Prólogo

9.5K 583 330
                                    

Prólogo

Con cuidado apoyo mi espalda contra el duro colchón y sonrío. Ni siquiera sé por qué lo hago, pero a la vez que las comisuras de mis labios se elevan mis ojos se llenan de lágrimas. Me carcajeo y lloro de tal manera que el aire comienza a llegar con dificultad a mis pulmones. Pero no me importa, ya nada lo hacía.

Me rio por papá, porque está muerto. Porque llevo semanas pensando que me había abandonado mientras se pudría en algún vertedero. Lloro porque no me pude despedir, ni siquiera recuerdo qué fue lo último que le dije, ni lo que él me dijo, siquiera qué ropa había decido usar ese día.

Me rio porque me enamoré de un hombre aún sabiendo que su alma estaba podrida, que su cerebro no funcionaba como el de una persona normal y que la maldad que albergaba dentro era mayor que la del diablo. Lloro porque me ha destrozado la vida, arrebatándome lo único que me quedaba y dejándome despojada y completamente rota. Y, aun así, mi corazón sigue latiendo completamente prendado de él, sigue amándolo como si fuese inocente.

Dejo de reírme cuando siento que todo cuanto había dentro de mi se había disipado por completo, dejándome tan vacía que incluso dolía. Es entonces cuando las voces a mi alrededor comienzan a esclarecerse, también lo hace la máquina que marca mis latidos acelerados y el gotero que está unido a mi brazo.

—Necesita descansar —escucho la voz cansada de un hombre, como si llevase demasiado tiempo repitiendo lo mismo —. Ahora mismo es completamente inestable, sus preguntas solo la harán empeorar.

—Es la única que puede decirnos dónde está, la única que conoce su escondite —sisea otro hombre, esta vez lo reconozco.

Horas atrás, cuando logré alcanzar la carretera y que una mujer me llevase a comisaría hablé con él, con el sargento Monroe. Apenas fueron dos palabras, solo logré mencionar su nombre antes de desplomarme en el suelo y despertar en una ambulancia rumbo al hospital. Supongo que no necesitó más para volverse loco, sediento de información y ansioso por dar con el hombre que pretendía encarcelar. Desconocía hasta dónde había sido capaz de llegar, pero no me era difícil averiguar que muy lejos. Seguro había asesinado a decenas de policías, así como extorsionado y torturado a sus familias para así salir ileso en todo momento.

Quise sentir asco, que mi estómago se revolviese y expulsase toda la bilis con tan solo imaginarlo. Pero por el contrario me encontraba sintiendo lástima por un asesino, aún sabiendo que todo el dolor que se vio obligado a vivir no era ningún justificante. Por mucho daño que nos hagan siempre tenemos la opción de seguir adelante y mejorar o acabar rindiéndonos y convirtiéndonos en alguien todavía peor que aquellos que nos jodieron.

Un golpe fuerte me hizo brincar sobre la cama, aprieto los ojos con fuerza y evito soltar un alarido. Cuando hui de él, creyendo que iba a correr el mismo destino que papá, lo hice con tanta desesperación que no detuve mis piernas por horas. Me caí, las ramas del bosque se clavaron en mis palmas, el barro salpicó hasta mis ojos y el dolor muscular me había hecho gritar hasta desgarrar mi garganta. Sin embargo, Dean ni siquiera hizo el amago de venir a por mi. Lo sabía porque, si hubiese sido así, ya estaría muerta.

Y tal vez lo correcto era dejarlo, olvidarlo y continuar con mi vida como si jamás hubiese existido. Pero le hice una promesa, la hice en nombre de papá, del hombre que debía cuidarme por muchos más años, de la persona que, a pesar de sus errores, siempre me sostuvo.

Debía acabar con él, destruirlo, arrebatarle todo cuánto creía poseer y reducirlo a cenizas. Tal y como él hizo con mi alma. Pero lo amo, lo amo con tanta fuerza que duele. Todo mi ser vive por él, por sus abrazos, sus caricias, por eso besos cálidos y esas palabras exactas que hacían desaparecer todo lo que me lastimaba.

¿Cómo lastimar al hombre por el que darías la vida aún sabiendo que él destrozó la tuya?

(...)

Sujeto la pistola con fuerza, apuntando directamente a las latas vacías que se encontraban unos metros por delante de mi. Mi pulso había mejorado, desapareciendo el temblor y siendo más firme. Sonrío por ello antes de cerrar el ojo izquierdo, elegir el objetivo y disparar. La lata más alejada revienta ante el impacto, estallando en varios trozos que casi logran alcanzarme.

Bajo el arma, pasando el seguro y guardándola en mi cadera. Llevaba demasiadas horas disparando, sintiendo paz con ello. Y resultaba gracioso recordar que la primera vez que sujete un arma esta se disparó sola por culpa de mi mal pulso. Aún recuerdo cómo el sudor me empapaba, esa manera desbocada que tenía y aún tiene mi corazón de latir ante la adrenalina al saber que cargo entre las manos algo capaz de arrebatar vidas. Ese miedo que poco a poco se disipó al saber que podía lastimar de verdad, pero que poco después se convirtió en una seguridad peligrosa y enfermiza. 

Suspiro acercándome a las latas, las observo con aburrimiento y, sin ganas ninguna, comienzo a recoger cada trozo de metal roto. No sé cuántas veces al día repito esta misma acción, pero comenzaba a hacerse rutina.

—¿Practicando de nuevo? —la voz de Kevin no consigue que me detenga, de hecho, ni siquiera le regalo una mirada — Amor, ¿ni siquiera el día de tu cumpleaños vas a dejarlo?

Quiero decirle que repetir la misma pregunta durante cada maldito día no va a conseguir que le dé una respuesta diferente. Ya había perdido mucho tiempo encerrada en aquel centro, alejada de mi libertad y de lo único que conseguía mantenerme con vida. No fue un mal lugar, allí me trataron con respeto y cierto cariño. Me alimentaron bien y continuaron tratándome para que mi estómago no doliese, ahora sé que no necesito ningún medicamento, era tan sencillo como dejar de comer carne. La psicóloga del lugar se convirtió en mi segunda madre, los dos años que viví allí me trató y se esforzó como nadie para recomponerme. En cierta parte lo hizo, ya no estoy rota, ya no duele tanto, la muerte de papá ya no es un obstáculo en mi vida.

Sin embargo, nadie había conseguido que lo olvidase, que dejase de aparecerse en mis sueños, que dejase de verlo por las esquinas y de buscarlo en cada chico tatuado que me encontraba.

No sabía si era ese deseo de venganza, esa necesidad de acabar con él o esas ansias de volver a tenerlo en frente, suplicante y de rodillas.

—Si voy a ser policía tendré que saber disparar, ¿no crees? —alzo la voz, desechando el último trozo y enfocándolo.

(...)

Supe desde el primer momento el error que estaba cometiendo, ¿a quién se le ocurre ingresar en el cuerpo para infiltrarse con el único fin de dar con el diablo?

Estaba preparada, lo sabía.

Llevaba varios años entrenándome, ejercitando mi cuerpo y mi mente, perfeccionando mis habilidades con las armas y con el cuerpo a cuerpo. Era la agente de policía perfecta para la misión, por eso me eligieron. No solo había sido la primera de mi cuadrilla, si no que llegué a comisaría y me posicioné por encima de muchos que llevaban allí años.

No dudaba de mis capacidades, pero mientras el furgón me alejaba de mi ciudad y mi jefe continuaba soltando información, algo dentro de mi había comenzado a flaquear. Aún más cuando su nombre fue mencionado y el aire se cortó en mis pulmones.

Mis dientes chirriaron, las uñas se clavaron en mis palmas y un mal pálpito comenzó a presionarse tras mi cabeza.

Iba de camino a la boca del lobo, dispuesta a darle caza, a destruirlo, a arrodillarlo frente a mí y acabar con su vida de una vez por todas.

•••

P R Ó X I M A M E N T E

❤️‍🔥

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
ANDREA FERNÁNDEZ ©

Un caos llamado Dean ©Where stories live. Discover now