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—Elegiste un lugar muy bonito—dijo en voz baja el pelirrojo, observando en silencio el desolado y hermoso parque.
—Recuerdo que solías venir aquí antes, pensé que sería especial—escribió en su libreta.
Yuu suspiró y puso sus manos en su rostro, afligido, sintiendo unas caricias en su espalda que trataban de animarlo. Luego de unos momentos volvió a sentarse correctamente en el banco y miró de reojo a su madre, que tampoco parecía estar muy alegre.
—Eres libre de hacer lo que quieras, cuando pienses que es el momento adecuado puedes irte—le dijo luego de haber estado sentados por unos minutos mirando a la nada.
La mujer sonrió amargamente y asintió, volviendo a tomar su lapicera para poder comunicarse.
—Gracias por todo, este fue el mejor mes de mi vida. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero espero que hagas lo que desees y que seas feliz sin importar lo que pase. Te amo—le mostró luego de terminar.
Sus manos temblaban al igual que su sonrisa, siendo incapaz de ocultar su sufrimiento. Abrió su boca e intentó hablar inútilmente, angustiandose aún más al no poder expresarse como quería. Abrazó a su hijo en un intento desesperado de contacto, sintiendo como el escondía su rostro en su hombro y escuchaba su llanto que había tratado de contener hace tiempo. La mujer apretujo la camisa del pelirrojo, replanteandose todas sus decisiones y pensando lo diferentes que serían las cosas para ambos.
Aunque para ella un final feliz no fuera posible sin importar lo que hiciera, no podía explicar la culpa que sentía por no haberse presentado frente a su hijo cuando la necesitaba. Si tan solo le hubiera dicho que nada era su culpa o lo hubiera detenido cada vez que tomaba una mala decisión estaba segura de que Yuu sería mucho más feliz. Suplicó su perdón en su mente y lo abrazó con todavía más fuerza, intentando disfrutar su último momento juntos.
Se odiaba tanto y se avergonzaba de si misma, todo de ella era horrible, ni siquiera como maldición pudo hacer lo correcto y no entendía porque eran tan buenos con ella. No merecía nada y para ella el hecho de que existiera era un pecado. Pero después de todo su segunda muerte se acercaba más y más, sin duda su muerte más dolorosa. Aunque ahora que lo pensaba, desaparecer por completo junto a la persona que más amó en toda su vida no era tan malo, eso la tranquilizó un poco.
Todas su vida, acciones y decisiones, se arrepintió y culpó de cada una de ellas hasta el último momento.
Por otro lado, Yuu sollozó aferrado a ella hasta que poco a poco desaparecía, desvaneciéndose en sus brazos con lentitud. Unos segundos más tarde, lo único que había quedado a su lado era su libreta y rosa lapicera que utilizaba todo el tiempo.
Se quedó varios minutos sentado mientras leía el cuaderno, apreciando como su caligrafía había mejorado espontáneamente con el pasar del tiempo y era capaz de hacer oraciones coherentes. Lo leyó de principió a fin, tres, cuatro y cinco veces hasta que sus ojos se entrecerraban por el ardor y cansancio, impidiéndole seguir.
