Capitulo 3

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Ha llegado a oídos de esta autora que Cato Ludwig acudió a la joyería a comprar un anillo con un precioso diamante. Es posible que muy pronto conozcamos a la futura señora Ludwig

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN
28 de abril de 1813

En ese momento, Katniss pensó que la noche no podía ir peor. Primero se había visto casi obligada a pasarse la noche en un oscuro rincón; después, mientras intentaba huir había tropezado con el pie de Clove Undersee y se había caído, y eso provocó que Clove, una de las chicas más escandalosas que conocía, exclamara: ¡Katniss Everdeen! Te has hecho daño.
Cato debió de oírla porque levantó la cabeza y empezó a recorrer el salón buscándola. La acorraló en un pasillo y empezó a confesarle su amor entre lloriqueos.
Todo aquello ya era suficientemente vergonzoso, pero ahora, había aparecido un extraño increíblemente apuesto y elegante, que lo había visto todo. Y lo que era peor, ¡se estaba riendo!
No lo había visto nunca, así que tendría que ser nuevo en Londres.
Tenía una cara que se acercaba a la perfección. Tenía unos ojos muy intensos y azules que casi brillaban, el pelo cenizo y grueso y era muy alto.
Era un hombre capaz de conseguir que las chicas que siempre perseguian a sus hermanos lo miraran a él.
Katniss no sabía porque, pero eso le molestó. Tal vez porque sabía que un hombre así nunca se fijaría en ella. O tal vez, porque estaba riéndose como si ella fuera un circo.
Fuera por lo que fuera, nació en ella una ira poco común,  frunció el ceño, y dijo:
-¿Quién es usted?
Peeta no respondió la pregunta.
-Mi intención era rescatarla, pero ha quedada claro que usted no necesitaba mis servicios
-Oh. Bueno, muchas gracias, supongo. Es una lástima que no apareciera antes Así no tendría que haberlo golpeado.
Peeta miró al hombre que estaba tendido en el suelo. Ya le estaba empezando a aparecer un moretón en la barbilla y gimiendo, dijo:
-Katty. Te quiero, Katty
-Supongo que usted debe ser Katty-dijo Peeta, mirándola a los ojos.
Realmente, era una joven bastante atractiva y, desde ese ángulo, el corpiño del vestido parecía descaradamente escotado.
-¿Que vamos a hacer con él? -Pregunto Katniss gimiendo.
-¿Vamos?-repitió Peeta.
-¿No dijo que había venido a rescatarme?
-¿Quiere que lo saque a la calle?
-¡No! Por el amor de Dios, todavía no ha dejado de llover.
-¿No cree que su preocupación está un poco fuera de lugar? Este hombre intentó atacarla.
-No es cierto-respondió ella- Él sólo...Sólo... De acuerdo, intentó atacarme Pero nunca me hubiera hecho daño.
-¿Y cómo puede estar tar segura?
-Cato es incapaz de hacerle daño a nadie. Solo es culpable de malinterpretar mis sentimientos
La chica suspiro; un sonido suave que, de alguna manera, Peeta notó en todo su cuerpo.
-Cato no es mala persona. Lo que sucede o es que confundió mi amabilidad con algo que no es.
Peeta sintió una gran admiración por esa chica. La mayoría de las mujeres ya estarían histéricas pero ella, quien quiera que fuera, había mantenido la situación bajo control y demostraba una generosidad de espíritu.
Katniss se levantó y se sacudió la falda de seda azul. Le caía un mechón de cabello encima del hombro, rizándose de manera seductora encima de los pechos. Peeta no podía apartar la mirada de aquel mechón. Era como una cinta de seda alrededor de su cuello, y sintió una urgente necesidad de acercarse a ella y recorrer el rastro del pelo con la boca
Nunca había perdido el tiempo con las chicas inocentes, pero entre todos ya le habían colgado la etiqueta de vividor. ¿Qué podría pasar? Sólo sería un beso. Sólo un beso.
-!Señor!
A reganadientes, apartó la mirada del escote y la dirigió a la cara de la chica. Y eso, por supuesto, era otro placer en sí mismo, pero costaba encontrarle el atractivo cuando le estaba frunciendo el ceño.
-¿Me está escuchando?
-Por supuesto- dijo él.
-No es cierto.
-No-dijo Peeta.
-¿Entonces por qué ha dicho que sí?
Él se encogió de hombros.
-Pensé que era lo que quería escuchar.
