Capítulo 21

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DEAN ©
Capítulo 21

—Este lugar me produce escalofríos —comenta, caminando a pasos lentos mientras observa a detalle todo el cuarto.

Imito sus movimientos, perdiéndome en cada rincón de la habitación. Sí, este sitio producía una sensación escalofriante, casi parecía que el frío estaba adherido al lugar y que por muchos calefactores que se encendiesen nunca se iría.

Por suerte, únicamente el frío seguía presente, recordando lo que una vez este orfanato fue. El resto había cambiado, yo lo había hecho cambiar. Invertí gran cantidad de dinero en mejorar y perfeccionar cada rincón de este horrible lugar. Los niños seguirían llegando, la jodida realidad es que hay demasiados seres inocentes a los que sus padres abandonan, y si yo no me encargaba de construirles un lugar en el que poder crecer felices, nadie jamás se iba a preocupar por lograrlo.

Por eso, una vez salí de aquí y me alcé con el poder de toda la ciudad, volví. Arrasé con todos los monstruos y convertí este infierno en un bonito lugar en el que pasar la infancia.

—Tras estas paredes transcurrieron los peores años de mí vida.

—¿Por qué me lo quieres contar? —voltea a verme. Ya no hay diversión en su cara, sino una mueca lastimosa que luce como si fuese capaz de sentir mi propio dolor.

—Porque necesito que me entiendas —asiente con pena caminando hasta acomodarse sobre una de las tantas camas que ocupan el espacio. Inspiro con fuerza cuando el silencio nos rodea, lo que reconozco como nervios parece comenzar a invadir mi organismo, el corazón se me acelera y antes de poder hablar me siento exhausto. Aun así, me fuerzo por hacerlo, por no dejar que todo lo que pasó aquí, todo el miedo y el sufrimiento que sentí, me dominen.

»Mi padre murió cuando yo tenía cuatro años, recuerdo que nunca habíamos sido una familia demasiado feliz. Mis padres estaban hasta el cuello de deudas, a penas teníamos para comer, y para colmo, la enfermedad que mi padre cargaba desde hacía siete años había empeorado. Pese a todo recuerdo que no había día en el que sonriesen, ya podían estar jodidos de verdad que, frente a mí, jamás se dejaban ver mal. ¿Qué quieres que te diga? No tenía ningún tipo de lujo, y, aun así, era feliz, muy feliz. El problema llegó cuando, pocos meses después de mi cuarto cumpleaños, mi padre enfermó como nunca. Apenas podía moverse, comer, incluso pestañear le causaba dolor. Los médicos dijeron que ya no había nada que hacer, y así fue, a las pocas semanas de ese diagnóstico, mi padre murió —evito mirar a Amor, camino hasta el gran y antiguo ventanal y pierdo la vista por los altos árboles que completan el recinto —. Creí que nada peor que la muerte de mi padre podía pasar, con tan solo cuatro años, estaba seguro de que no volvería a sentir un dolor semejante. Sin embargo, me equivoqué.

»Al mes de su partida comencé a notar a mi madre mucho más animada, en realidad, nunca la había visto sonreír tanto como lo hizo en aquel tiempo. Parecía feliz, demasiado, así que no me corté cuando le pregunté a qué se debía. Esperaba cualquier cosa menos lo que se atrevió a decirme: había conocido a un hombre, uno importante y con dinero que nos sacaría de la misera de una vez por todas. Yo solo era un niño, aun me costaba comprender las cosas, pero en ese momento entendí que mi madre jamás había querido a mi padre. Que el hombre que luchaba a diario por sacarnos adelante jamás significó nada para ella, y a la vez, me di cuenta de lo que fácil que era seguir adelante y olvidar cuando no sientes.

»Me sentí reacio ante la sola idea de conocerlo, no quería que hubiese otro hombre en casa, yo echaba de menos a mi padre, y permitir que otro se sentase en su sillón significaba reemplazarle. Aun así, por mucho que le supliqué a mi madre que no le trajese a casa, me ignoró, y a los pocos días de la noticia, ese hombre entró por la puerta del hogar que mi padre había formado. Parecía tan amable, llegó con juguetes; coches, aviones, trenes, una bicicleta... Todo lo que papá siempre quiso para mí y nunca pudo otorgarme. Ese día fue extraño, las voces volvieron a inundar la casa, las risas a rebotar contra las paredes y, por primera vez en la vida, la felicidad de mi madre hizo acto de presencia. En ese momento cualquier rastro de enfado o reproche que pudiese sentir hacia ella se disipó, mi madre era feliz, por primera vez en mucho tiempo lo había conseguido. ¿Quién era yo para arrebatárselo? ¿Quién era yo para hacerla renunciar a ello?

Un caos llamado Dean ©Onde as histórias ganham vida. Descobre agora