15. Regálame un silencio gris

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De: CollinFisherEscritos81@gmail

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De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 24

Cuando eras pequeña, me preguntaste qué era el amor. Como tu padre, era mi deber enseñarte el significado de las palabras, pero no supe qué decir en esa ocasión.

—¿Eso es el amor? ¿Silencio? —insististe al ver que no respondía, porque la paciencia nunca fue tu fuerte y lo sacaste de mí—. A veces mamá y tú hacen esa cosa...

—¿Qué cosa?

—Lo de no hablar.

Supongo que es eso en parte: sostener la mirada de una persona y sonreír en silencio. Ambos son conscientes de que hay mucho que se podría decir, pero que nada logrará describir con exactitud lo que les está sucediendo por dentro.

No soy un hombre de paz. Sin embargo, la encuentro en los ojos de la persona que amo aunque sea por unos segundos, y esos son más que suficientes. Soy partidario de las cataratas de emociones y todo lo que te acelere el corazón, pero cuando uno se va a dormir, debe estar tranquilo. Es en el silencio donde guardamos los recuerdos que hicieron ruido a través de las risas, porque cuando reímos podemos detenernos un momento y apreciar el entorno, pero es cuando apoyamos la cabeza en la almohada el segundo en que archivamos ese recuerdo cerca del corazón.

Hay una tranquilidad muy dulce en saber que alguien te abraza con la mirada. Sientes que nunca estarás solo otra vez. Tu recuerdo ya no es solo tuyo porque están sincronizados. Lo estás compartiendo, y eso es mágico.

—¿Qué piensan cuando no hablan, papá?

—Creo que no lo hacemos. A veces sientes tanto, que no puedes pensar.

—Si no piensas es porque eres tonto... —Miraste el cono de helado pensativa—. ¿Por eso dicen que los enamorados se ponen tontos?

—Tal vez, amor. —Reí.

Con galaxias de amor, Fisher 1.

Camello se balancea en la hamaca paraguaya de Sawyer mientras me acurruco en el sofá de Timmy con las mantas que guardamos en caso de pijamada. La lluvia golpea con amabilidad las ventanas, pidiendo un permiso para entrar que le es denegado. El rechazo la enoja y se cuela por las goteras del techo. Bajo ellas, hay tazas dispersas por el piso, un florero sobre una pila de libros y dos cacerolas cerca de la puerta, que debo descargar en el baño a cada rato. Papá solía ocuparse de eso.

Lo extraño. Ojalá estuviera aquí. Tal vez por eso he estado leyendo el último correo que me envió por alrededor de una hora.

Nunca se lo dije, pero cuando escribe, a veces siento que me habla a mí aunque no sea así.

Que me sienta identificada —no por la vida que llevan los personajes, sino por lo humano en ellos tanto en su lado bueno como malo— solo muestra lo buen escritor que es. Sé que llegará lejos, y no lo digo porque sea mi padre, sino debido a que es un hombre que sabe abrazar tus pensamientos de muchas formas distintas: con fuerza para que no se escapen, así los enfrentas, pero también con suavidad, para que no te abrumen.

Club de los paraguas rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora