20. Girasoles secretos

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Jamás pensé que le daría la espalda a mi madre mientras estamos en medio de una conversación seria, mucho menos que la ignoraría

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Jamás pensé que le daría la espalda a mi madre mientras estamos en medio de una conversación seria, mucho menos que la ignoraría. Es lo que me educaron para que jamás hiciera y me siento terrible por llevarlo a cabo al correr frente a ella, tomar a la mano Cora, y arrastrarla a mi habitación.

—¡Gretha, vuelve aquí! —grita.

Escucho el repiqueteo de sus zapatos cuando nos sigue por la escalera. Me apresuro a cerrar con pestillo la puerta de mi cuarto. A pesar de que quiero salir y pedirle perdón en más idiomas de los que conozco, sé que si me paro frente a esa mujer y siento la respiración de Cora en mi nuca, mentiré por ella.

Si me acorralan, no me muevo. Nunca lo hago.

—Por favor —suplico al enfrentarla—. Por favor, no me hagas mentirle.

No hay muchas cosas que comparta con mamá, pero una de ellas es la confianza en que soy una adolescente responsable. Con todo. «Mi hija es un ángel» suele decir a quien sea que se cruza en su camino. «Es educada y tan buena... Jamás me ha traído un problema». No compartiremos pasatiempos y hablaremos poco, pero está orgullosa de mí, y esa es una de las pocas cosas hermosas que tengo a la que puedo aferrarme.

Me gusta hacerla feliz en ese aspecto porque no sé cómo hacerla feliz en los otros, y la idea de romper lo poco que nos une hace que me cueste respirar. No puedo exhalar. El aire queda atascado dentro de mí y siento que voy a implosionar porque no logro soltarlo.

—¿Gretha? —Los ojos Cora se deslizan de un lado al otro en mi rostro y por primera vez un atisbo de preocupación brilla en sus ojos al ver el pánico silencioso que me abraza—. Lo siento...

Toma mi mano de una forma distinta a como me tocó en el cobertizo, cuando me arrastró al patio. Hay gentileza en este gesto y eso me reconforta lo suficiente para exhalar hasta que añade:

—Te tendría que haber enviado un mensaje, pero pasará esto: cuando te lleven al médico se darán cuenta que no hay embarazo y dirán que es un atraso normal de tu período, que eres irregular. Solo te advertirán que seas más cuidadosa. Ni siquiera te castigarán. Confía en mí.

Aprieta mi mano.

¿Pidió perdón por no darme el plan por adelantado? ¿Por eso? ¿No por ponerme en esta posición?

Siento algo extraño. Estoy tan desacostumbrada al sentimiento que me toma unos segundos identificarlo: enojo.

Es como si pensara que soy una marioneta para manejar a su antojo. Creyó que diría que sí solo porque es un favor, pero los favores se piden y ella ni siquiera preguntó. No se puso a pensar cómo podría afectarme el hecho de mentir una vez más en su nombre. Esto no es como cubrirla una noche mientras duerme en otro lugar. Es tan serio que podría involucrar a un bebé dentro de unos meses.

«Un bebé».

Con ese pensamiento, la chispa de enojo que nació en mi interior se apaga como la llama de una vela al ser soplada. Intento dejar de lado mis sentimientos y mis miedo para ver los de ella, y por más que se esfuerce, su cuerpo la delata: su agarre sobre mí es fuerte, como si fuera lo único a lo que puede sostenerse.

Club de los paraguas rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora