión.

—Pero... Ya no podré ir a la excursión con usted y mis compañeros, mi madre me castigará todavía más.

El profesor sonrió levemente y meneó la cabeza en respuesta. Del cajón de su escritorio sacó un paquete con caramelos y lo dejó junto a la taza que le había entregado a su alumna mientras le decía que eso era lo de menos, que ya tenía planeadas muchas otras actividades extraescolares. Otra pequeña alegría, pensó Blanche mientras alargaba la mano para tomar un paquetito y desenrollaba el envoltorio. Era un caramelo de tipo toffe, quién sabe si no sería también casero. El profesor Gilles le preguntó finalmente si quería acompañarlo, pero Blanche se negó. Por muy bien que se sintiera tras ese encuentro, no creía sentirse mentalmente preparada para enfrentar un castigo que consideraba injusto. 

Si bien le sorprendió oír el click de la llave al cerrar la puerta, no le dio demasiada importancia. Aquel era el despacho de un profesor, podía temer que los alumnos entrasen a robar exámenes y oras pruebas. Tampoco se paró a pensar en cuanto podía tardar el profesor en encontrar a su homóloga y superior. El sueño pronto le asaltó, pero no se sentía como el agotamiento normal tras la llorera. Más bien se sentía como algo muy brusco, demasiado, hasta el punto de ser desagradable. Por mucho que trataba de pelear contra ese repentino deseo de cerrar los ojos y caer en la mas absoluta oscuridad, no podía. Comprendiendo lo que pasaba, Blanche trató de ponerse en pie, pero ese cansancio tan repentino la hizo caer al suelo. Finalmente, sus párpados se cerraron y perdió el conocimiento.

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⏰ Last updated: Jan 30, 2022 ⏰

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