1. El chico de la playa

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¿Nunca os ha pasado que os enamoráis de alguien porque sí? Aunque no le conozcas y solo le hayas visto una vez en toda vuestra vida y como mucho le hayáis dirigido un hola. Pues bueno, algo parecido es justo lo que me pasó a mí hace casi un año.

Mi nombre es Andrea, tengo 18 años. Haría una breve descripción de cómo soy físicamente, pero prefiero dejárselo a vuestra imaginación y a los avances de este relato. Escribo esta historia porque en serio, me marcó mucho, pero tampoco es para coger popularidad, fama ni protagonismo en mi persona. Es sólo para que la conozcáis y que, si al menos no podéis vivir este sueño, que lo leáis.

La historia que os voy a contar sucedió el verano pasado, cuando apenas llevaba tres días de vacaciones después de meses de estudios de medicina.

Mi plan principal se resumía en una palabra; playa. Sí, tenía pensado pasar horas y horas tumbada en la arena, leyendo un libro, jugando con el agua de vez en cuando, acompañada de mis amigas, escuchando música, bailando, comiendo helado... Pero no, no acabó siendo así. Al menos no todo el verano.

Aquel fue el segundo día que pisaba la playa en lo que llevábamos de vacaciones.

Sonia y Julia, mis mejores amigas, no me acompañaron como hacían normalmente. Habían quedado las dos con sus novios como cita doble y, claro, yo era la única solterona, así que me tocó quedarme sola.

Estuve a punto de no ir, porque pensaba que iba a ser muy aburrido si no tenía nadie con quién estar y pasar el rato, pero al final fui pensando que al menos así tal vez cogía ventaja para el mejor bronceado entre las tres. Es un concurso que hacemos, y dura todo el verano. La menos morena invita a las demás a tres días de helado. Ya lo hemos tomado como una tradición.

Fue la mejor elección que había tenido en toda mi vida.

Instalé mi sombrilla y mi toalla en el mismo sitio de siempre, cerca del bar donde vendían nuestro helado favorito. Era pronto, así que no había aún mucha gente. Hacía una temperatura perfecta para un día de playa, sin viento, las olas perfectas... No podía pedir más, y mis amigas se estaban perdiendo aquel día.

En realidad me dio pena, porque como he dicho antes, es mejor disfrutar de todo esto con ellas.

Me di un baño de quince minutos y regresé a la arena, preparada para ponerme morena, con la crema puesta ya de casa y todo. Puse mi canción favorita en mi móvil, Are You With Me, me coloqué los auriculares y le di al play.

Me encantan esos momentos en los que eres tú, la tranquilidad y la música con olas chocando contra la orilla de fondo. Eso sentí en aquel momento, y en todos los momentos que he tenido así.

Estuve así creo que... ¿Una hora? O tal vez más.

De repente oí la voz de unos chicos, tal vez de una edad que no se alejaba mucho de la mía.

Abrí los ojos y miré en la dirección de donde procedían las voces.

En efecto, se trataba de un grupo de chicos de una edad similar, y estaban todos alrededor de otro chico que se había puesto a poco más de cinco metros de donde yo estaba, y parecía que le molestaban. El chico era rubio y con el pelo un poco ondulado. El flequillo le caía por la cara, dificultandome que pudiera ver sus ojos. Estaba bastante delgado, pero también parecía mantenerse en forma. No puedo decir que estaba súper fuerte, pero al menos se cuidaba bien.

- ¿En serio? ¿Vienes a la playa sin un duro?

- ¿Y como vuelves a tu casa? ¿Andando? Venga ya.

El chico no hablaba, parecía tímido. Solo murmuraba que no tenía nada mientras miraba al suelo.

Yo tampoco tuve el coraje para defenderle, y lo más probable era que se burlaran de los dos si lo hacía.

Por suerte, después de inspeccionar sus pertenencias y verificar que efectivamente de valor sólo llevaba el móvil (aunque tampoco era una joya, precisamente), le dejaron en paz.

Entonces le pude ver bien, con sus ojos claros como el cielo. Tenía un lunar debajo de los finos labios, en el lado izquierdo, y otro encima de la ceja izquierda.

- ¿... Estas bien?

No sé de dónde salieron esas palabras, en serio. Un poco más y se me caía la baba, mientras le miraba.

El chico me miró. Tenía el oído agudo, pues no había alzado mucho la voz, estábamos a unos metros de distancia y dudo mucho que cualquiera hubiera podido escucharme con claridad.

- Sí, gracias.

Su voz era bastante dulce, tengo que decirlo. Al menos eso me pareció a mí. Pero no dejaba de tener una pizca de timidez, no sé si por vergüenza a que había visto la escena o porque de normal ya era así.

Decidí no decirle nada más por no incomodarle. Lo más seguro era que prefería olvidar el tema y continuar como si nada con el día de playa que se había propuesto al igual que yo, así que volví a lo mío y él a lo suyo.

Pero su imagen no se fue de mi cabeza ni por un segundo, ni la música pudo apartarlo de mi mente.

Él sin embargo parecía tranquilo, se había tumbado en la arena y también se había puesto sus auriculares, aunque además se puso a leer un libro. Ni siquiera dio señales de acordarse mi presencia o que le importara que hubiera visto como le molestaban esos chicos. Tampoco parecía ya tan tímido.

Me di cuenta de que acababa de entrar en su mundo alejado del resto, que con la música y el libro se había olvidado de su alrededor como había hecho yo hacía poco.

Me quedé mirándolo de reojo y sin darme cuenta de que estaba sonriendo mientras le veía respirar tranquilamente. En mi defensa, estaba muy mono, así tenía aspecto de ternura.

Una vida de adolescentesTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang