Final

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¡El duque de Hastings ha vuelto!

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
6 de agosto de 1813

Peeta no dijo nada en el camino de vuelta. Subió a Katniss a la silla de montar y él se sentó detrás de ella. Y así se fueron hasta Hastings House. Necesitaba abrazarla.
Empezaba a darse cuenta de que tenía que abrazarse a algo en la vida y a lo mejor Katniss tenía razón; a lo mejor el odio no era la mejor, solución. Quizá podía aprender a abrazarse al amor.
Cuando llegaron, salió un mozo a encargarse de los caballos y Peeta y Katniss subieron la escalera y entraron en casa. Y allí... se encontraron frente a los tres hermanos Everdeen.
—¿Qué diablos están haciendo en mi casa? —preguntó Peeta. Lo que más quería en ese momento era hacerle el amor a su mujer y, en lugar de eso, se había encontrado con aquel beligerante trío. Estaban de pie con la misma postura: piernas separadas, manos en las caderas y la barbilla levantada. 
—Oímos que habías vuelto —dijo Finnick.
—Así es —respondió Peeta —. Ahora marcharos.
—No tan rápido —dijo Marvel, cruzándose de brazos. Peeta se giró hacia Katniss.
—¿A cuál de los tres deberías disparar primero?
Katniss miró a sus hermanos con el ceño fruncido.
—No tengo ninguna preferencia.
—Tenemos algunas peticiones antes de que te puedas quedar con Katniss —dijo Gale.
—¿Qué?—exclamó Katniss.
—¡Es mi mujer! —gritó Peeta , más fuerte que Katniss.
—Primero fue nuestra hermana —dijo Finnick—, y la has hecho infeliz.
—Esto no es asunto vuestro —insistió Katniss.
—Tú eres asunto nuestro —dijo Marvel.
—Es mi asunto —dijo Peeta —, así que fuera de mi casa de una vez.
—Cuando los tres tengáis vuestros propios matrimonios, entonces podréis venir a darme consejos —dijo Katniss, enfadada—. Pero, hasta entonces, guardense sus críticas.
—Lo siento, Kat —dijo Finnick—, pero en esto no vamos a cambiar de opinión.
—¿En qué? —dijo ella—. Aquí no tenéis ninguna opinión. ¡No es asunto vuestro!
Gale dio un paso adelante.
—No nos iremos hasta que estemos convencidos de que te quiere.
Katniss palideció de golpe. Peeta nunca le había dicho que la quería. Y quería que, cuando lo hiciera, fuera porque lo sintiera y no porque los estúpidos de sus hermanos lo hubieran obligado.
—Gale, no lo hagas —susurró, odiando el tono de súplica de su voz—. Tienes que dejar que pelee mis propias batallas.
—Kat...
—Por favor —le rogó ella.
Peeta se interpuso entre los dos.
—Si nos disculpan —le dijo a los hermanos y se llevó a Katniss al otro lado del recibidor para hablar en privado.
—Siento mucho lo de mis hermanos —dijo Katniss, un poco alterada—. Son unos idiotas y no tenían ningún derecho a invadir tu casa. Si pudiera renegar de ellos, lo haría, te lo juro. Y...
Peeta la hizo callar con un dedo en los labios.
—En primer lugar, es nuestra casa, no mi casa. Y en cuanto a tus hermanos, me sacan de quicio, pero sólo lo hacen por amor. —Se lo suficiente para que Katniss pudiera sentir su respiración en la piel—. ¿Y quién puede culparlos?
A Katniss se le paró el corazón.
Peeta se acercó todavía más, hasta que su nariz rozó la de Katniss.
—Te amo, Kat —susurró.
Katniss volvió a sentir los latidos de su corazón, aunque ahora muy acelerados.
—¿De verdad?
Peeta asintió, acariciándola con la nariz.
—No pude evitarlo.
Katniss sonrió.
—Eso no es muy romántico.
—Es la verdad —dijo él, encogiéndose de hombros—. Sabes mejor que nadie que yo no quería nada de esto. No quería una esposa, no quería una familia y, sobre todo, no quería enamorarme. —Le dio un suave beso en los labios, haciendo que los dos cuerpos se estremecieran—. Pero lo que me encontré —la besó otra vez—, para mi desgracia — y otra—, es que era casi imposible no quererte.
Katniss cayó rendida a sus brazos.
—Oh, Peeta —susurró.
Peeta la besó en la boca, intentando demostrarle con su beso lo que todavía estaba aprendiendo a expresar con palabras. La amaba. La adoraba. Podría caminar sobre fuego por ella. Y tenía... Tenía a sus tres hermanos mirándolos.
Separándose de ella, se giró. Finnick, Marvel y Gale seguían allí.
Finnick estaba mirando el techo, Marvel hacía ver que se miraba las uñas y Gale los estaba mirando abiertamente.
Peeta abrazó con más fuerza a Katniss y dijo:
—¿Qué diablos hacéis aquí todavía?
Como era de esperar, ninguno de los tres tenía respuesta para eso.
—Fuera —dijo Peeta.
—Por favor. —El tono de Katniss no fue exactamente educado.
—Está bien —dijo Finnick—. Creo que nuestro trabajo aquí ha terminado.
Peeta empezó a llevarse a Katniss hacia la escalera.
—Estoy seguro de que podréis encontrar la salida —dijo.
Finnick asintió y empujó a sus hermanos hacia la puerta.
—Bien —dijo Peeta —. Nosotros nos vamos arriba.
—¡Peeta! —exclamó Katniss.
—No creas que no saben lo que vamos a hacer —le susurró al oído.
—Pero... ¡Son mis hermanos!
—Dios nos asista —dijo él.
Pero antes de que llegaran al primer peldaño, la puerta principal se abrió seguido de una serie de improperios femeninos.
—¿Mamá? —dijo Katniss, sin acabárselo de creer.
Pero Effie sólo tenía ojos para sus hijos.
—Sabía que os encontraría aquí —dijo, señalándolos—. De todos los estúpidos y tercos...
Katniss no escuchó el resto del discurso de su madre. Peeta estaba riéndose demasiado fuerte en su oído.
—¡La ha hecho infeliz! —protestó Marvel—. Como hermanos suyos, es nuestro deber...
—Respetar su inteligencia para resolver sus propios problemas —lo interrumpió Effie—. Y ahora no parece demasiado infeliz.
—Eso es porque...
—Si me dices que es por vuestras amenazas, te prometo que renegaré de los tres.
Los tres se quedaron en silencio.
—Está bien—continuó Effie—. Creo que es hora de marcharnos, ¿no?
Cuando sus hijos no se movieron lo suficientemente deprisa para seguirla, se giró y cogió...
—¡Mamá, por favor! —gritó Gale—. Por la oreja...
Lo cogió por la oreja.
—...no.
Katniss agarró a Peeta por el brazo. Estaba riéndose con tantas ganas que tenía miedo de que fuera a caerse.
Effie hizo salir a sus hijos con un fuerte:
—¡Fuera!
Luego se giró hacia Peeta y Katniss.
—Me alegro de verte en Londres, Mellark —dijo, sonriendo—. Una semana más y yo misma habría ido a buscarte.
Entonces salió y cerró la puerta.
Peeta se giró hacia Katniss, todavía sacudiéndose de la risa.
—¿Eso era tu madre?—le preguntó, riendo.
—Tiene su carácter.
—Ya lo veo.
Katniss se puso seria.
—Siento mucho si mis hermanos te han obligado a...
—Tonterías —la interrumpió él—. Tus hermanos nunca podrían obligarme a decir algo que no siento. —Se quedó en silencio y añadió—: Bueno, no sin una pistola.
Katniss lo golpeó en el hombro.
Peeta la ignoró y la atrajo hacia sí.
—Lo he dicho de verdad —dijo, rodeándole la cintura con los brazos—. Te amo. Lo sé desde hace un tiempo pero...
—No pasa nada —dijo Katniss, apoyando la mejilla en su pecho—. No tienes que explicarte.
—Sí, tengo que hacerlo —insistió él—. Yo... —Pero no pudo encontrar las palabras. Tenía demasiadas emociones en su interior—. Déjame demostrártelo —dijo, con voz ronca—. Déjame demostrarte lo mucho que te quiero.
Katniss respondió a eso ladeando la cabeza para recibir un beso. Cuando sus labios se tocaron, dijo:
—Yo también te amo.
La boca de Peeta la devoró con pasión y las manos se aferraron a ella como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.
—Vamos arriba —susurró—. Ven conmigo.
Katniss asintió, pero antes de que pudiera subir un escalón, Peeta la levantó y la subió en brazos.
Cuando llegó al segundo piso, su cuerpo ya estaba duro como una roca y le pedía a gritos que lo liberase.
—¿Qué dormitorio has usado? —le preguntó.
—El tuyo —respondió ella, extrañada por la pregunta.
Peeta hizo un gruñido de aprobación y entró en su dormitorio, el de los dos, y cerró la puerta de una patada.
—Te amo —dijo, mientras caían sobre la cama. Ahora que lo había dicho una vez, parecía que había algo dentro de él que le pedía que no dejara de decirlo.
Necesitaba decírselo, tenía que asegurarse que ella entendía lo que quería decir. Y si para ello tenía que decirlo cien veces, no le importaba.
—Te amo —repitió, desabrochándole desesperadamente el vestido.
—Ya lo sé —dijo ella, temblorosa. Le cogió la cara entre las manos y lo miró los ojos—. Yo también te amo.
Entonces lo atrajo hacia ella para besarlo, un beso tan inocente y puro que encendió a Peeta del todo.
—Si alguna vez vuelvo a hacerte daño —dijo él mientras la besaba—, quiero que me mates.
—Nunca —respondió ella, riendo.
La boca de Peeta se movió hacia el hueco donde la mandíbula se une al lóbulo de la oreja.
—Entonces, pégame —le dijo—. Rómpeme un tobillo.
—No seas tonto -dijo ella, acariciándole la barbilla —. No volverás a hacerme daño.
El amor por esa mujer lo llenaba. Le hinchaba el pecho, le hacía cosquillas en los dedos y le cortaba la respiración.
—A veces —susurró--, te quiero tanto que me asusto. Te daría el mundo entero, lo sabes ¿verdad?
—Todo lo que quiero eres tú —dijo ella—. No necesito el mundo, sólo tu amor. Y, a lo mejor —añadió, con una maliciosa sonrisa—, que te quites las botas.
Peeta sintió una gran sonrisa en la cara. De algún modo, su mujer siempre parecía saber exactamente qué era lo que necesitaba. Justo cuando estaba abrumado por tantas emociones y estaba apunto de llorar, ella lo había hecho reír.
—Tus deseos son órdenes —dijo, dándose la vuelta para quitarse el molesto calzado.— ¿Algo más, señora? —preguntó.
Ella ladeó la cabeza.
—Bueno, supongo que también podrías quitarte la camisa.
Él obedeció y la camisa de lino fue a parar al suelo.
—¿Es todo?
—Estos —dijo, rodeándole la cintura de los pantalones con las manos—, también me molestan un poco.
—Estoy de acuerdo —dijo, quitándoselos. Volvió a la cama, a cuatro patas, aprisionándola debajo de su cuerpo—. ¿Y ahora qué?
Katniss contuvo la respiración.
—Bueno, estas desnudo.
—Es cierto —dijo él, mirándola con ojos hambrientos.
—Y yo no.
—Eso también es cierto —dijo, sonriendo—. Y una verdadera lástima.
Katniss asintió, incapaz de decir nada.
—Siéntate —dijo Peeta .
Ella le obedeció y, a los pocos segundos, Peeta le estaba sacando el vestido por la cabeza.
—Bueno —dijo Peeta, mirándole los pechos—. Esto está mucho mejor.
Estaban los dos de rodillas encima de la cama. Katniss miraba a su Marido, con el pulso acelerado al ver cómo le subía y bajaba el pecho a Peeta con cada respiración.
Con una mano temblorosa, lo acarició suavemente. Peeta contuvo la respiración hasta que el dedo de Katniss le tocó el pezón y entonces él hizo lo mismo con el suyo.
—Te amo —dijo.
Katniss bajó la mirada y sonrió.
—Lo sé.
—No —dijo él, atrayéndola más—. Quiero estar en tu corazón. Quiero... —Todo su cuerpo se estremeció cuando toco su piel—. Quiero estar en tu alma.
—Oh, Peeta —dijo ella, enredando los dedos en su pelo negro—. Ya estás ahí.
Y entonces ya no hubo más palabras, sólo labios y manos y piel contra piel.
Peeta la adoró de todas las formas que conocía. Le recorrió las piernas con las manos. Le apretó las caderas y le hizo cosquillas en el ombligo. Y cuando todo su cuerpo clamaba penetrarla, cuando el deseo más ardiente que jamás había sentido se apoderó de él, la miró con tan devoción que casi se le saltaron las lágrimas.
—Te quiero —le susurró—. En toda mi vida, sólo has existido tú.
Katniss asintió y, aunque no emitió ningún sonido, Peeta pudo leer en sus labios:
—Te quiero.
Entonces la penetró, lenta e inexorablemente. Y cuando estaba dentro de ella, sabía que estaba en su lugar.
La miró. Tenía la cabeza echada hacia atrás y los labios abiertos buscando aire para respirar. Le adoró las sonrojadas mejillas con los labios.

La Obsesión Del DuqueOn viuen les histories. Descobreix ara