3. Juego de niños

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Como era de esperar, aquel chico volvió a mis pensamientos. Jamás hubiese imaginado que mi amor veraniego sería dos veces seguidas.

Realmente no estaba segura de qué era aquello, qué era lo de Lisandro... Así que a la mañana siguiente le llamé para que viniera y habláramos un rato en el patio de mi edificio, donde hay un pequeño parque de juegos, una piscina, una cancha de baloncesto y fútbol y unos bancos.

La piscina estaba ocupada por un chico que hacía largos y tres niños que jugaban a pillarse en el agua. Los columpios estaban vacíos, pero en la cancha ya jugaban otro de mis vecinos que había invitado como de costumbre a sus amigos.

Sin embargo en los bancos donde nosotros estábamos no había nadie más, a pesar de que normalmente los ocupaba la gente mayor del edificio.

- ¿Ocurre algo? Pareces preocupada - Lisandro apartó un mechón rubio de mi cara.

Yo le miré sin saber al principio que responder, aunque realmente era obvio.

- Sí, sí. Estoy bien.

Por supuesto se dio cuenta de que no, y más cuando el chico que hacía largos en la piscina salió del agua y pude advertir que era el de la playa.

La verdad es que no sé muy bien que cara debía tener en ese momento, pero Lisandro también miró al chico con desconfianza, como si supiera que algo pasaba con él y no se lo había contado.

Antes de que me preguntara le miré sonriendo.

- ¿Te apetece ir a tomar un helado? Tengo hambre.

Mientras yo intentaba que Lisandro no malpensara, el chico de la playa se había sentado en el banco al lado del nuestro.

No pudimos evitar mirarlo los dos mientras se secaba con su toalla verde y azul.

- Es tu nuevo vecino, ¿No?

Asentí mientras los dos le mirábamos. Lisandro pareció que lo estaba analizando, lo miraba fijamente y concentrado. No supe qué pensar, qué decir o qué hacer.

- Creo que me voy ya - suspiró Lisandro tras un largo silencio.

Le miré un poco confundida y con algo de miedo, ¿Se había dado cuenta de que aquel chico me llamaba la atención? Sentí miedo, no quería perder a mí novio... Pero también quería a ese chico cuyo nombre aún no conocía.

Después de darme un beso se fue de mi casa y yo me quedé sola en aquel banco, con mi vecino leyendo un libro en bañador y con la toalla rodeándole la cintura. Daba la impresión de que ni siquiera se había dado cuenta de que habíamos estado allí, o al menos no le había importado.

Poco después me levanté dispuesta a subir a mí apartamento, pero una voz conocida me llamó desde la entrada.

Por un momento pensé que era Lisandro que había vuelto, pero no. Aquella voz era de chica. 

- ¡Hola, Andrea!

Era Ariadna, que bajaba y se dirigía hacia donde yo estaba. Tuve la sensación de que me había estado buscando o que ya sabía que estaría aquí.

El chico y yo la miramos - primera vez que había apartado la vista de su libro para mirar a alguien en lo que llevaba allí - mientras ella se sentaba en el banco y me cogía la mano para que me sentara también a su lado con ganas de hablar conmigo.

Me senté y la mire sonriendo.

- Hola Ariadna, ¿Qué tal tu estancia aquí?

Ella no dejaba de sonreír.

-¡Genial! Incluso ya se a qué instituto voy a ir, al que está aquí al lado.

- ¿El High Wise School? ¡Es al que voy yo!

Por un momento pensé que podríamos ir a la misma clase, pero no tardé en darme cuenta de que no, Ariadna aparentaba como mínimo dos años menos que yo.

Ella también pareció darse cuenta, porque al principio mostró una amplia y emocionada sonrisa, pero después la fue disminuyendo poco a poco.

- ¿Cuántos años tienes?

Sí, se había dado cuenta.

- 18.

- ¡Oh! Irás con Adrián, entonces. Yo tengo 16.

¿Adrián? ¿Quién era ese? Sin darme cuenta Ariadna me acaba de decir el nombre de su hermano, el chico de la playa.

Ella miraba al rubio que seguía en su banco, pero él o no se dio cuenta de lo que hablábamos o le daba igual, porque siguió a lo suyo.

- Adrián.

Él no respondió, continuó leyendo.

- Es un cabezota - me dijo -. Y antisocial. Le gusta estar solo.

Las tres cosas me las creí, porque en realidad ya me lo había demostrado en la playa el año anterior.

Me volvió a mirar sonriente.

- ¿Te apetece ir a por un helado?

Así acabó el día, Ariadna y yo yendo por la ciudad. Primero fuimos a la heladería y me tomé el helado que aquella misma tarde le había propuesto a Lisandro, y acabamos mirando tiendas de ropa, donde habíamos dicho que no compraríamos nada, solo miraríamos. Pero al salir las dos teníamos más de dos bolsas en cada mano de prendas que nos habían gustado demasiado como para dejarlas en el perchero.

Ariadna era muy amable, animada y dulce, hasta me había querido invitar al helado. Teníamos gustos parecidos, lo había notado en la clase de ropa que se había comprado y en el helado, se había cogido mi segundo sabor favorito.

Sin siquiera haberlo pensado nos habíamos hecho amigas.

También pensé en que, aunque era de mala amiga, así me sería más fácil acercarme a Adrián. Por un momento fue mi principal meta, pero la fui descartando poco a poco. Lisandro seguía formando parte de mi vida, y seguía enamorada de él. O eso creía.

Una vida de adolescentesWhere stories live. Discover now