Capítulo 22: El hombre muerto

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-Hijo, tú me odias, ¿no es así?-

Pronunciaba con voz apagada lo que alguna vez fue un hombre cruel, tan cruel como para hacer que su único hijo se fuera de casa toda su juventud por voluntad propia. Tal vez se pensaría que le hacía un favor pero, ¿realmente lo hacía? Es decir, todas esas noches de insomnio preguntándose cómo estaría su querida madre, si habría comido algo, si le hubieran permitido salir con sus amigas, el mero hecho de que siguiera viva le resultaba desconocido. Si enviaba una carta, ésta con esfuerzo llegaría a su padre, y con suerte sería contestada por alguno de los empleados de la mansión con algo como "todo está bien, cuídate y aprende mucho." ¿Creía que era estúpido? Su madre nunca escribiría dos líneas en una carta que tardaría meses en llegar.

A pesar de no tener comunicación sentía una fuerte conexión con ella, y el sentido de responsabilidad de sacarla de esa situación algún día, esperaba desde el fondo de su corazón que los años de ausencia no hubieran apagado sus ojos, la vió esta mañana, pero su mirada era tan indescifrable como la de cierto omega. Tal vez se estaba abrumando de más.

-¿Por qué dice eso? He venido hasta aquí para verlo.- Y vaya que era un sacrificio por demás complicado, ya que al ver el avance de su enfermedad se decidió trasladar al alfa a un cuarto especializado en una de las esquinas de la casa, las ventanas estaban cubiertas por cortinas semi traslúcidas color gris, dando un aire de hospital. Caminaba con profesionalismo dentro de la habitación, sus ropas negras casi en su totalidad contrastaban con los muebles y paredes blancas, un saco de color rojo oscuro lo diferenciaba de la servidumbre.

-Tienes los ojos de tu madre, y tu madre me odia.- Repetía en el mismo tono el viejo moribundo, Sebastian se acercaba cada vez más a la cama en la que reposaba, con una expresión de indiferencia, después de todo no era nada para él, tal vez un estorbo en su nueva mansión.

-Mi madre siempre te amó por sobre todas las cosas.- Y eso era cierto de alguna forma, nunca olvidaría el día en el que rechazó acompañarlo en su viaje por el mundo, alegando que debía permanecer junto a su esposo. Recordando eso el más joven agachaba la mirada, está de más decir que el ambiente era el segundo más tenso que había sentido en su vida.

-Como debe ser Sebastian, fueron sus votos después de todo.- Continuaba, nuestro protagonista comenzaba a desesperarse. "Espero que a Ciel le esté yendo mejor" pensaba.

En el invernadero.

-¿No es agradable poder respirar de vez en cuando? No te mentiré, realmente esperaba que mi pequeño trajera una hermosa dama que me hiciera compañía y me ayudara en la organización de las fiestas.- Declaraba con un tono resentido la mujer, aún así no dejaba de sonreír y de mirar con ojos cariñosos al peliazul.

-Créame que siento mucho escuchar eso, pero déjeme decirle que soy una persona bastante capaz, anteriormente he ayudado a mi padre y hermano en muchos casos y asuntos de la compañía.- Decía Ciel con el orgullo que lo caracterizaba, y era cierto, en cada caso en el que Astre participó fue él quien analizó la información y resolvió las situaciones, su gemelo simplemente comunicaba su mensaje como propio. Y no era que le molestara, al contrario, lo tomaba como una burla de su parte hacia su padre y una carta que podría jugar si alguna vez era requerida.

-Servir las tazas de té y leer las cartas en voz alta no es ayudar en un caso querido. Además que no es nada comparado con organizar una de las fiestas de té de la familia Michaelis, la esposa o en este caso esposo es por tradición el responsable de organizar los eventos sociales y de dar una impresión elegante tanto suya como del alfa. No es tan fácil, la mayoría de las veces son unos idiotas.- Declaraba con una pequeña risa al final, dándole una mordida a un pastelillo.

Rojo y AzulWhere stories live. Discover now