-Si no piensa ayudarme, le ruego que se marche
-Le pido disculpas. Claro que la ayudaré.
Ella suspiró y miro a Cato.
-El golpe tampoco fue tan fuerte. A lo mejor ha bebido más de la cuenta.
¿Qué quiere hacer?
-Supongo que...podríamos dejarlo aquí-dijo Katniss.
A Peeta le pareció una idea brillante, pero resultaba obvio que ella prefería asegurase de que aquel hombre estaba bien. Y Dios le asistiera, pero el sentía el irrefrenable impulso de hacerla feliz.
-Vamos a hacer lo siguiente-dijo, bruscamente, contento de poder ocultar tras el tono de voz la ternura que sentía en esos momentos-.Iré a buscar mi carruaje...
- Perfecto -interrumpió ella.- En realidad, no quería dejarlo aquí. Me parecía demasiado cruel.
-Usted se esperará en la biblioteca hasta que vuelva.
-¿En la biblioteca? Pero...
-En la biblioteca -repico él, con rotundidad. — Si alguien entra aquí por casualidad, no querrá que la encuentren con el cuerpo de Cato tendido en el suelo, ¿verdad?
-¿Su cuerpo? Dios santo, señor, no es necesario que lo digo como si estuviera muerto.
-Usted se quedará en la biblioteca. Cuando yo vuelva, cogeremos a Cato y lo llevaremos hasta el carruaje.
-¿Y cómo vamos a hacerlo?
Peeta le sonrió, una sonrisa torcida capaz de desarmar a cualquiera.
- No tengo ni la menor idea.
Por un segundo, Katniss se olvidó de respirar, justo cuando había decidido que su rescatador era un arrogante, tuvo que sonreírle así. Fue una sonrisa infantil, de las que derriten los corazones de las camas en un radio de diez kilómetros. Era terriblemente difícil seguir irritada con alguien con esa sonrisa.
Sentía un cosquilleo en el pecho, el estómago le daba saltos de alegría.
-Cato- susurró, desesperada, obligándose a centrar su atención lejos del hombre que estaba frente a ella-. Tengo que ver como esta.- Se agachó y lo zarandeó por el hombro.- ¿Cato? ¿Cato? tienes que despertarte.
-Katniss- gruño.- Oh, Katniss.
Peeta se giró de golpe.
-¿Katniss? ¿Se llama Katniss?
-Sí.
Peeta hizo una mueca.
-¿No será Katniss Everdeen?
-La misma.
Peeta retrocedió. De repente, empezó a sentirse mal mientras su cerebro comprendió que tenía el pelo oscuro y grueso. El famoso pelo de los Everdeen.
Y por no hablar de la nariz, y...¡Por el amor de Dios, la hora de Finnick! Maldita Sea.
Entre amigos había ciertas reglas, y la más importante era: No Desearas A la Hermana De Tu Amigo.
Mientras la observaba, seguramente con cara de idiota, ella puso los brazos en jarras y preguntó:
-¿Y usted quién es?
-Peeta Mellark -dijo él.
-¿El duque? -exclamó ella.
Peeta asintió con una sonrisa.
-Oh, Dios mio.
Peeta presenció horrorizado, como ella palideció.
-Por favor, señorita, no irá a desmayarse, ¿verdad? ¿Va a desmayarse?
-¡Claro que no!
- Bien
-Lo que pasa es que... -ella dudo en seguir hablando.
-¿Que? -preguntó Peeta, con recelo.
-Me han puesto sobre aviso respecto a usted.
- ¡¿Qué?! ¿Quién? -preguntó.
Ella lo miro como si fuera imbécil.
-Todo el mundo.
-Eso, que..
Notó algo en la garganta, como si fuera a tartamudear, asi que respiró hondo y trato de calmarse. Se había convertido en todo un experto en este tipo de control de sí mismo.
-Querida señorita Everdeen -dijo Peeta, con una voz más controlada- Me cuesta bastante creerle.
-Piense lo que quiera. Pero eso es lo que ponía en el periódico.
-¿Qué?
-En Whistledown -dijo ella, como si eso lo explicara todo.
-Whistle que?
Katniss lo vió desconcertada hasta que recordó que acababa de llegar a la ciudad.
-Claro, ni debe conocerla -dijo suavemente, con una maliciosa sonrisa-. Me alegro.
El duque dio un paso adelante y la miró de manera amenazadora.
-Debo advertirle que estoy a punto de cogerla por el cuello y sonsacarle la información.
-Es una revista de chismes- respondió ella retrocediendo.- En realidad es bastante estúpida, pero todo el mundo la lee.
-¿Y qué era exactamente la que decía?
-No demasiado, eh, exactamente -dijo Katniss.
Intentó retroceder un poco más, el duque parecía más que furioso, y ella empezó a plantearse escapar corriendo y dejarlo allí con Cato.
Pero decidió apiadarse de él porque al fin y al cabo, era nuevo en la ciudad y todavía no había tenido tiempo de adaptarse al nuevo mundo según
Whistledown. En realidad, no podía echarle la culpa por haberse enfadado tanto porque alguien hubiera escrito sobre el en el periódico.
-No tiene por qué enfadarse. Sólo dijo que era usted un vividor. Y luego mi madre, me lo confirmó.
-¿Ah si?
Katniss asintió.
-Y me prohibió mostrarme públicamente en su compañía.
-¿De verdad?-dijo, arrastrando las palabras
Había algo en el tono de su voz, y la manera tan intensa en que la miraba, que la hacía sentirse terriblemente incomoda.
Pecta esbozó una leve sonrisa.
-A ver si la he entendido bien. Su madre le dijo que soy un hombre muy malo y que no debería permitir que la vieran conmigo
Aturdida, Katniss asintió.
-Entonces ¿qué cree que diría su madre ante esta situación?
-¿Cómo dice?
-Bueno. -Peeta se inclinó, reduciendo a centímetros la distancia que los separaba. - aquí estamos, completamente solos.
-Y Cato- le recordó Katniss.
-No estoy demasiado preocupado por Cato -susurró-. ¿Y usted?
Peeta sabía que tenía que terminar con ese juego. No es que temiera que ella se lo fuera a contar a Finnick; en el fondo sabía que ella no se lo diría a nadie.
Sin embargo, a pesar de que sabía que tenía que terminar con ese fileteo y volver al tema que les ocupaba, ante esa mujer, no podía evitar echar una mano de su naturaleza libertina y no pudo reprimir un último comentario.
Así que se inclinó y, con los ojos entrecerrados y seductores, dijo:
-¿Quién se lo diría a su madre?.
Katniss parecía aturdida por aquella arremetida pero, aun así, consiguió pronunciar un desafiador:
—¿Ah sí?
Peeta le tocó la barbilla con un dedo.
Katniss abrió los ojos. Apretó los labios, como si se estuviera callando algo, levantó los hombros y entonces... Y entonces se echó a reír.
—Oh, Dios mío —exclamó—. Ha sido muy gracioso.
A Peeta no le hizo ninguna gracia.
—No debería ponerse tan melodramático. No va con usted.
A Peeta le irritaba bastante que una chiquilla como esa mostrara tan poco respeto por su autoridad.
—Bueno, debo admitir que, en realidad, sí que va con usted —añadió Daphne, todavía riéndose de él—. Parecía bastante peligroso. Y muy apuesto, claro. —Cuando él no dijo nada, ella pareció desconcertada, y preguntó—: Porque esa era su intención, ¿no es así?
Él permaneció callado, así que ella continuó:
—Claro que sí. Aunque debo decirle que con cualquier otra mujer habría tenido éxito, pero no conmigo.
A ese comentario no pudo resistirse.
—¿Por qué no?
—Tengo cuatro hermanos. Soy inmune a todos esos juegos.
—¿Ah sí?
Katniss asintió.
—Pero su intento ha sido realmente admirable. Y me halaga que haya creído que era merecedora de tal despliegue de libertinaje. —Y le sonrió, una sonrisa amplia y sincera.
—Señorita Everdeen, ¿sabía que es una criatura de lo más impertinente?
—La mayoría cree que soy la amabilidad personificada.
—La mayoría, son estúpidos.
Katniss miró a Cato y suspiró:
—Me temo que, por mucho que me duela, tengo que darle la razón.
Peeta reprimió una sonrisa.
—¿Le duele darme la razón o que los demás sean estúpidos?
—Las dos cosas —dijo, sonriendo otra vez; una sonrisa encantadora que tenía unos extraños efectos en el corazón de Peeta—. Pero básicamente lo primero.
Peeta soltó una carcajada y se sorprendió al darse cuenta de lo ajeno que le resultaba aquel sonido. Era un hombre que solía sonreír, a veces incluso reía, pero ya no recordaba la última vez que había experimentado una explosión de júbilo como ésa.
—Mi querida señorita Everdeen, si usted es la amabilidad personificada, el mundo debe ser un lugar muy peligroso.
—No lo dude —respondió ella—.
Justo en ese momento, Cato comenzó a reaccionar.
—¿Katniss? —dijo, parpadeando como si no viera del todo bien—. Kat, ¿eres
tú?
—Dios mío, señorita Everdeen —exclamó Peeta—. ¿Tan fuerte le ha golpeado?
—A lo mejor está ebrio.
—Oh, Kat —gruñó Cato.
El duque se agachó junto a él y justo después retrocedió, tosiendo.
—Se he debido beber una botella de whisky entera para reunir el valor de proponerle matrimonio.
—¿Quién iba a pensar que podría resultar tan intimidadora? —susurró Katniss—. Es maravilloso.
Peeta la miró como si estuviera loca, y luego susurró:
—¿No deberíamos empezar a poner el plan en marcha?- dijo Katniss de repente.
—Oh, Kat. Te quiedo tanto, Katty —dijo Cato, que consiguió ponerse de rodillas y avanzó hacia ella arrastrando las piernas—. Por favor, Katty, cásate conmigo. Tienes que hacerlo.
—Levántate hombre —dijo Peeta, cogiéndolo del cuello de la camisa—. Esto empieza a ser embarazoso. —Se giró hacia Katniss—. Voy a tener que sacarlo fuera.
No podemos dejarlo aquí. Es posible que empiece a gruñir como una vaca enferma...
—Creía que ya lo estaba haciendo —dijo Katniss.
Peeta sonrió. Puede que Katniss Everdeen fuera una chica casadera y, por lo tanto, un desastre a la vista para un hombre como él, pero realmente era muy divertida.
En realidad, pensó, era la clase de persona que escogería como amigo si fuera un hombre.
Pero, como resultaba tremendamente obvio, tanto a los ojos como al cuerpo, que no era un hombre, Peeta decidió que era mejor para los dos terminar con ese juego lo antes posible. Si los descubrían, la reputación de Katniss quedaría dañada de por vida pero, además, Peeta no estaba seguro de poder controlarse y evitar acariciarla mucho más tiempo.
—Lo sacaré de aquí —dijo, de repente—. Usted vuelva al baile.
—Creía que quería que fuera a la biblioteca.
—Eso era cuando íbamos a dejarlo aquí mientras iba a buscar el carruaje. Pero ahora no podemos hacerlo porque está despierto.
Katniss asintió, y preguntó:
—¿Está seguro que podrá? Cato es bastante grande.
—Yo más.
Katniss ladeó la cabeza. El duque, aunque delgado, tenía una complexión fuerte, era ancho de espaldas y tenía unas piernas muy musculosas. Sabía que se suponía que no debía fijarse en esas cosas pero ¿qué culpa tenía ella de que se hubieran puesto unos pantalones tan ceñidos?
—Muy bien —dijo, asintiendo—. Y muchas gracias. Es usted muy amable por ayudarme.
—No suelo ser muy amable —dijo él entre dientes.
—¿De veras? —preguntó ella, esbozando una sonrisa—. No se me hubiera ocurrido ninguna otra palabra para definir su comportamiento. Pero, claro, he aprendido que los hombres...
—Parece ser toda una experta en hombres —dijo él, en un tono algo mordaz, y luego gruñó mientras ponía a Cato de pie.
Cato se inclinó hacia Katniss, pronunciando su nombre prácticamente entre sollozos. Peeta tuvo que agarrarlo con fuerza para que no la embistiera.
Katniss retrocedió un poco.
—Sí, bueno, tengo cuatro hermanos. No creo que haya mejor educación que esa.
Cato eligió ese instante para recuperar la fuerzas, que no el equilibrio, se soltó de los brazos de Peeta, para abalanzarse sobre Katniss con sonidos incoherentes.
Si ella no hubiera estado pegada a la pared, habría ido a parar al suelo. Pero, al estar de pie, se dio un fuerte golpe contra la pared que la dejó sin aire unos instantes.
—Dios mío —dijo Peeta, bastante disgustado. Apartó a Cato, se giró hacia Katniss y preguntó—: ¿Puedo golpearlo?
—Sí, por favor —respondió ella, casi sin aire.
Había intentado ser amable y generosa con su pretendiente, pero aquello ya demasiado.
El duque gruñó algo parecido a «Bien» y le dio un sorprendente y poderoso puñetazo a Cato en la mandíbula.
Cato cayó desplomado al suelo.
