Capítulo 31: Días de felicidad

188 26 0
                                    

Una casa, con un gran prado verde... el pasto danzando con la brisa de verano, las lluvias se ven lejanas y la dicha se respiraba en el aire.
Un hombre muy apuesto transitaba entre el valle de su hermoso jardín, tan lleno de vida como las flores que lo habitaban. Sebastian no lo recordaba... pero sentía calidez en su corazón, la sensación de vacío que tenía había desaparecido y ahora se encontraba en una perfecta tarde de verano, esperando encontrarse con el amor de su vida. Ah, el amor de su vida.

Los alegres pastos danzaban a su alrededor, mientras que el tranquilo hombre caminaba calmo hasta las escaleras de mármol blanco que conducían al interior. Una melodía resonaba a lo lejos, le recordaba al viejo piano que tanto le gustaba escuchar, su madre era una verdadera prodigio y las dulces melodías le ayudaban a sobrellevar lo que sea que pudiera sufrir alguien como él. ¿Quién podría estar tocando tan deleitante e hipnótica pieza? Las escaleras parecían hacerse más largas a medida que sus pasos se aceleraban. ¿El jardín siempre había sido así de espléndido? Como todo hombre débil se dejó llevar por ese sentimiento de felicidad y prosiguió su recorrido.
-Cielo... ¿mi cielo dónde estás?- Preguntaba con voz animada, por fin llegando hasta arriba de los blancos escalones, era en ese momento cuando se daba cuenta que los había ensuciado con sus pisadas.

El piso cambiaba en esa parte de la mansión, avanzando algunos metros sobre concreto gris para finalmente llegar otra vez a esa interminable danza de baldosas blancas y negras perfectamente pulidas. Continuó avanzando hasta el salón, la bella melodía del piano resonaba en las paredes, por alguna razón los cuadros se veían borrosos aunque la mayoría representaban escenas felices.
Seguía caminando hacia la música del piano, el ritmo se aceleraba conforme se acercaba, esto solo lo motivaba a continuar.

Y ahí estaba, el ser celestial tocando con maestría el viejo piano de su madre. Sus frágiles y blanquecinas manos se deslizaban sobre las teclas como si las conocieran desde siempre. Él se acercaba con calma, tratando de no interrumpir la obra del intérprete hasta que terminó con la melodía, un par de segundos después se acercó y la abrazó por la espalda.

Era una dama azabache, bastante similar a él en aspecto, no decía nada pero su mirada era reconfortante. Sin duda muy diferente a la de su propia madre que a pesar de siempre tener una hermosa sonrisa en su rostro sus ojos estaban vacíos. -Has llegado temprano, cariño.- Rompía el silencio la dama, acariciando su mejilla con suavidad, sus manos se sentían cálidas. Sin embargo algo lo desconcertaba. -¿Me has dicho cariño?- Le contestaba el hombre en tono ofendido, al tiempo que daba un paso atrás apartando la mano de la contraria con brusquedad.

-Por supuesto Sebastian, estamos casados desde hace años.- Le decía un tanto extrañada por el susto en la mirada del alfa, poniéndose de pie y dando un paso adelante al igual que él.
-No me atraen las mujeres.- Contestaba con naturalidad, comenzaba a incomodarse. -No parecía eso en nuestra noche de bodas. ¿Es esto alguna clase de broma? Te escuchas muy confuso querido.- Sus zapatos altos y brillantes resonaban en los cuadros cambiantes del piso, mientras su rostro preocupado se acercaba peligrosamente al del mayor.

Sebastian no hacía más que continuar retrocediendo, su mente hacia un esfuerzo sobrehumano para traer a su mente aquello de lo que le hablaba la hermosa mujer -Algo anda mal señorita, seguramente me confunde con otro. Yo estoy casado con Ciel.-

-¿Ciel Phantomhive? Olvida eso, Sebastian. Han pasado años y no olvidas a ese bastardo.- La dama se cruzaba de brazos, al igual que las escaleras, el salón parecía hacerse más largo a medida que se movían. La melodía no había parado de sonar aunque ya nadie estaba tocando el instrumento. -¿Años dice usted? Pero si llevo solo un día sin verlo, no es para tanto, está usted muy equivocada.-

-Ya hemos discutido esto, detesto tus arranques de locura idiota. Él se fue hace cinco años porque era un maldito y arrogante ambicioso. Sigo sin creer que continúes reviviendo todo eso.-

-¿Que se ha ido dices? Eso es imposible.- Gritaba por fin topando con una de las ventanas, por alguna razón no tenía vidrios que la recubrieran, ya no podía huir más. De pronto se escuchó un chasquido y la música paró, un frío intenso lo invadía y la mujer ya no era más parecida a él. Su cabello se había tornado un azul grisáceo y sus ojos eran zafiros. Ella seguía hablando.

-Ah, ¿Qué voy a hacer contigo, Sebastian?- Finalizaba, empujando al hombre por la ventana, lo ultimo que vio el hombre fue como las luces se apagaban poco a poco.

Perspectiva Ciel:

Habían pasado horas ya, su madre no se había aparecido para nada. Los sirvientes que trajeron "amablemente" mi hermano y su prometida para supuestamente cuidarme lo habían encontrado. Tendido en el exterior de la mansión dijeron, según ellos había saltado del segundo piso. No se escuchaba muy creíble, sin embargo sus heridas eran severas. Casi sentía pena por él.

Y ahí estaba ahora, recostado en algo parecido a una enfermería, que en realidad era la ex pieza de su padre muerto. Me preguntaba si traerlo aquí era la mejor opción, aunque no podía negar que el lugar muy bien equipado. Me recordaba al hospital de Londres en el que había pasado una temporada, al menos no habían dañado severamente su rostro.

El médico tardaría demasiado en llegar debido al mal clima y Sullivan se había marchado hace varias horas, además de que después de lo que hizo se habría negado a atenderle. No podía hacer más que soltar un suspiro, apenas un día de vida en pareja y ya lo habíamos arruinado. -Ah, ¿qué voy a hacer contigo, Sebastian?- Preguntaba sin esperar una respuesta.

Sin saber exactamente la razón acercaba su rostro con el mío, sus pestañas largas y sus labios apetecibles seguían siendo los del hombre del que me enamoré. Sus mejillas estaban golpeadas y difuminaban un color morado rojizo, inconscientemente las acariciaba, como si mi tacto pudiera apaciguar el dolor, que ridículo.

Unos segundos bastaron para que de su expresión se fuera toda paz, apretando los párpados despertaba un tanto exaltado. -¡Ciel! ¡Oh Dios mío sigues aquí!- Gritaba conteniendo el dolor y rodeándome en un débil abrazo, probablemente se había golpeado terriblemente en la cabeza.

Rojo y AzulWhere stories live. Discover now