Capítulo 28

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DEAN ©
Capítulo 28

Tuerzo el cuello con violencia, enfocándola entre la oscuridad; su cuerpo tiembla, sus ojos exageradamente abiertos, las lágrimas rebosando de ellos, el pánico apoderándose de ese verde, el terror en cada centímetro de su cuerpo... Quiero acercarme, pegarla a mi pecho y abrazarla, quiero hablar y dejarle claro que todo estará bien. Quiero dejar de sentir como todo lo bueno se pierde y lo único que queda es la mierda de realidad que tanto detesto. Pero no puedo, ella me temía, podía sentirlo y eso me asustaba tanto que me había dejado paralizado en medio de esa mierda de lugar.

Todo alrededor pareció desaparecer, ya no escuchaba a mi madre, ya no apreciaba el olor a sangre, tampoco el brillo que resaltaba sobre los materiales de tortura... Un silencio lastimoso atacó mis oídos, la saliva se secó sobre mi garganta y el dolor no tardó en llegar a mi pecho. Quería respirar, pero mi cuerpo ni siquiera era capaz de hacer algo tan simple como coger el maldito aire y llenar mis pulmones.

Únicamente estaba enfocado en que este no era el momento. No habíamos tenido tiempo; las promesas aún no estaban cumplidas, los deseos no se habían saciado, la necesidad de ella no había disminuido ni una pequeña cantidad.

—Niña... —susurro, con suavidad, tratando de acercarme lo más despacio posible.

—¡No! —retrocede de golpe, golpeándose contra varias sillas.

—Déjame explicarme —suplico, sintiendo tanto miedo como ella.

Solo que el mío era diferente, temía perderla sin siquiera haber podido tenerla.

—¡Qué quieres explicar! ¡Lo he oído todo! —acusa desgarrada, el llanto escapa de sus labios sin control. Se tambalea de lado a lado demasiado perdida, parece asfixiarse y yo solo quiero calmarla.

—Todo tiene una explicación —sin dudar avanzo hacia ella, sin embargo, toda la seguridad que mantenía se debilita en cuanto la veo negar atemorizada, suplicando entre jadeos que no me acerque.

Me detengo, sintiendo como toda la calidez de mi interior, esa que lograba cubrir toda la oscuridad, abandona mi cuerpo de golpe. Hundo el ceño, observándola perdido, perdido como nunca antes. No sabía qué hacer, no tenía ni jodida idea de cómo afrontar. Sin embargo, había algo que tenía claro, y dolía como la mierda el sentirlo con tanta fuerza: la había perdido.

—¿Es cierto lo que he oído? —musita entre hipos —. ¿Tu... tú has... has matado a mi padre?

—Escúchame niña, por favor.

—¡Responde!

—Sí.

Su rostro se deforma, presiona su pecho con las manos, y entonces lo veo, aprecio como, en cada parte de su rostro se refleja mucho más que el dolor que le produce todo... la he destruido, hundido, arruinado. Ahí estaba el final, el final de algo que ni siquiera tuvo un principio. El final de una maldita fantasía, de una ilusión, de algo que jamás debió tener cabida en mi vida pero que, sin embargo, había calado hasta lo más profundo de mi ser.

—¿Cómo has podido? —sus ojos suben hasta los míos, demostrándome cuan rota está por mi culpa.

Mantengo su mirada sin emitir ni una sola palabra de disculpa, sin la necesidad de buscar excusas, simplemente afrontando, como siempre había hecho, la repercusión que tienen todas las decisiones que he tomado. No la aparto porque quiero recordar, por siempre, ese verde que me devolvió la vida. Porque quiero y necesito, contagiarme de su dolor, hundirme con ella y sufrir tanto como me merezco.

—Soy un monstruo —acoto, frío. Hunde el ceño, confundida.

Quiero sonreírle y calmarla, sin embargo, esta era la realidad: maté a su padre, la engañé, me aproveché de su inocencia porque me hacía sentir bien, me regodeé en la felicidad que producía en mí cuando estábamos juntos, me enamoré sin saberlo, la amé sin querer, y, por último, como todos habían asegurado, la destrocé, la reduje a nada, acabé con ella.

Un caos llamado Dean ©Where stories live. Discover now