Katniss lo miró con ecuanimidad.
—Esta vez no creo que se levante.
—Probablemente no.
Katniss parpadeó y levantó la mirada.
—Gracias.
—Ha sido un placer —dijo Peeta, mirando de reojo a Cato.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? —dijo, y los dos miraron al hombre que yacía inconsciente, en el suelo.
—Volvemos al plan original —dijo Peeta—. Lo dejamos aquí y usted se va a la biblioteca. No quiero moverlo hasta que no tenga el carruaje en la puerta.
Katniss asintió.
—¿Necesita ayuda para levantarlo o quiera que me vaya directamente a la biblioteca?
—En realidad, agradecería mucho un poco de ayuda.
—¿De verdad? —preguntó Katniss, sorprendida—. Estaba convencida de que diría que no.
Aquello hizo que el duque la mirara divertido.
—¿Y por eso lo ha preguntado?
—No, por supuesto que no —respondió Katniss, ofendida—. No soy tan estúpida como para ofrecer mi ayuda si no tengo la intención de darla. Sólo iba a decir que los hombres, por mi experiencia...
—Tiene mucha experiencia —dijo el duque, en voz baja.
—¿Disculpe?
—Cree que tiene mucha experiencia con los hombres. No, no quería decir eso.
—dijo Peeta, reflexionando—. Creo que sería más apropiado decir que creo que cree que tiene mucha experiencia.
—Pero... Usted... —Katniss no lograba decir nada coherente pero le solía pasar cuando estaba enfadada. Y ahora estaba muy enfadada.
—Querida señorita Everdeen...
—Si me vuelve a llamar así, le juro que gritaré.
—No, no lo hará —dijo él, con una malvada sonrisa—. Eso atraería a mucha gente y, si lo recuerda, no quiere que la vean conmigo.
—Me estoy planteando correr ese riesgo.
Peeta cruzó los brazos y se apoyó en la pared.
—¿De verdad? —dijo—. Me gustaría verlo.
Katniss estuvo a punto de levantar los brazos en gesto de rendición.
—Olvídelo. Olvídeme. Olvídese de esta noche. Me voy.
Se giró pero, antes de que pudiera dar un paso, la voz del duque la detuvo.
—Creí que iba a ayudarme.
¡Maldición! Lentamente, se giró otra vez.
—Claro que sí —dijo, con falsa educación—. Será un placer.
Peeta sonrió. Era muy fácil hacerla enfadar.
—Esto es lo que vamos a hacer —dijo—. Lo levantaré y pasaré su brazo derecho por encima de mi espalda. Usted se pondrá detrás de mí y lo aguantará.
Katniss hizo lo que le dijo Peeta y, aunque en sus adentros le echara en cara aquella actitud tan autoritaria, no dijo nada. Después de todo, por mucho que le pesara, el duque de Hastings la estaba ayudando a escabullirse de una situación de lo más comprometedora.
—Tengo una idea mejor —dijo ella, de repente—. Dejémoslo aquí.
El duque se giró hacia ella. La miró como si quisiera tirarla por una ventana.
—Pensaba —dijo, intentando no perder los nervios—, que no quería dejarlo en el suelo.
—Eso era antes de que se me abalanzara encima.
—¿Y no podría haberme comunicado su cambio de opinión antes de que invirtiera
mis energías en levantarlo del suelo?
Katniss se sonrojó. Odiaba que los hombres pensaran que las mujeres eran criaturas indecisas y cambiantes.
—Está bien —dijo Peeta, y dejó caer a Cato.—¿Podemos irnos ya? —preguntó con un tono increíblemente paciente.
Ella asintió, dubitativa, mirando a Cato.
—Parece un poco incómodo, ¿no cree?
—¿Está preocupada por su comodidad?.
Katniss agitó la cabeza, nerviosa, luego asintió y después volvió a agitar la cabeza.
—Quizá debería... quiero decir... espere un momento. —Se agachó junto a Cato y le desdobló las piernas—. No merecía un viaje en su carruaje —dijo, mientras le arreglaba el abrigo—, pero me parecía demasiado cruel dejarlo aquí en esa postura. Bueno, ya está.
Se puso de pie y levantó la mirada.
Lo único que pudo ver fue al duque mientras se alejaba murmurando algo sobre
Katniss y sobre las mujeres en general y algo más que no pudo oír.
Aunque quizá fuera mejor así porque dudaba que fuera algún cumplido.

La Obsesión Del DuqueWhere stories live. Discover now