2. Mi nuevo vecino

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Las vacaciones de verano acabaron. No lo había vuelto a ver desde aquel día, pero cuando volví a clase el chico seguía en mi mente. No, todavía no me lo había quitado de la cabeza. Incluso mis amigas se habían dado cuenta de que algo me pasaba, porque andaba más distraída de lo normal... Pero todo volvió a cambiar cuando apareció Lisandro.

Lisandro era el chico nuevo de clase, alto, moreno, de ojos verdes. En cuanto lo vi sentí que aquel chico de la playa había sido solo una obsesión de verano, un amor imposible para soñar en vacaciones.

No tardó en convertirse en uno de mis mejores amigos, y unos meses después comenzamos un romance como novios. Era todo perfecto.

Y luego volvió él.

Solo faltaban cuatro días para que finalizara de nuevo el curso y comenzar las vacaciones de verano otra vez.

Yo estaba desayunando en la mesa de la cocina, preparada para ir otro día más al instituto y con muchas ganas de ver a mis amigas y a Lisandro.

Entonces apareció mi madre por la puerta.

- Cariño, hoy vienen los nuevos vecinos.

La miré extrañada, no me había dicho nada. Mi madre era conocida en el edificio por ser la primera en enterarse de todo, pero realmente no sé como, porque ella no es cotilla (o eso creo, porque nunca la veo chismorreando por ahí). Solo lo sabe y ya.

- Son una familia con tres hijos - continuó diciendo -. Irás a darles la bienvenida, ¿no?

- ¿Irá alguien más?

- Por supuesto, todos los vecinos.

No tenía ningunas ganas de ir, pero a las cinco menos diez minutos me encontraba en la puerta de mi casa junto a unos cuantos vecinos más.

Mi madre había acabado obligándome a ir a recibirlos.

Justo a las cinco un coche negro se paró delante de la entrada del edificio, eran ellos. Salieron los dos padres y los tres hijos, todos rubios.

No tardé en darme cuenta de que uno de ellos me resultaba especialmente familiar, y más tarde, cuando me esforcé por buscar entre mi memoria, recordé bien era; delante de mí casa se encontraba el chico de la playa que me había tenido tan loca durante todas las vacaciones, pero creo que él ya no se acordaba de mí.

Me miró unos segundos, pero no pareció reconocerme porque no reaccionó. Solo me miró como miraba al resto de mis vecinos.

- Bienvenidos - dijo Carmen, la señora que vivía en el 2°C -. Vuestra puerta es la 1°E.

Me alarmé al oír aquello porque yo vivía en la 1°D, justo al lado de su departamento cuyos balcones estaban uno al lado del otro, casi pegados.

No pude evitar quedarme mirando a Adrián; su pelo rubio y ondulado, sus ojos azules, sus labios finos, sus lunares... Hacía menos de cinco minutos creía que jamás volvería a verlos, pero ahí lo tenía, pasando la mirada de vecino en vecino, evaluándonos uno a uno.

Entonces me di cuenta de que estaba hecha un lío, ¿Y Lisandro? ¿Realmente le amaba? Ahora que había vuelto a ver a aquel chico no lo tenía tan claro como la primera vez que vi a mi novio, el chico nuevo de pelo negro y ojos verdes que logró conquistar mi corazón en una mirada... O tal vez no.

Me pregunté que era realmente el amor, porque pensé que sabiendo pistas para entenderlo podría saber a quién amaba realmente.

Pero en el amor no hay normas.

Decidí volver a mí apartamento, ya había estado suficiente tiempo allí recibiendo a la familia.

Llegué a la puerta del 1°D, pero cuando fui a abrir la puerta me di cuenta de que no llevaba las llaves encima, aunque recordaba claramente como las había cogido antes de salir. Se me habían caído.

Volví a recorrer todos los lugares a los que había ido desde que había salido de casa para recibir a los nuevos vecinos hasta que había vuelto, pero no encontré las llaves.

Al final me di por vencida, solo me quedaba llamar a mi madre y esperar la bronca de mi padre por perderlas.

Cuando fui a llamar al timbre de mi casa me di cuenta de que una chica me miraba desde la puerta del lado, se trataba de la única hija de la familia de los nuevos.

- Hola - saludé sin saber qué hacer.

- ¿Vives en el 1°D? - asentí -. Entonces deben ser tuyas.

Me enseñó un llavero con cuatro llaves y una bolita peluda turquesa colgando.

- ¡Sí! Lo había perdido, me iba a morir si no las encontraba...

Me acerqué a ella para que me las diera y las depositó sobre mi mano.

- Hay que tener cuidado con no perderlas, en especial por la reacción de los padres después.

Su sonrisa era cálida, y sus ojos me recordaron a los de su hermano, al igual que su pelo rubio, largo y ondulado.

- Me llamo Ariadna.

- Yo soy Andrea, encantada - le devolví la sonrisa.

Nos quedamos unos segundos en silencio, un silencio un poco incómodo, pero que otra voz proveniente del final del pasillo cortó.

- Ariadna, papá, mamá, Alexander y yo estamos subiéndolo todo, ¿Podrías venir a ayudar?

Se trataba de él, del chico de la playa. Pero esta vez tampoco se fijó mucho en mí, solo miraba a su hermana esperando a que le acompañara para ayudar a su familia con el equipaje.

- Puedo ayudaros también, si queréis - me ofrecí de la nada.

Ariadna me sonrió agradecida, pero el chico me miró un poco extrañado.

- Si quieres.

Ahora sí que no se molestó en esperar a su hermana, bajó al piso de abajo para seguir con su trabajo. Nosotras dos nos miramos y segundos después ya nos encontrábamos siguiendo sus pasos, subiendo y bajando una y otra vez cargadas de cajas, maletas, y todo lo que les había podido caber en el coche.

- Gracias por la ayuda, Andrea - me dijo Ariadna mientras las dos nos apañábamos para subir sus cuatro maletas.

- No es nada, estoy encantada de ayudar - le sonreí de nuevo mientras dejaba dos maletas de su equipaje en la entrada.

Una vida de adolescentesHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin