16. Amor o Venganza

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C A P Í T U L O  1 6

«Ah, un amor enfermizo. Lo que
faltaba»

...


No aparté la mirada de Reed, aterrada, porque por un momento sus palabras significaron que Nathan era el asesino, pero aquello no tenía el más mínimo sentido. ¿Por qué mataría a sus dos mejores amigos solo porque lo leyó en un diario? Un momento, ¿Qué había pasado exactamente?

—¿Cómo que sabe? —interrogué con una nota de preocupación que no pude ocultar.

—La verdad... —empezó Reed—, no estoy totalmente seguro de que sabe, pero es posible que lo haya leído.

Después de escuchar eso, solté todo el aire que no sabía que contenía, clamando paciencia. Reed y su ganas de ver el mundo arder iban a darme un infarto algún día. No, no habría ningún algún día con él. Ya no había razones por las que seguir a su lado fingiendo ser su amiga. De hecho, solo necesitaba saber de qué hablaba ahora para echarlo de mi casa.

Sin corazón.

—Pero explícame por qué —dije haciendo énfasis en cada palabra. Intenté parecer calmada, pero no me salió ni un poquito. Con cada segundo que pasaba sin decirme nada, me agitaba más.

Ahora él tomó mis brazos como yo había hecho antes de explicarle hace unos minutos y me condujo hasta la cama para sentarme.

—Ahora tú siéntate y no entres en pánico.

Me levanté de un salto tan pronto como me dejó sobre la cama.

—¡No puedo hacer eso si me dices que alguien posiblemente sabe del diario y es el asesino!

Apretó los labios en una fina línea, pero por fin respondió.

—Unos días después de robarlo, en serio iba a ir a devolverlo, pero Nathan venía leyendo el suyo por el mismo camino, que por cierto es idéntico. ¿Puedes creerlo? Tantas coincidencias no pueden ser ciertas.

Tenía una idea de cómo terminaba esa historia, pero intenté convencerme de lo contrario.

—Reed —ahora sus ojos se clavaron en los míos—, cuenta-el-maldito-chisme-completo.

—Está bien, está bien. Entonces nos chocamos en el pasillo, los diarios cayeron y lo tomé como una señal de que no debía devolvértelo. Recogí el que era tuyo y me fui guardándolo en mi mochila, pero antes lo revisé otra vez. Por alguna razón era más pesado y cuando lo abrí estaba lleno de fórmulas y resúmenes, con una letra muy bonita, vale decir.

Cerré los ojos con fuerza. Di un par de pasos lejos por la habitación y me pasé ambas manos por el cabello, despeinándolo.

—¿Confundieron los diarios de verdad? —inquirí con incredulidad—. Estás de broma.

—Me gustaría que fuera una broma, pero así pasó.

Cerré los ojos. De todas las malditas personas en la escuela tenía que chocarse con el único chico que tiene un diario igual y que casualmente lo estaba leyendo en ese preciso momento. Intenté mantener la calma mientras retrocedía hasta apoyarme en el escritorio detrás de mí por segunda vez.

—Reed... —me detuve un momento procesando la información—. Dijiste que lo tenías. ¿Dónde está mi diario?

Tomó su mochila del suelo y lo sacó enseñándomelo como una forma para calmarme.

El diario de la muerte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora