Parte 4

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Al llegar a la mansión Black que había elegido, Kreacher la recibió gustoso en la entrada principal

—Señorita Bella, que bueno que ha llegado —la saludó el elfo

—Supongo que la mansión está lista para ser usada —dijo ella que seguía tomando la mano de la mujer desmayada y que, de hecho, había aparecido en la misma forma que había estado al dejar el sótano

—¡Por supuesto señorita!, todo está listo para que lo pueda usar —contestó la vieja criatura

Bellatrix no dijo nada más y levitó el cuerpo que yacía a su lado. Subió a la segunda planta de la mansión y caminó hasta llegar a una de las habitaciones más grandes. De pequeña había estado en aquel lugar, por lo que sabía cómo era por dentro y por fuera, pero sobre todo cuáles eran las habitaciones que iba a necesitar. Entró con el cuerpo en el aire detrás de ella y lo depositó sobre la gran cama que precedía el cuarto. La arropó y salió de allí para dirigirse al despacho principal.

Todo estaba como lo recordaba. Los grandes libreros, los muebles de caoba, la chimenea que crepitaba y el sillón detrás del escritorio que le encantaba. Recordó los momentos en que entraba en aquella habitación y su padre yacía sentado tras el escritorio, con un vaso de whiskey en su mano y su tío Cygnus a su lado apoyado en al mueble. Se dejó caer sobre el sillón y convocó una botella de whiskey de fuego. La abrió y bebió sin vaso por largos minutos, sintiendo como el líquido quemaba su boca y garganta. Realmente necesitaba aquello y se daría el lujo de beber todo lo que quisiese, pero tuvo que parar un momento para llevarse la mano hasta los labios y deslizar sus dedos por ellos.

Sentía una comezón y recapitulaba el impulso que la había llevado a besar a la Muggle de un segundo a otro. No sabía qué era lo que se había apoderado de ella, pero ciertamente no era algo común. Ella era Bellatrix Black, anteriormente Lestrange, y obtenía todo lo que siempre quería, se acostaba con quien y cuando quería, pero la pregunta que rondaba en su cabeza era qué es lo que quería con esa mujer. Todo lo que había pasado hace unos cuantos minutos atrás la había dejado excitada a más no poder, le había dado un momento de exaltación que hacía mucho no sentía, además del hecho que Eleanor había capturado su atención por completo, más ahora que sabía que tenía un pasado bastante turbio. Necesitaba sacarse el fuego que sentía entre las piernas, el calor que recorría desde sus labios hasta su centro. Quería saber qué era eso que había sentido al tocar la mano y los labios de la castaña y más aún, quería saber qué era eso que sentía en su pecho.

Sabía que no era nada parecido a lo que había sentido en el pasado por su señor, porque con él era mayoritariamente admiración y deseo, pero con la mujer no lograba entender qué sentimiento le inspiraba. Se dedicó a tomarse el líquido que tenía la botella, dejándose llevar por sus pensamientos, pensando en los acontecimientos vividos, deteniéndose en los recuerdos que tenía del castigo que su señor le había impuesto. Se preguntaba qué habría pasado con su hermana, su cuñado no le importaba mucho y su sobrino..., bueno, era el hijo de su hermana e igual le tenía cariño, pero quería saber qué había pasado con ellos.

Cuando se acabó la primera botella, convocó una segunda, y volvió a beber de la misma manera que con la anterior. Pensaba en la reunión que tuvo con su primo y luego en cómo había visto a aquel hombre tratando de manera tan desagradable a Eleanor, lo que la llevó a pensar en las vejaciones que había sufrido por parte de su señor. Ciertamente, se dejó pisotear por largos años, esperando algo que era imposible de tener y que jamás obtendría, pensando que sería valorada por quien le había enseñado todo lo que sabía, pero que solo la veía como un peón más. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido, de lo ingenua que se había comportado y que todo era su propia culpa, por dejarse manipular por alguien tan indolente como él

El día que cambió mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora